domingo, septiembre 11, 2011

Una pálida sombra

En algún lugar de la condición humana, entre el raciocinio y la emoción, eludiendo todas las mutaciones, perduran los genes del dominio; justamente ahí, donde las razones sobran y los sentimientos estorban, surgen los imperativos instintivos de la bestia que yace en el interior del hombre…

El hito más reciente en la historia de la humanidad se registró el 11 de Septiembre del 2001. A partir de ese momento el aire respirable se impregnó de miedos exacerbados, de indignante repudio y miradas discriminatorias. Se materializaron los peores presagios y en una cruzada de odio y venganza se confrontaron dos versiones del mundo. El atentado perpetrado al World Trade Center desencadenó un bombardeo incesante e implacable de mensajes mediáticos que introdujeron la sensación de vulnerabilidad y despertaron una enfermiza xenofobia en la mente de todos los habitantes de la porción “civilizada” del mundo. Desde entonces, año tras año, se conmemora ese brutal ataque para mantener viva a la incertidumbre y resucitar al temor.

Hoy por hoy, la secuela destructiva de aquel atentado aún no concluye. La cruzada posmoderna emprendida por las huestes de la ambición en nombre de la libertad y la democracia ha producido un ejército de mutilados y paranoicos, las diferencias se han agudizado y el planeta se divide ahora en dos hemisferios dogmáticos: el hemisferio del mercado y el hemisferio del fanatismo. La porción terrestre donde residen los últimos especímenes de la esperanza es cada vez más reducida, es por eso que el Dalai Lama es un templo itinerante, la encarnación de la ética que camina por el mundo con el alma envuelta en el ombligo. En el umbral de la sociedad del conocimiento, el raciocinio es una habilidad en peligro de extinción, y es por eso que cada día es más dolorosa la ausencia de José Saramago, el profeta del pesimismo que inquietaba las conciencias cuando pregonaba los estragos del lucro y del odio en la explanada del absurdo.

En aquel septiembre del 2001, Saramago deslindó de culpas a todos los dioses cuando identificó al “Factor Dios, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.”

En su visita a México, el Dalai Lama logró mantener encendida la esperanza con la luz de una ética laica basada en la conciencia del bien común, muy diferente a la moral religiosa fundamentada en el castigo divino, porque “los problemas siempre serán algo natural, pero su solución no vendrá de los gobiernos, sino de cada uno de los integrantes de la sociedad que actúen con ética y responsabilidad, independientemente de cuál sea su religión.”

En este mundo devastado por la ética del lucro la esperanza es apenas un pálida sombra que yace olvidada en el fondo del ánfora de Pandora, pero aún existe la remota posibilidad de rescindir los genes del dominio para erradicar el vacío existencial donde las razones sobran y los sentimientos estorban, y en un salto evolutivo, domesticar a la bestia que yace en el interior del hombre…

domingo, septiembre 04, 2011

Un plazo inexorable

En algún lugar de la solemnidad, cuando se extingue el eco de la última ovación se inicia el proceso inexorable del declive; la figura del poder se torna vulnerable, y en esa condición deberá enfrentar el juicio de la posteridad…

En el código de las reglas no escritas de la política mexicana, se estipula que inmediatamente después del quinto informe de gobierno se inicia el ocaso de los sexenios y es entonces cuando la clase gobernante inaugura la temporada de deslindes y agandalles, que por una mera coincidencia, alcanzarán una intensidad insufrible en la contienda electoral.

El ocaso del calderonismo fue más que evidente en la ceremonia oficial organizada para el mensaje político con motivo del quinto informe de gobierno. En esta versión panista de la tradición priísta del Día del Presidente se advirtieron las señales inequívocas del fracaso del régimen: el evento masivo que debería realizarse en el Auditorio Nacional se trasladó al Museo Nacional de Antropología bajo exageradas medidas de seguridad por el terror galopante que aflige al paladín de la seguridad nacional. Si la reducida lista de invitados refleja la disminución paulatina de incondicionales admitidos en el círculo del poder, la magra asistencia indica la pérdida inexorable de simpatizantes, aproximadamente doscientos lugares estaban vacíos cuando Felipe Calderón hizo acto de presencia.

A pesar de los tres días de preparación, el discurso del ocaso calderonista persiste en legitimar el régimen con el monopolio de la violencia: la ovación más larga se le rindió a las fuerzas armadas y ya bajo la sombra del fracaso, el presidente pidió un minuto de silencio por las 50,000 víctimas de su cruzada contra el crimen organizado. La indiferencia institucional hacia las necesidades de cincuenta millones de mexicanos que subsisten en condición de pobreza fue evidente en la breve exposición de las cifras que pretenden sustentar la eficiencia de la administración pública.

El evento resultó gris, el discurso no logró convencer y la figura del líder de los nanócratas parece cada vez más pequeña justamente ahora que inicia la temporada de ajustes en la partidocracia. Las críticas lacerantes iniciaron en la víspera del quinto informe y se espera una secuencia insufrible de revelaciones. Si la alternancia en el poder es, en efecto, un hecho inminente, atestiguaremos negociaciones y alianzas aborrecibles, porque desde ahora, durante el proceso del declive, se expande la percepción del fracaso calderonista: la fórmula del éxito político indica que los aciertos deberán ser lo suficientemente contundentes para minimizar los estragos de los excesos; cuando el resultado es positivo, los líderes consolidan la magnificencia de su talla en la memoria colectiva, pero ahora, la escasa estatura de la figura en el poder se torna vulnerable, y en esa condición deberá enfrentar el juicio de la posteridad…