jueves, marzo 07, 2019

Dialéctica existencial. En busca de la dignidad perdida


En algún lugar de la modernidad, entre los engranes industriales surgió la imperiosa necesidad de reconocer la importancia de la feminidad, de valorar sus esfuerzos y ponderar su influencia en un mundo edificado por la virilidad…

En todas las formas de vida los géneros se complementan y la especie humana no es la excepción. En la oscuridad de los tiempos la reproducción de la especie fue posible por el cuidado que las primeras mujeres prodigaron a los hijos en las cavernas; el derecho materno fue la única secuencia confiable para establecer los parentescos y linajes; la agricultura, el detonante de la Revolución del Neolítico, se atribuye a las recolectoras que esperaban en la aldea el regreso de los hombres que salían a cazar, en un sistema sin dominio ni servidumbre, pero esas condiciones de equidad se desvanecieron con el advenimiento de la propiedad privada y la civilización.

A finales del siglo XIX cuando la industria se erigió como la fuente predominante de sustento, la aguda desigualdad social y la pobreza galopante obligaron a las mujeres a salir del hogar para incorporarse al lumpen de las fuerzas productivas. El 8 de marzo de 1908, 15.000 mujeres se manifestaron por las calles de Nueva York para exigir un recorte del horario laboral, mejores salarios, el derecho al voto y el fin del trabajo infantil. El eslogan que eligieron fue "Pan y Rosas": el pan simbolizaba la seguridad económica, y las rosas, una mejor calidad de vida. En 1910, en Copenhague, en la conferencia internacional de organizaciones socialistas se propuso la creación de una Día Internacional de la Mujer; desde entonces, en esta conmemoración la palabra clave es “empoderamiento”: un concepto tan antiguo como la vulnerabilidad femenina y tan vigente como la desventaja que deben remontar todas las mujeres en un mundo falocéntrico.

La Fundación del Español Urgente, Fundéu, indica que “empoderar” es un antiguo verbo español que adquirió un nuevo significado: ‘Hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido’. Luego entonces, el empoderamiento implica los esfuerzos de la mujer para acceder a las oportunidades, a los recursos y al conocimiento en un contexto de desigualdad. Esta definición fue oficialmente adoptada en la Conferencia Mundial de las Mujeres en Beijing (1995) “para referirse al aumento de la participación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones y acceso al poder”. 

Al margen de las políticas públicas y de los proyectos gubernamentales, la mujer aporta, todos los días, sus esfuerzos, sus cuidados, sus ideas en todos los ámbitos en que se desenvuelve; su presencia es imprescindible (como lo es la figura masculina) en la dialéctica existencial de nuestra especie pero la reivindicación de la mujer es un imperativo ancestral; la fragilidad de la mujer es un prejuicio que surgió hace miles de años, tergiversando la reciprocidad en las cuestiones de género, imponiendo un paradigma excluyente con la  percepción parcializada  en un mundo edificado por la virilidad…