domingo, diciembre 28, 2008

Átomos, moléculas y partículas

“Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la humanidad siempre avanzando,
no sepa a dó camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!”
Gustavo Adolfo Bécquer


En algún lugar del horizonte, cuando la incertidumbre es el color predominante del destino, y cuando la única certeza se fracciona en mil contingencias, en ese preciso instante, se activa un mecanismo ancestral, despierta un instinto perpetuo para preservar la especie y embellecer el mundo…

Cuando el clima cambia y el hábitat se transforma, cuando la ciencia ficción se materializa en aparatos cotidianos, cuando los pronósticos más aventurados palidecen ante las crónicas de la realidad, la única constante universal se condensa detrás de las fronteras de la piel.

Sean cuales fueren el color del porvenir y la textura del destino, el único motor capaz de generar soluciones a contingencias impredecibles, funciona con el ingenio. En el territorio intangible del raciocinio habitan todas las fórmulas por despejar, todos los enigmas por descubrir; y para convertir este planeta en un lugar habitable, será necesario activar los engranes de la inteligencia y alimentar el motor del ingenio con partículas de sensibilidad.

La esperanza en un mundo mejor reside en la capacidad del hombre para construir su destino, en la firmeza de sus edificaciones, pero sobretodo, en el grado de generosidad respirable en las moléculas suspendidas en el aire y en su capacidad para embellecer todos los átomos del ambiente.

La especie humana ha sobrevivido a hecatombes, catástrofes, tragedias, cataclismos, holocaustos, revoluciones, tiranías, y lo ha hecho desplegando sus capacidades cognitivas y artísticas, compartiéndolas con generosidad.

Por eso ahora, ante la primera crisis económica del milenio, racionalizaremos las cantidades y racionaremos las porciones, ajustaremos los placeres y reafirmaremos la sensatez; pero ante la crisis deshumanizante la estrategia se invierte, porque será preciso derrochar empatía y cordialidad, ostentar generosidad y prodigar aquello que siempre ha sido realmente valioso: los apreciados minutos de nuestro tiempo y los átomos de la sincera consideración.

El único elemento que jamás pierde su valor, aquello que nunca de deprecia ni se devalúa, es la quintaesencia que nos confiere la calidad de humanos, es por eso que ante las adversidades y las amenazas… se activa un mecanismo ancestral, despierta un instinto perpetuo para preservar la especie y embellecer el mundo…

Muchas, muchísimas veces: mil gracias a mis lectores, porque su amable consideración le confiere sentido y significado a mis palabras.

Feliz Año Nuevo!

domingo, diciembre 21, 2008

El retorno

En algún lugar materializado, cuando todas las medidas se desmoronan y la realidad es imponderable, ante la encrucijada del porvenir, el retorno a la esencia es el único sendero apacible y seguro…

Dicen los que saben, que las crisis no deben entenderse como catástrofes, que en el fondo de los procesos decadentes siempre yace una oportunidad, y que por eso, la reflexión recuperada es el principal beneficio de las situaciones críticas.

La crisis global llegó para quedarse, y aunque se originó por la desmesura en el mercado de valores virtuales trascendió a la economía real, repercutiendo en la vida cotidiana de miles de personas y lesionando las aspiraciones de muchos miles más.

Pero el derrumbe de los mercados también ha propiciado la depuración de la idiosincrasia: la prudencia y la mesura que alguna vez sucumbieron ante el consumo compulsivo, resurgen para atenuar el impacto de la crisis.

Sí!... todas las situaciones generan experiencias, y suele aprenderse mucho más en los fracasos. Y la enseñanza de esta crisis consiste en revalorar los bienes intangibles, aquellos que se sustituyeron por tarugada y media, y que fueron desplazados del imaginario colectivo por la esplendorosa parafernalia del lucro.

Cuando la cultura del tener se desmorona es el momento propicio para rescatar y reivindicar la cultura del ser. Los estereotipos del mercantilismo global, inculcados en un bombardeo mediático, ahora carecen de sentido y, ojalá, desapareciesen esos patrones fatuos que estratifican a los individuos en función de los objetos que ostentan; sería un avance de magnitud planetaria si se extinguiesen esos códigos vacíos que distinguen a los seres humanos sólo por sus posesiones.

Por eso ahora, cuando la crisis global coincide con la decadencia de una época deshumanizada y deshumanizante, surge la oportunidad para corregir el rumbo y ajustar el orden de las ideas; y entonces, el único sendero seguro y apacible es el retorno a la esencia legendaria que nos humaniza.

Porque en el trayecto hacia la interioridad, la desventura se transforma en templanza, lo verdaderamente hermoso recupera su aureola y lo realmente valioso elude todas las cifras. Porque en la atmósfera del desconsuelo, el calor humano irradia generosidad: y en ese elemento primigenio germina la semilla de la esperanza, florece en una pizca etérea e intangible, y brota el hilo con el que se tejen los sueños.

Por todo eso, en esta Navidad deseo que emprendamos el retorno a la esencia humana, para que germine la esperanza y florezcan los anhelos.

A todos, absolutamente a todos los lectores, a mis editores y a todo aquel que tenga la bondad de leerme, les deseo que recuperen sus caudales intangibles, para que los compartan y los derrochen; que una aureola generosa abrigue todos sus momentos, y que sean humanamente plenos.

Pero sobre todo deseo, que nunca olviden que nuestra forma y consistencia está hilvanada con el mismo material con el que se tejen los sueños.

Feliz Navidad!

domingo, diciembre 14, 2008

Los capítulos perdidos del código negro

En algún lugar del protocolo oficial, en el epílogo del ceremonial, en una nota escrita con letra cursiva y diminuta, se remite a los capítulos perdidos del código negro: un ordenamiento ancestral para ejercer todo el rigor del Estado; pero esos capítulos se perdieron en la oscuridad de los tiempos y el código negro es una ley no escrita, porque no existe justificación alguna para el ejercicio abusivo y exhaustivo del poder…

La esencia de cualquier régimen emana del ejercicio del poder, como titular del monopolio de la fuerza. Así se distinguen las dictaduras y las democracias, los regímenes represores y los gobiernos incluyentes y participativos. Y la contingencia que activa los mecanismos para la aplicación de la fuerza pública surge, inexorablemente, por la crítica.

En cuanto surge la crítica que incomoda al régimen, la oligarquía recurre al código negro que establece los mecanismos y los instrumentos para disolverla o disuadirla: la disidencia usualmente, se controla mediante dos procedimientos, que si bien difieren sustancialmente entre sí, están diseñados para avasallar y domesticar la crítica que exhibe las deficiencias y excesos en la administración pública.

Uno de esos procedimientos es la cooptación: el Estado, amparado en este modelo de organización -resultado de la contaminación política de los significados históricos- ejerce sus atribuciones para crear y ocupar las vacantes que se producen en la administración pública sin la intervención de criterio externos.

La cooptación, caracterizada por la sutileza y el ingenio, logra atraer a los críticos al círculo del poder, los incluye en la nómina y el régimen los engulle. La astucia implícita en la cooptación explota las vulnerabilidades del modus vivendi de los disidentes para ofrecerles la solvencia del modus operandi dentro del gobierno. Este procedimiento se consagró en la frase del entonces presidente José López Portillo cuando se refirió a la crítica periodística diciendo: “no les pago para que me peguen”. Aunque este mecanismo ha comprobado su efectividad desde el Priato, no exclusivo de ese régimen.

Y no!... No todos los sujetos claudican mediante la cooptación. En aquellos casos excepcionales en que las convicciones y la conciencia son firmes e incorruptibles, el Estado suele ejercitar una variante, tan perjudicial y vil como la cooptación: la indiferencia, esa legendaria manifestación de la crueldad que degrada en la impunidad.

En este binomio, la cooptación ha producido impecables intelectualidades orgánicas y artistas serviles; pero la indiferencia, se ha materializado en la impunidad y el olvido oficial de la muerte y desaparición de periodistas.

Un informe de Reporteros Sin Fronteras (RSF) indica que México encabezó el año pasado la lista de periodistas asesinados o fallecidos por motivos relacionados con el ejercicio de su profesión, en crímenes ejecutados por bandas relacionadas al narcotráfico. México es el país más peligroso para ejercer esta profesión en América Latina y el Caribe, por delante de Colombia y Brasil.

Robert Shaw, de International Media Support (IMS) señala "una creciente cultura de la impunidad, que empeora cada día", y enfatiza que la falta de resultados en el combate a las agresiones a periodistas en México obedece a omisiones legislativas, a la inexistente voluntad política y a largos procesos judiciales que casi criminalizan a las víctimas.

El segundo procedimiento para domesticar la crítica y la disidencia es la represión, que admite un sinfín de versiones, pero el común denominador en todas las manifestaciones es el peso, - contundente, específico y coercitivo- que recae sobre los demandantes u opositores para inhibir las expresiones de inconformidad, acallar los reclamos sociales y extinguir las denuncias ciudadanas.

La represión, sea cual fuere su intensidad de la fuerza pública aplicada y la magnitud del sector controlado, es el indicativo de la tiranía por excelencia; en el planeta, ninguna de las hegemonías, de los regímenes absolutistas o totalitarios, de los imperios o dictaduras, han surgido sin el ejercicio previo de la represión.

Sí!… en la política todo es cuestión de matices, y así, el ejercicio de la represión dependerá del impacto de la denuncia. En un código negro, no escrito pero vigente, se ponderan los mensajes de la ciudadanía que disiente con el estado; algunas de esas denuncias y disidencias serán ignoradas, pero otras activarán el mecanismo represor del estado.

Lamentablemente, existen dos casos recientes que ejemplifican los grados y la intensidad de la represión: Javier Herrera Valles, ex comisionado de la Policía Federal Preventiva, y el Dr. José Manuel de Jesús Ortiz Ampudia, presidente del Consejo Médico y Ciudadano en Tijuana. Javier Herrera Valles denunció públicamente al secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna y actualmente se encuentra bajo arraigo acusado de recibir dinero del narcotráfico; el Dr. Ortiz Ampudia encabezó y organizó protestas contra la inseguridad para exigir que se erradique el secuestro en esta frontera, fue despedido de la clínica Issstecali que administra el gobierno estatal encabezado por el panista José Guadalupe Osuna Millán.

No!... Estos procedimientos para erradicar la crítica y la disidencia no son propiedad intelectual de su autor; podría decirse que son el legado de la clase gobernante del siglo XX, o peor aún, que ya son del dominio público. Lo preocupante es la deleznable vigencia de estos procedimientos y su evidente adaptación a la ideología de cualquier régimen, ya sea priísta, panista, perredista.

En estas circunstancias, el valor civil es una virtud amenazada en un entorno que sojuzga la crítica y que doblega a los disidentes, porque el valor civil es una amenaza para un régimen que aplica al pié de la letra… aquellos capítulos que se perdieron en la oscuridad de los tiempos y que actualiza las reglas no escritas del código negro, porque nunca habrá justificación alguna para el abuso del poder…

domingo, diciembre 07, 2008

Abracadabra

En algún lugar de la parafernalia, entre las alegorías, comedias y artificios, la partidocracia reserva sus propuestas para el momento oportuno y ejerce el poder para preservarlo; y por eso, las panaceas, las propuestas maravillosas, los plazos y las soluciones mágicas surgen únicamente en torno al proselitismo…

Las propuestas impactantes para aliviar los males endémicos que flagelan al país, y la disposición para atender las demandas sociales se postergan hasta la época electoral. Durante ese periodo de tiempo, y sólo en la víspera de los comicios, la voz de la ciudadanía adquiere una resonancia inusitada; bajo el influjo del poder, súbitamente aparece el hilo milagroso que habrá de zurcir el desgarrado tejido social.

Como por arte de magia, se logra el consenso en el legislativo y se aprueban dictámenes y reformas, como si la unanimidad fuera un parámetro para ponderar la eficiencia en el Congreso de la Unión. Con visión proselitista, ninguna de las bancadas pierde la oportunidad para distinguirse ante la ciudadanía y la aprobación de iniciativas obedece a los costos políticos, traducidos en votos.

Entre juegos y malabares, la Comisión de Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados, aprobó por unanimidad incorporar a la Constitución Política las figuras del plebiscito y referéndum, lo permitirá que la ciudadanía participe en cuestiones administrativas y modificaciones a la Carta Magna.

Levitando sin cables y flotando sobre el ambiente electoral, la fracción del Partido del Trabajo (PT) en la Cámara de Diputados presentó una iniciativa de reforma que plantea prohibir al Estado mexicano el rescate de empresas privadas como bancos, carreteras y otros sectores; la reforma al Artículo 73 constitucional establece que "en ningún caso el Estado Mexicano emitirá leyes, decretos, acuerdos, contratos o disposiciones de carácter general mediante los cuales se convierta en pública la deuda de agentes económicos privados".

El conejo que saltó de la chistera del gobernador priísta, Humberto Moreira Valdés, traía consigo un tabú: restablecer en la Constitución Federal la “pena de muerte para los plagiarios que torturan y matan a sus víctimas”. Esta propuesta, que provocó polémica en la clase política y agilizó la opinión pública, surgió en el momento preciso y su impacto fue debidamente calculado obedeciendo a los tiempos y movimientos electoreros.

Como verdadero escapista, Felipe Calderón se incorpora al elenco de la magia electorera con una desaparición asombrosa: aseguró ante la cúpula del PAN que no interferirá en el proceso electoral de 2009; entre el polvo de estrellas blanquiazules, la ilusión surgió ante los coordinadores parlamentarios en ambas cámaras, legisladores federales y locales y aspirantes a gobiernos estatales, cuando el presidente sostuvo que actuará con “imparcialidad y sin abusos”.

Pero la consagración en el ilusionismo se produjo cuando Calderón asumió la dirigencia subrepticia de su partido y presentó el lema de las futuras campañas, cuando exigió a los dirigentes ponerse a trabajar e ir casa por casa, barrio por barrio, para convencer a la ciudadanía de que “Acción Nacional es la mejor alternativa de gobierno”.

El proceso es ya inminente e inevitable, y en los tiempos venideros bastará pronunciar las palabras mágicas y de la nada absoluta aparecerán los trucos y embelecos, las argucias y las consignas que escucharemos hasta el hartazgo durante las próximas campañas; las grandes soluciones en plazos pequeños, -los cien días o los quince minutos-, se condensarán en las estrategias electoreras… las panaceas, las propuestas maravillosas, los plazos y las soluciones mágicas surgirán en torno al proselitismo…

domingo, noviembre 30, 2008

La impunidad como adjetivo

En algún lugar del régimen, sobre el perímetro que condensa las atribuciones del poder, existe una atmósfera repelente que excluye cualquier atisbo de la realidad; por eso, dentro de la burbuja presidencial, los motivos más contundentes en la toma de decisiones, son la comunión de intereses y el apoyo incondicional…

Los adjetivos que califican y describen a un régimen suelen asignarse en función de las acciones gubernamentales emprendidas, de sus resultados y de los ajustes y reacciones correctivas. En esa lógica, la actuación de Felipe Calderón como mandatario podría describirse como la institucionalización de un compacto círculo de amistades incondicionales, como la oficialización de la impunidad.

A cien días del Acuerdo Nacional para la Seguridad, el único resultado obvio es la desesperanza generalmente compartida: los reclamos públicos de Fernando Martí, Nelson Vargas e Isabel Miranda de Wallace, son la ínfima proporción de todos los secuestros que se cometen en el país; los tres padres de familia, como valerosos denunciantes, conforman un porcentaje microscópico de todos los ciudadanos afectados y las familias ultrajadas por el secuestro.

Existen más de mil familias en el quebranto moral por las aborrecibles consecuencias del secuestro, pero esa inmensa mayoría no dispone de los recursos para denunciar públicamente la negligencia de las autoridades. Y aún peor, los tres niveles de gobierno aluden a la denuncia ciudadana como el mecanismo para reducir la criminalidad, pero evaden la cifra negra, ese doloroso porcentaje de los casos no denunciados por la desconfianza en las corporaciones policiacas.

Entre los resultados presentados por el gobierno federal, sobresalen las detenciones de líderes de los cárteles del narcotráfico, desviando deliberadamente la atención hacia esta manifestación de la criminalidad, a la que se han adjudicado todas las culpas y el móvil de todos los delitos.

Pero el índice oficial de la eficiencia en la lucha contra la delincuencia excluye las evidencias de corrupción que involucran a los colaboradores de Felipe Calderón, amigos e incondicionales, como Juan Camilo Mouriño, el fallecido Secretario de Gobernación, y Genaro García Luna, actual Secretario de Seguridad Pública.

Fernando Martí fue contundente cuando lanzó el dilema: o cumplen o renuncian; Nelson Vargas exhibió la podredumbre en las instancias encargadas de la investigación de los delitos; Isabel Miranda de Wallace indicó que “México Unido Contra la Delincuencia” -organismo infiltrado y cooptado por el propio Genaro García Luna, Secretario de Seguridad Pública- monopoliza la información sobre los casos de inseguridad en el país.

Las denuncias, ciudadanas y públicas, terminarán en el cajón de los olvidos, como las cartas de Javier Herrera Valles, ex comisionado de la Policía Federal Preventiva que señaló las anomalías en la Secretaría de Seguridad Pública, ahora sujeto a arraigo.

Es evidente que el criterio rector en el calderonismo es el apoyo incondicional a los incondicionales y que la impunidad es el único adjetivo para describir lo indescriptible; es obvia la existencia de esa atmósfera que repele y excluye cualquier atisbo de la realidad, porque en esa burbuja presidencial, la justicia y la paz social se postergan por la comunión de intereses y el apoyo incondicional…

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lunes, noviembre 24, 2008

Figura excepcional

En algún lugar palaciego, donde se fabrican las máscaras y las aureolas de las imágenes públicas, al final de un corredor sombrío se encuentra el archivo de las excepciones; ahí se conservan las biografías que no admiten matices y aquellas acciones imborrables de la memoria colectiva…

En cuestiones de imagen pública existen retos y excepciones; los retos surgen cuando debe confeccionarse el carisma para personalidades sin talento ni gracia, suelen ser casos extenuantes con pocas posibilidades de éxito; las excepciones están configuradas con los eventos y personajes que permanecen en la opinión pública, y por eso, no hay estrategia alguna para encubrir o suavizar la imagen de aquellos que han escrito su biografía sin escrúpulos.

El Licenciado Fernando Gómez Mont es un caso excepcional en el diseño de imágenes públicas. En el currículum del actual Secretario de Gobernación destaca su brillante intervención como abogado en los juicios más lucrativos que implicaron a políticos y empresarios en conductas delictivas como fraude y corrupción.

Como funcionario público, Gómez Mont, ha combinado la política y la abogacía; a su autoría se atribuyen las modificaciones constitucionales que han permitido la absolución de connotados e ilustres delincuentes de cuello blanco, como los ex banqueros Carlos Cabal Peniche y Jorge Lankenau, artífices de fraudes millonarios que posteriormente se incorporaron al Fobapora.

Entre sus defendidos más ilustres y notables se encuentran: Tomás Peñaloza Webb, acusado de fraude al Instituto Mexicano del Seguro Social; Gerardo de Prevoisin, ex director de Aeroméxico acusado de fraude y transferencia ilícita de recursos; Rogelio Montemayor Seguy, ex director de Pemex, acusado de triangular fondos de la paraestatal para la campaña presidencial de Francisco Labastida.

Por eso, en estos momentos, cunde la desesperación en el Departamento de Imagineria Pública del Calderonismo. El Licenciado Gómez Mont, como titular del Palacio de Cobián, es una figura excepcional, porque no existe estrategia ni técnica para disolver los avatares en su trayectoria profesional.

No!... Tampoco la politiquería, ni la demagogia pueden encubrir todas evidencias; y suele suceder, que se producen efectos adversos. Aunque en el discurso de Felipe Calderón, el nuevo secretario de gobernación aparece como “modernizador”, “reformador” y como “una pieza clave en el proceso de transformación democrática”; entre las líneas del discurso presidencial se entiende que Calderón deposita toda su confianza en su ex compañero de la Escuela Libre de Derecho para implementar la Reforma Penal recientemente aprobada.

El arribo al gabinete presidencial de una personalidad como Gómez Mont envía señales realmente desconcertantes: el estado mexicano se encuentra en guerra contra la delincuencia organizada y el encargado de la seguridad nacional es un flamante defensor de delincuentes distinguidos; la reforma penal será implementada por un experto en tergiversar el sentido de la justicia.

Y más desafortunada aún, fue la licencia discursiva del propio Gómez Mont, cuando equiparó la lucha contra el narcotráfico con los ideales de la Revolución mexicana, con mayúsculas. Porque, en apego a la lógica del discurso, debe entenderse que un defensor de la aristocracia será el adalid del pueblo mexicano.

Lo único claro en esta designación, es que la soledad se cierne cada vez más sobre Felipe Calderón, que el círculo del poder incluye a sus amigos e incondicionales, que el criterio presidencial carece de sensatez, que por eso, ignora lo consignado en el archivo de las excepciones, y que se pretende reinventar las biografías que no admiten matices y desvanecer las acciones imborrables de la memoria colectiva…

domingo, noviembre 16, 2008

El poder oculto de las palabras

En algún lugar de la desventura, cuando se percibe una esperanza en el porvenir, justamente en el horizonte de las expectativas, las palabras deben despojarse de los artificios y los significados deben desnudarse; sólo entonces, el discurso público proyectará la realidad y se extenderá desde el callado suplicio cotidiano hasta la justicia social, desde la marginación hasta la igualdad…

Las albricias del triunfo electoral de Barak Obama provocaron el júbilo multitudinario porque llevaban implícito un mensaje de esperanza y reivindicación a las minorías y a los grupos marginados. En todos los rincones de la desventura se anunció el primer gran retroceso de la discriminación y del racismo en el bastión de la xenofobia.

El próximo presidente de Norteamérica es la manifestación tangible del sueño americano, la encarnación del anhelo de miles de migrantes que buscan un porvenir mejor en ese país. Sin embargo, todos los asuntos relacionados con las fronteras y los trabajadores migratorios fueron excluidos de los debates y de los discursos durante el proselitismo.

La tendencia de Obama como candidato inició como una respuesta a los reclamos de los familiares de los soldados en Irak, prometiendo un cambio a los grupos vulnerables, a las minorías marginadas y al sector flagelado por el desempleo y la crisis hipotecaria. Pero gradualmente, las propuestas se suavizaron conforme la candidatura adquiría fuerza, fondos y simpatizantes. Por eso ahora, ante el umbral del imperio, es imprescindible que Obama incluya en su discurso y en su agenda la reivindicación de la estirpe que lo llevó a la cima del poder.

El voto y la simpatía del sector hispano fueron determinantes en el resultado de los comicios del 4 de noviembre: he ahí la razón y la fuerza del proyecto de una reforma migratoria integral que presentará a Obama la Coalición por los Derechos Políticos de los Mexicanos en el Extranjero, cuya propuesta no consiste en la regularización de los ilegales en Estados Unidos, sino en institucionalizar la migración, y eliminar la persecución y la criminalización de los trabajadores migrantes.

Este mensaje llegó a Mexicali con la visita de Alan A. Benjamin, coordinador de The Organizer, periódico afín al Acuerdo Internacional de los Trabajadores y los Pueblos (AITP), y Al Rojas, representante del Frente de Mexicanos en el Exterior, quienes participaron en la Segunda Conferencia Binacional “Globalización Migración/Inmigración” en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), y asistieron a una Mesa de Redacción en el periódico la Crónica de BC.

Como representantes de los trabajadores extranjeros en Norteamérica expusieron que aún predominan la explotación y la discriminación, el racismo y el abuso, el incumplimiento de las prestaciones elementales, y que estas circunstancias se extienden a los convenios conocidos como “Programa de Trabajadores Huéspedes”.

Explicaron que el deterioro de las condiciones de trabajo, incluso el fallecimiento durante las jornadas en el campo, son algunas de las consecuencias del pacto entre la Unión de Trabajadores del Campo (United Farm Workers), el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, y los empresarios del sector agrícola. Los llamados “agribusiness” actualizan las aberraciones de la explotación que se creían superadas.

Indicaron que la respuesta del gobierno estadounidense a las movilizaciones multitudinarias del 2006 fue una represión feroz contra los migrantes: redadas, ordenanzas y operativos policiacos fueron implementados para la expulsión masiva de indocumentados.

Por eso ahora, ante Obama, como la figura que concentra las esperanzas de las minorías, esperan que la realidad surja en las líneas del discurso político, que las palabras se despojen de la máscara que oculta el padecimiento de miles de trabajadores desprotegidos, y que los títulos de las reformas y programas designen su verdadera dimensión.

Porque en el discurso político las palabras adquieren una cualidad turbia y perversa para encubrir la realidad; por eso, se aprueban leyes y se implementan programas cuyo objetivo es el antónimo del título; y cuando se dice “apoyo” se promociona la “indefensión”, con el sustantivo “huésped” se ocultan mil y un abusos, por la palabra “amnistía” debe entenderse “persecución”, y bajo el ideal genérico de los “derechos” yacen las aberraciones de la explotación.

Pero las palabras se clarifican en un entorno solidario, se purifican con la velocidad de la empatía y se engrandecen por la coincidencia. Y así, en el entorno virtual se configura la multitud que el próximo 21 de enero marchará desde todos los rincones de la desventura para exigir un discurso acorde con la realidad, una cita en la agenda presidencial, un rubro en la legislación y un espacio digno en una sociedad que se ha enriquecido explotando a quienes desprecia.

En las palabras de Al Rojas, sobresale la necesidad de eliminar las etiquetas despectivas, los estigmas insultantes y los peyorativos, porque la fuerza de trabajo que ha soportado el peso de la economía estadounidense no está formada por hispanos o mexicanos, ni por latinos o sudacas, ni por ilegales o braceros, ni por indocumentados o migrantes: está formada por seres humanos dispuestos a trabajar para ganar dignamente el sustento.

La presidencia de Obama representa la realización inusitada de una ficción y es una oportunidad por mucho tiempo esperada; por primera vez, residirá en la Casa Blanca un heredero de la porción de la humanidad históricamente más ultrajada y despreciada, y es ahí, justamente en el horizonte de las expectativas, donde las palabras deben despojarse de los artificios y los significados deben desnudarse; sólo entonces, el discurso público proyectará la realidad y se extenderá desde el callado suplicio cotidiano hasta la justicia social, desde la marginación hasta la igualdad…

domingo, noviembre 09, 2008

Síndrome de Fragilidad Compartida

En algún lugar del quebranto, cuando la vulnerabilidad es un síntoma socializado, la indefensión se expande como una epidemia incontenible, porque la salud y la integridad, la vida y la muerte dependen del talante de un delincuente…

Baja California, enfáticamente la ciudad de Tijuana, padece los estragos de la violencia en todas sus manifestaciones; las autoridades justifican el incremento de los delitos del orden común por la adicción a las drogas y adjudica todos los delitos de alto impacto a las redes del narcotráfico. Pero las generalizaciones suelen ser ociosas y la gama insufrible del delito aún no admite exclusividades; la delincuencia surge en todos los ámbitos y estratos sociales.

En Tijuana, los médicos padecen la victimización consuetudinaria de la delincuencia organizada y han sufrido el secuestro en todas sus variantes y modalidades. El secuestro es ese virus que pulula en esta época, que se reproduce y se expande sin control y flagela a la ciudadanía sin esperanzas de un pronto alivio.

El diagnóstico inicial determina que la entidad bajacaliforniana presenta el síndrome de fragilidad compartida y un agudo deterioro en la salud pública en cuestiones de confianza en las instituciones.

Dicen los que saben, que la desconfianza respecto al poder es una actitud socialmente compartida, que la sospecha generalizada surge por las demostraciones, constantes y contundentes, de la intrínseca corrupción para perpetuar el dominio, y que por eso, la actuación de las autoridades provoca recelo y escepticismos.

Y si la desconfianza social surge por acciones desmedidas, injustificadas o escabrosas; luego entonces: la pasividad, la omisión, la impunidad, el silencio, o la impericia de las autoridades provocan un malestar que lesiona gravemente al inconsciente colectivo.

La imagen del dolor, concentrada en la figura de los médicos, se expone en la carta abierta fechada el viernes 7 de noviembre de este año y dirigida al presidente Felipe Calderón Hinojosa por los integrantes del Consejo Médico Ciudadano, encabezado por José Manuel de Jesús Ortiz Ampudia, en la que denuncian “un vacío de poder en el estado de Baja California”, generado por la escalada de delitos de máxima gravedad y alto costo social.

En la misiva, los médicos le hacen notar al mandatario que en los 311 días que van de este año, 580 personas han sido asesinadas, lo que corrobora la existencia de “un estado de sitio delincuencial ante la incapacidad de las autoridades estatales y federales para reaccionar, frenar y atender la prevención de este tipo de delitos”.

Ese viernes, los médicos de Tijuana trabajaron bajo protesta por el reciente secuestro de uno de sus colegas y se manifestaron en las afueras del Centro de Gobierno. Consternado por la fragilidad compartida de los médicos, el destino les envió una providencial coincidencia y en un encuentro fortuito con el gobernador José Guadalupe Osuna Millán los médicos exigieron resultados, reclamaron la seguridad y protección que el estado está obligado a proporcionar a todos los ciudadanos, y anunciaron que el lunes 10 de noviembre se inscribirá en las crónicas tijuanenses como “Un día sin médicos”.

Por lo tanto: todos debemos mantener la calma y cuidar la salud, porque la estrategia para el combate al crimen organizado que se aplica en Baja California, se diseña en, y desde, el gobierno federal. Y en estos momentos, todo el poder ejecutivo está inmerso en el duelo por la pérdida del secretario de Gobernación, cuyo fallecimiento desquicia no sólo al presidente, sino que trastorna y posterga los resultados del Acuerdo Nacional de Seguridad, firmado el 21 de agosto en Palacio Nacional, cuyos avances deberían presentarse en los primeros cien días. Otra lamentable contingencia: las reformas y compromisos de justicia y legalidad deberán readecuarse por el deceso de Santiago Vasconcelos, el primer zar anti-drogas de México.

Y aún existe un riesgo mayor: todos los síntomas de la indefensión socialmente compartida pueden agravarse ante la posibilidad de un atentado que exhiba la vulnerabilidad de la impenetrable burbuja del poder. Ahora, más que nunca, el imperativo de justicia adquiere rasgos de una reivindicación política, social, humana y moral.

Pero mientras el ejecutivo y las huestes panistas se desgarran las vestiduras en homenajes y ceremonias luctuosas, la delincuencia sigue ejerciendo el dominio en la plaza bajacaliforniana. Y la sucursal del calderonismo en Tijuana se mantendrá a la expectativa hasta que el ejecutivo federal tenga a bien girar las instrucciones que estime convenientes.

Lo recomendable en épocas de desconsuelo es abrigarse con una coraza blindada, evitar las exposiciones prolongadas de la prosperidad y encomendarse al ángel de su guarda, porque todas las circunstancias indican que la estrategia federal no será inmediata, y que el hartazgo de los médicos es tan sólo una pequeña muestra de la indefensión que se expande como una epidemia incontenible, porque la inseguridad enferma más a los cachanillas que el estrés y la contaminación… y porque la salud y la integridad, la vida y la muerte ya no dependen ni de Dios, ni de la ciencia, ni de la justicia, sino del talante de un delincuente…

domingo, noviembre 02, 2008

Alquimia social

En algún lugar metódico, donde el rigor científico pondera todos los fenómenos, entre los porcentajes y las estadísticas existe una excepción incuantificable; el albedrío es ese prisma indefinible que esquiva todas las fórmulas, y es por eso, que aún no existe un mapa de los recovecos de la condición humana…

Los comicios electorales del 4 de noviembre serán la ocasión perfecta para cuantificar lo imponderable. La elección presidencial en Norteamérica no sólo confronta los proyectos de los partidos políticos y la personalidad de los candidatos, éste ejercicio democrático involucra actitudes del electorado que permanecieron en el sótano del inconsciente colectivo debidamente custodiadas por un ejército de prejuicios.

El predominio del racismo y la supremacía blanca, la extensión de la ignorancia y la magnitud del conservadurismo a ultranza, han eludido cualquier medición hasta este momento. En una inmensa espiral de silencios, los encuestados ocultaron su verdadera intención de voto; plenamente conscientes de los valores políticamente correctos, los racistas y ultraconservadores ocultaron el sentido de su voto.

El contraste entre Barak Obama y John McCain trasciende las cuestiones raciales: los comicios electorales definirán la idiosincrasia predominante, el color del inconsciente colectivo. Los norteamericanos también deberán decidir respecto al aborto y la legitimidad de la unión civil entre homosexuales; también definirán las atribuciones de su gobierno y las prioridades de la administración pública. Los matices históricos surgen porque esta elección se materializará el criterio de los estadounidenses en el contexto de una hegemonía decadente.

Estas elecciones se realizarán en medio de la peor crisis económica en la historia norteamericana, cuando se han confrontado dos discursos completamente opuestos y dos personalidades recíprocamente excluyentes: mientras Barak Obama propone la ruptura de paradigmas para reorientar el rumbo de las políticas públicas, John McCain encarna al patriotismo exacerbado y defiende las prioridades de la economía bélica y el dogma del expansionismo.

Los pronósticos son reservados, porque el comportamiento del electorado norteamericano ha sido impredecible, dando lugar a resultados inverosímiles, como el segundo periodo presidencial de George W. Bush. Además del esquivo factor racial en las encuestas, existe un patrón persistente de fraude electoral, perfectamente implementado y culturalmente asimilado en varias regiones del país. En estas circunstancias, la jornada electoral no solo determinará al presidente y la composición del Congreso, también se evaluará la eficiencia de todo el aparato democrático.

El resultado del sufragio popular cuantificará la influencia de los sectores sociales en el porvenir nacional; se consolidará la presencia del sector hispano, o se manifestará públicamente el fervor de los grupos racistas y xenófobos, o se actualizan los perjuicios arcaicos y obsoletos. Independientemente de quien resulte vencedor, el proceso electoral determinará la composición exacta del pensamiento del pueblo norteamericano.

Por todo eso, el martes será una oportunidad extraordinaria para la alquimia social: por esta única ocasión, será posible capturar en un matraz el calor de la esperanza, evaporarlo y condesarlo bajo la frialdad de las cifras; en una molécula suspendida se identificarán los enlaces afectivos y las partículas de solidaridad que flotan en el aliento de las minorías; se obtendrá el suero de la identidad y se harán todas las combinaciones posibles; y tal vez, los alquimistas definirán el prisma del albedrío que ha esquivado todas las fórmulas, y trazarán el primer esbozo de los recovecos de la condición humana…

domingo, octubre 26, 2008

Hiper terrorismo

En algún lugar del hiperespacio, cuando se diluyeron las fronteras entre la realidad y las ficciones, emergió un imperio ubicuo que entronizó a la imagen como el origen y el destino de la verdad; desde entonces, deambulan en el mismo sendero las certezas absolutas y falacias atroces, los más altos preceptos y los embustes más ruines comparten el mismo rango…

Hace apenas unos días en la Red, se activó un detonante en una progresión geométrica, expandiendo factorialmente una falsa alarma: a través de una vertiginosa cadena en el correo electrónico circuló un video de nueve minutos propagando la inminencia de una conspiración para sustituir al dólar por una nueva moneda llamada “amero”; Hal Turner, el protagonista del video, advierte sobre la hecatombe del 2009 y la suplantación masiva del dólar por el amero, fijando en niveles escalofriantes la paridad entre las dos divisas.

El desconcierto implícito en este mensaje se expandió a la enésima potencia, con el agravante de las supuestas medidas de seguridad que Hal Turner publicó en su blog. Este pseudo periodista predice un clima inexorable de anarquía, caos y terror, y aconseja abandonar la ciudad, conseguir víveres y provisiones, comprar armas, aprender a cazar y perder el miedo a matar.

Sí… el rumor es infundado, la idea es descabellada, pero el motivo es espeluznante: provocar el pánico, generalizar el temor, aterrorizar a una multitud de incautos e ingenuos. Sí algún día estas acciones se tipificasen jurídicamente, equivaldrían al delito de terrorismo en su modalidad virtual, con el agravante de lesiones a la sensatez social.

La charlatanería ha existido en todos los lugares y en todas las épocas, y sus estragos varían en función del alcance de los embelecos y las supercherías. Hoy por hoy, la magnitud de los embustes es imponderable; cualquier farsante puede incursionar en la Red y circular en las autopistas de la desinformación, divulgando cualquier cantidad de imbecilidades disfrazadas de veracidad.

Los impostores deambulan vestidos de profetas en épocas de incertidumbre, provocando ansiedad y angustia, esparciendo el temor por el advenimiento de catástrofes apoteósicas, y lo que es peor, despertando el salvajismo inherente en los hombres con el pretexto del instinto de conservación.

Los embelecos y las falsas alarmas cobran sentido cuando no existen certidumbres socialmente compartidas, cuando ninguna de las instancias de poder, fáctico o legítimo, ofrece una perspectiva viable. Actualmente, abundan versiones contradictorias, se improvisan medidas correctivas ante la emergencia, pero la fuerza del mercado ha excedido cualquier intento de contenerlo.

“La conspiración del amero” que sorprendió a muchos y alarmó a cientos de usuarios en la Red, debe su éxito a las características del entorno virtual; en este incidente se confirma la sentencia de McLuhan y la espectacularidad del medio ha desplazado al contenido del mensaje. En el imperio de la imagen, en la hipermedia y en la telecracia, se ha erigido a la pantalla (del monitor o del televisor), como la única fuente de información fidedigna, tendencia capturada en la cínica frase de Brozo, el Payaso Tenebroso: “si no lo ha visto aquí (en televisión), es porque no ha sucedido”.

Pero la ofensiva contra la sensatez es una realidad. La conspiración del amero y el pánico ante la pauperización de todo el continente son embustes vertiginosos y escalofriantes, pero además, desde la trinchera de la telecracia, se difunde una melcocha de cursilerías, un merengue insufrible de fatuos alientos. En un infame testimonial de Televisa, supuestas celebridades actúan un mensaje pletórico de sentimentalismos baratos, para minimizar el impacto de la actual crisis financiera y suavizar sus estragos en la economía real, en una evidente exhibición del servilismo de la cadena al régimen.

Ya sea desde la virtualidad de la Red o a través de promocionales televisivos, el único afectado es el espectador, a quien pretenden despojar, poco a poquito, de sus atribuciones de receptor. La ofensiva contra el discernimiento es paulatina y se recrudece en esta época de crisis e incertidumbre cuando los ataques contra la capacidad crítica se implementan en varias versiones y se difunden desde varias trincheras.

¿Yo?... pues le confieso que un solo día recibí dieciocho veces la cadena con el mensaje del amero; lo alarmante fue la cantidad de los mensajes, la velocidad con que se esparce una mentira debidamente disfrazada. La madurez mental como ciudadanos del entorno digital se logrará fortaleciendo el discernimiento y reactivando el hábito de la duda, sólo así será posible conservar intacta la cordura en un mundo hiper-mediatizado… donde deambulan en el mismo sendero las certezas absolutas y falacias atroces, los más altos preceptos y los embustes más ruines comparten el mismo rango…

domingo, octubre 19, 2008

Índice de perversidad

En algún lugar de la incertidumbre, deambulan versiones de la realidad que carecen de credibilidad y pululan amenazas etéreas e insospechadas, y es por eso, que en el clima de la crisis se desvanecen paulatinamente las posibilidades y las oportunidades se marchitan antes de florecer…

La crisis financiera y la recesión de 1929 son los episodios más escabrosos en la historia moderno, y los fantasmas más siniestros en el mundo capitalista, es por eso que la simple enunciación de esos espectros produce ansiedad y pánico. Pero la debacle económica de un sistema erigido sobre los caprichos del mercado dejó de ser una remota posibilidad, abandonó el ámbito de las elucubraciones, hizo acto de presencia, y todo parece indicar que llegó para quedarse por un buen rato.

El mercado, como punto de convergencia y engrane maestro donde confluyen todos los intereses, es una de tantas invenciones de los seres humanos; pero además, en el duopolio intangible del Debe y el Haber, se agudizan y se magnifican las repercusiones de las intenciones. Un rumor infundado es capaz de disparar el índice de precios y cotizaciones.

El mercado está irremediablemente sujeto a las fluctuaciones de la oferta y la demanda, es altamente vulnerable y su comportamiento depende de la veracidad de la información, de la credibilidad de los participantes, de la certeza de los contratos, del rumbo de las decisiones. Todos estos factores son tan efímeros e insustanciales como el aliento de dragón embotellado al alto vacío, porque la ubicuidad es el ámbito del mercado global y la subjetividad su quintaesencia.

Pero si la naturaleza del mercado es etérea y volátil, sus estragos son definitivamente concretos, mundanalmente típicos, cuantitativamente observables, porque los desequilibrios en las teorías financieras siempre se traducen en abruptos desajustes en la vida práctica.

Cuando el mercado entra en crisis se produce una reacción en cadena, implotan argumentos, teorías, supuestos, modelos. Deambulan explicaciones inútiles, diatribas y peroratas enardecidas, que nada remedian, porque el principal factor de riesgo en el mercado global se sustenta en una inequidad colosal: una élite decide el rumbo del mercado, que incide en la calidad de vida del resto del mundo.

El factor se agudiza cuando se aplica a los millones de personas que viven en condiciones de pobreza, sea cual fuere el rango o su clasificación. Y si además se ponderan el perjuicio y el quebranto causados a la multitudinaria clase trabajadora por operaciones ultra-mega-hiper-millonarias, y se multiplican por el rango de legalidad de transacciones inmorales, la resultante será el indicador de un modelo carente de ética y sensibilidad social, excedido de avaricia, paupérrimo en humanidad.

Vgrs: la práctica de la especulación de capitales, productos derivados y títulos, actividad perversa por naturaleza, es una evidencia de la ubicuidad en que opera el mercado. Sólo en la virtualidad de los valores financieros es posible justificar la legalidad de un acto premeditado, deliberado, alevoso, ventajoso, cuyas consecuencias lesionan a una gran mayoría de incautos. La licitud de los delitos financieros surge por su omisión en las leyes, y la única sanción posible se produce en el territorio de la moralidad.

Y ni siquiera eso; los responsables de la especulación de la moneda en México están debidamente protegidos por el blindaje legaloide del régimen calderonista. Alegando que la especulación no es un delito, esgrimen la responsabilidad en el quebranto económico de millones de mexicanos. Ahí se comprueba el índice de la perversidad del modelo económico vigente.

¿Yo?... Se me ocurre que, tal vez, desde el satélite de la metaficción, este capítulo de la vida sobre el planeta Tierra podría describirse en una alegoría posmoderna de aliento exacerbado. Pero ahora y aquí, en el mundo del lucro, lo ético se opone a lo financiero, lo moral a lo legal, y en estas contradicciones surge una densa incertidumbre que acentúa la jodidez como estrato generalizado y globalizante; en la virtualidad del mercado global, el dinero carece de forma, sustancia y color, porque todo es efímero, excepto la angustia causada por la evaporación del porvenir; las decisiones son un privilegio de la élite y las repercusiones la responsabilidad de todos, nadie sabe nada, pero todos se preparan para enfrentar un futuro incierto, deambulan versiones de la realidad que carecen de credibilidad y pululan amenazas etéreas e insospechadas, y por todo eso, en el clima de la crisis se desvanecen paulatinamente las posibilidades y las oportunidades se marchitan antes de florecer…

domingo, octubre 12, 2008

La ironía en la parodia de la novela de la Revolución mexicana: Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia

Por: Laura M. López Murillo




Introducción

Debido a la cercanía del primer centenario de la Revolución mexicana es inevitable mirar atrás y recapitular; los análisis retrospectivos son insoslayables, aquellos que abarcan las expresiones artísticas que se han producido en torno a la Revolución, y los que ponderan los ideales, las conquistas y las secuelas de uno de los grandes movimientos sociales del siglo XX. La narrativa reflejó los cambios experimentados en la sociedad mexicana durante el siglo pasado: la vida campirana sucumbió paulatinamente mientras se propagaban nuevas costumbres, el entorno urbano y la modernización se consolidaron como nuevos paradigmas; y en la expresión literaria se desplegó en una gama de perspectivas, voces y estilos, entre los cuales aparece la parodia, estilo que desarrolló Jorge Ibargüengoitia.

Para sustentar el afán retrospectivo, se realizó una revisión bibliográfica para determinar las características de la novela de la Revolución mexicana y las principales tendencias literarias desde entonces. Sin embargo, los autores consultados mencionan brevemente la obra de Jorge Ibargüengoitia: en México en su novela, J. S. Brushwood le dedica apenas diez líneas a la obra Maten al león de Jorge Ibargüengoitia para indicar que el ambiente de la novela es ficticio pero que la situación política es reconocible porque es una representación apegada a la realidad latinoamericana; en Hacia la novela total: Fernando del Paso de Inés Sáenz, Jorge Ibargüengoitia sólo es mencionado en una cita textual de Von Ziegler, en la que establece que la Revolución mexicana es un tema inagotable.

Debido a la escasa consideración de Jorge Ibargüengoitia en las obras consultadas se decidió analizar su obra; por la cercanía del centenario de la Revolución mexicana se eligió la novela Los relámpagos de agosto. El propósito de este ensayo es examinar Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia para identificar la intervención de la ironía en esta novela y ponderar sus efectos en esta versión paródica de un tema que suele abordarse con solemnidad. Una de las dificultades en la investigación de la ironía fue la escasa bibliografía, el único texto disponible fue el Diccionario de Retórica y Poética de Helena Beristáin; no obstante, se obtuvo suficiente información en Internet, donde se localizaron estudios recientes de la ironía aplicados al análisis de diversas obras literarias. Los conceptos de la ironía que surgieron de esta investigación son más recientes que la novela de Ibargüengoitia, por lo que se espera que este ensayo contribuya al estudio de ironía, como la figura del pensamiento que logra proyectar los avatares del destino y que establece una complicidad con el lector.

En el primer capítulo, De la epopeya a la parodia, se presenta brevemente el desarrollo de la novela de la Revolución mexicana en siglo XX, se identifican el periodo y las tendencias literarias que predominaban cuando se publicó la novela Los relámpagos de agosto, y se incluye una semblanza de Jorge Ibargüengoitia. En el capítulo dos, El ámbito revolucionario, se identifican las características de la novela de la Revolución mexicana que se encontraron en Los relámpagos de agosto, se ubica el contexto histórico en el que se desarrolla esta novela y se presenta una síntesis. El tercer capítulo, La ironía como artificio, contiene el análisis de Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia, en el que se identifican las características de la parodia y la ironía en fragmentos seleccionados de la novela; también se ejemplifican las formas, matices y funciones de la ironía, y los actantes que en ella intervienen. Los resultados del análisis se presentan en las conclusiones del ensayo bajo el título Más allá del texto.




Capítulo 1: De la epopeya a la parodia


1.1. Panorama del contexto literario en el siglo XX

El rango de la influencia que ha ejercido la Revolución mexicana en la literatura es un parámetro muy esquivo; sólo puede determinarse con precisión el inicio del ciclo de la novela de la Revolución mexicana porque aún no declina su vigencia como tema ó escenario, como estilo ó técnica. Al respecto, en 1972 Seymour Menton cuestionaba el final de la Revolución mexicana y establecía que todas las novelas escritas en México desde 1910 merecían ser consideradas como novelas de la Revolución, en virtud de que el partido revolucionario instauró un régimen que conservó el poder político del país durante todo el siglo XX e influyó en todos los aspectos de la vida nacional (Menton, 37).

Uno de los estudios retrospectivos más esclarecedores es el que realiza Inés Sáenz en Hacia la novela total: Fernando del Paso. En el capítulo Fernando del Paso en el contexto de la novela mexicana del siglo XX, la autora establece que la Revolución mexicana impregnó la temática de la literatura decimonona, que por eso, es más realista referirse a la novela de la Revolución mexicana como un proceso creativo en constante transformación que no puede circunscribirse a periodos cronológicos. Sin las restricciones del género ni las limitaciones del tiempo, la Revolución mexicana es un tema maleable e inclusivo que aún acepta muchas perspectivas y provoca visiones diferentes; Inés Sáenz cita al crítico Jorge Von Ziegler cuando establece que el tema de la Revolución es un asunto inagotable y que "no se puede decir que exista una novela de la Revolución como corriente literaria, sino novelistas para los cuales el tema es la única identidad posible en este vasto y desorganizado mundo de posibilidades narrativas" (Sáenz, 20).

En ese inmenso espectro de posibilidades que conjugan y amalgaman la ficción y la realidad se desarrolló la narrativa mexicana en el siglo XX; este proceso de transformación se inicia con la Revolución mexicana porque con ella cambia la percepción de la historia y surge la diversidad creativa (Sáenz, 22). Por eso, cuando Inés Sáenz analiza el contexto literario en el siglo XX, inicia identificando las características de las novelas escritas durante la Revolución mexicana: el realismo testimonial de los relatos y la fusión entre el sentido crítico y la creación que impide la idealización de los personajes y del movimiento revolucionario (Sáenz, 27).

Las vertientes por las que fluye el análisis de Inés Sáenz son los autores Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Luis Spota, Elena Poniatowska, José Agustín y Gustavo Sáinz. El transcurso del tiempo coincide con el trayecto de su análisis, lo que hace posible identificar los rasgos que caracterizaron la obra de esos autores y relacionarlos con el contexto al que pertenecieron: la narrativa poética de Juan Rulfo se desplaza entre mitos, símbolos y el desencanto de la Revolución en el yermo campirano; la visión urbana es el crisol de épocas y razas donde Carlos Fuentes retrató a la nueva burguesía capitalina; Luis Spota describe el devenir del poder en el entorno político donde la vanagloria y el egocentrismo consolidaron el culto a la personalidad; con Elena Poniatowska se ausentaron los formalismos y proliferó el lenguaje coloquial de los marginados como protagonistas de la lucha revolucionaria; el escepticismo de José Agustín corresponde a un cambio de actitud en la manera de mirar al mundo, proyecta la vida cotidiana de los adolescentes y expresa su rebeldía; Gustavo Sáinz retó a los convencionalismos al describir la vida de los jóvenes en los perímetros urbanos de lo prohibido (Sáenz, 30-62).
Inés Sáenz puntualiza que con las novelas de José Agustín y Gustavo Sáinz en la década de los sesenta, se cierra el ciclo iniciado por Carlos Fuentes y Luis Spota en la década de los cincuenta (Sáenz, 64).

En este punto, es imperativo precisar que cuando concluía el ciclo de la descripción exhaustiva se publicó la primera novela de Jorge Ibargüengoitia Los relámpagos de Agosto en 1965; un año antes se publicó La tumba de José Agustín y ese mismo año se publicó Gazapo de Gustavo Sáinz, cuando la tendencia predominante era el rechazo a la solemnidad y a los convencionalismos lingüísticos, se incursionaba en el territorio de lo prohibido y la rebeldía se expresaba con irreverencia.
Fue entonces, cuando el “corrosivo alegato a favor del humor sarcástico y la ironía antihistórica”1 de Jorge Ibargüengoitia se integró a la diversidad de estilos y perspectivas compendiados en la novela de la Revolución mexicana. El crítico y ensayista literario Ignacio Trejo Fuentes considera que: 2 “El sarcasmo, la ironía y el sentido de la parodia constituyeron uno de los pilares más firmes de la obra de Jorge Ibargüengoitia. Uno de sus principales blancos en ese sentido fue la historia.” (Domínguez). Por mérito propio, Jorge Ibargüengoitia se incorporó al intenso trayecto de la narrativa mexicana del siglo XX, abordó el ferrocarril revolucionario en el fragor de la epopeya y se apeó en la estación de la parodia, con la firme intención de inaugurar una nueva forma de percibir la historia.


1.2. Semblanza de Jorge Ibargüengoitia3

Jorge Ibargüengoitia nació en 1928 en la ciudad de Guanajuato. Cuando se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México se incorporó al plantel docente; fue un literato con alto sentido crítico y su obra abarca novelas, cuentos, obras de teatro, artículos periodísticos y relatos infantiles. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores, de las fundaciones Rockefeller, Fairfield y Guggenheim. Obtuvo el Premio Casa de las Américas en 1964 por su novela Los relámpagos de agosto, que se publicó en 1965, y el Premio Internacional de Novela México en 1974 por Estas ruinas que ves. El humor en sus obras surgía de un sarcasmo fino y salvaje. También escribió Maten al león (1969), y sus novelas Las muertas (1977), Dos crímenes (1979) y Los pasos de López (1982) conforman la novelística del “Plan de Abajo”, porque se desarrollan en una región ficticia muy parecida a Guanajuato. El escritor decidió vivir en París con su esposa, la pintora inglesa Joy Laville quien ilustró las portadas de todos los libros que publicó en Joaquín Mortiz; en la capital francesa se dedicó a trabajar intensamente en la que sería su séptima novela, situada en la época de Maximiliano y Carlota. Por eso, cuando llegó la invitación para un encuentro de escritores en Bogotá, se mostró reacio a asistir. De última hora decidió hacerlo y abordó el fatídico avión que se estrellaría en Madrid, el 28 de noviembre de 1983.


Notas

1 Citando al reconocido crítico literario Christopher Domínguez en la semblanza de Jorge Ibargüengoitia que incluye el editor Joaquín Mortiz en la publicación de Los relámpagos de agosto.

2 Así lo consideró Ignacio Trejo Fuentes, en la segunda sesión del ciclo Presencia de... Jorge Ibargüengoitia a los 70 años de su nacimiento, que se efectuó en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, donde también estuvieron presentes Christopher Domínguez, crítico y narrador, y Manuel Felguérez, pintor amigo del desaparecido dramaturgo guanajuatense.

3 Los datos que se presentan en esta semblanza de Jorge Ibargüengoitia se obtuvieron el 26 de agosto del 2007 en el portal de la enciclopedia Wikipedia




Capítulo 2: El ámbito revolucionario


2.1. Rasgos de la novela de la Revolución mexicana en Los relámpagos de agosto

Los relámpagos de agosto es un relato ficticio que se desarrolla en las postrimerías de la gesta revolucionaria, en agosto de 1929, y describe las vicisitudes de un grupo de militares que se rebelan contra el gobierno federal. Esta novela presenta algunos de los rasgos que caracterizaron a la novela de la Revolución mexicana, y para identificarlos se consultaron los estudios sobre este tema realizados por Antonio Castro Leal, Inés Sáenz, Seymour Menton y Joseph Sommers.

El acento en el análisis de Antonio Castro Leal recae en el realismo de los autores como narradores-testigos, quienes lograron un reflejo fiel de su entorno y sus circunstancias; indica que predominan los tintes autobiográficos, las descripciones objetivas de los acontecimientos y el desarrollo lineal de las narraciones como el transcurso natural del tiempo (Castro, 27). Los relámpagos de agosto es una novela autobiográfica: el General José Guadalupe Arroyo relata sus memorias para “deshacer algunos malentendidos, confundir a algunos calumniadores y poner los puntos sobre las íes respecto a su participación en la llamada Revolución del 29” (Ibargüengoitia, 9).

Seymour Menton indica que en la novela de la Revolución mexicana el argumento se subordina a la narración de los acontecimientos, episodios y anécdotas en los que interviene el narrador (Menton, 39). Como narrador y testigo en Los relámpagos de agosto, el General Arroyo describe solamente los acontecimientos en los que interviene, ya sea como testigo presencial o como participante activo y expone su apreciación personal de los eventos y de las personas. El relato inicia cuando “se apaga la estrella” del General Arroyo y gira en torno a los episodios en los que participa y a las anécdotas fatídicas cuando lo golpea “la pérfida y caprichosa Fortuna” (Ibargüengoitia, 11).

Joseph Sommers puntualiza que el común denominador en las novelas de la Revolución mexicana es que capturaron el caos y la confusión de un período dramático en la historia mexicana y establece que su originalidad reside en la definición de los problemas y ansiedades del pueblo mexicano en los albores del siglo XX (Sommers, 35). Al respecto, la novela de Jorge Ibargüengoitia coincide con el rasgo indicado por Sommers porque el desconcierto y la improvisación son elementos constantes en Los relámpagos de agosto. Un ejemplo es el relato de la ofensiva nocturna en el cerro de San Mateo donde se confundieron y se cruzaron las líneas ofensivas y el General Arroyo recibió los cañonazos de su aliado el General Trenza. Otro ejemplo es el episodio en que el General Arroyo se percata de que la única fuente de información es la que él llama la “Vendida Prensa Metropolitana” (Ibargüengoitia, 86-88).

El rasgo distintivo para Inés Sáenz es la fusión entre el realismo histórico de la novela de la Revolución mexicana y la crítica social, cultural y política. El apego a la realidad y la visión crítica impidieron que los autores idealizaran a sus personajes y al movimiento revolucionario (Sáenz, 27). Esta característica también se encuentra en Los relámpagos de agosto, porque en sus memorias, el General Arroyo describe las ineptitudes y las debilidades en el carácter tanto de sus correligionarios como de sus enemigos. Por ejemplo, es muy enfático cuando se refiere a Macedonio Gálvez como un “ladrón”, al presidente Vidal Sánchez lo considera un “déspota” y un “torvo asesino”, al presidente interino Eulalio Pérez H. lo califica como un “vulgar ratero”. Sus compañeros de armas también son víctimas de su objetividad: a Cenón Hurtado lo describe como un “cobarde”, cuando menciona al General Canalejo, lo hace con el peyorativo “Ave Negra del Ejército Mexicano”, y se refiere al candidato Juan Valdivia como el “grandísimo tarugo” que organizó una “jugada” en momentos de zozobra (Ibargüengoitia, 86).


2.2. Contextualización de la novela

Los sucesos ficticios relatados en Los relámpagos de agosto se ubicarían en la fase intermedia de la novela de la Revolución mexicana propuesta por Joseph Sommers, de 1920 a 1934, que comprende los periodos presidenciales del general Álvaro Obregón y de Plutarco Elías Calles, cuando se sofocaron brotes contrarrevolucionarios y se fundó el Partido Nacional Revolucionario, excluyendo de la arena política a las fuerzas del ejército (Sommers, 5). En Los relámpagos de agosto el relato inicia en 1928, y ese mismo año nació Jorge Ibargüengoitia. En 1929, el año en que se suscita la rebelión ficticia del general Arroyo, Martín Luis Guzmán escribía La sombra del caudillo en el exilio. Ambas novelas relatan la lucha por el poder político que enfrenta a los caudillos y Generales revolucionarios. La sombra del caudillo y Los relámpagos de agosto se desarrollan en el círculo del poder político y reflejan el oportunismo, la hipocresía, la ambición y el cinismo que predominaban en la nueva clase gobernante (Sommers, 16-18).


2.3. Síntesis

El relato memorístico de Los relámpagos de agosto inicia en 1928 en la ciudad ficticia de Vieyra, donde residía el General José Guadalupe Arroyo cuando el presidente electo lo invitó a la ciudad de México para integrarse en su gabinete como su secretario particular. En el tren rumbo a la capital, Arroyo reconoce a Macedonio Gálvez, un militar exiliado que le confiesa que viaja de incógnito, le pide discreción, se disculpa y ya no regresa; es por eso que cuando Arroyo se percata de la ausencia de su pistola de cacha de nácar, asume que Gálvez es el ladrón. A la mañana siguiente lo sorprende la noticia de la muerte repentina del presidente electo. En la ciudad de México, Arroyo se reúne con el General Trenza y asisten al velorio; la viuda le dice a Arroyo que su marido le heredó su reloj de oro, pero que por desgracia se lo habían robado y que ella sospechaba de Eulalio Pérez H. Arroyo se reúne con sus compañeros de armas que acuerdan convencer al presidente Vidal Sánchez para que nombre presidente interino al General Artajo, quien arreglaría las elecciones para que resultara electo como presidente el General Arroyo. Después del funeral Arroyo se pierde en el panteón de Dolores y ya era de noche cuando se topa con Pérez H. Le reclama el robo del reloj de oro del difunto, lo empuja a una fosa recién cavada y lo abandona en el fango gritando y pidiendo ayuda. Al día siguiente, la Cámara en sesión plenaria de emergencia nombra presidente interino a Eulalio Pérez H. Los desconcertados Generales deciden visitar al presidente Vidal Sánchez para felicitarlo; Arroyo no está de acuerdo y tampoco está dispuesto a disculparse con Pérez H. Cuando regresa a su hotel le entregan una nota y un bultito: la viuda de González le mandaba el reloj de su finado marido que había encontrado en una cómoda. Arroyo recibe un citatorio y se reúne con el presidente Vidal Sánchez quien le explica sus planes para consolidar un gobierno revolucionario y lo designa jefe de la zona militar de Vieyra para controlar a los cristeros. Pérez H. asume la presidencia interina y el nuevo Ministro de Guerra y Marina es Vidal Sánchez. Arroyo debe investigar el origen de propaganda católica y combatir a los cristeros pero es víctima de la improvisación y de las órdenes confusas de Vidal Sánchez. En marzo de 1929 el presidente Pérez H. convoca a elecciones y Juan Valdivia se postula como candidato del Partido Reivindicador de los Ideales Revolucionarios PRIR dirigido por el General Artajo. Vidal Sánchez convoca a todos los Generales y les comunica que les está prohibido pertenecer a cualquier partido político y poco después renuncia al Ministerio de Guerra y Marina porque planea unir todas las fuerzas políticas en un partido único, cuyo candidato a la presidencia sería Valdivia. El 23 de julio el candidato Valdivia decide cerrar la campaña en su mansión en Cuernavaca; una vez ahí reunidos, les avisan que hay tropas en la carretera, Valdivia intenta llamar por teléfono a los diplomáticos invitados al evento pero las líneas están cortadas. Cunde el pánico y los Generales discuten las posibles salidas; en medio de la confusión empiezan a llegar los invitados y repentinamente suena el timbre del teléfono. Todos recuperan la calma pero durante el evento huyen en secreto. Al día siguiente los periódicos publican que fueron aprehendidos los Generales que confabularon y se levantaron en armas en Cuernavaca. Afortunadamente escaparon de las garras de Vidal Sánchez. En cuanto llega a Vieyra, Arroyo se rebela contra el gobierno de Pérez H. y para financiar la campaña toma prisioneros al gobernador, al gerente del banco y a cuatro cosecheros; marcha hacia Apapátaro que se rinde sin resistencia. El 3 de agosto se une a sus filas la caballería de Odilón Rendón, y el 7 de agosto le informan de los movimientos de sus aliados y que Macedonio Gálvez se dirige a combatirlo; avanzan hacia Cuévano donde se reúnen con Valdivia, deciden tomar una frontera en el norte y envían a Arroyo y a Trenza. Acampan a quince kilómetros de Pacotas y deciden cargar con dinamita el carro “Zirahuén” y lanzarlo por la pendiente para que estalle en la estación; lo intentan dos veces sin resultados. Arroyo se instala en Santa Ana y se enfrenta a Gálvez pero la falta de refuerzos lo obliga a retirarse y se acuartela en Ciudad Rodríguez, donde lo derrota el General Begonia; en la retirada explota el “Zirahuén” y por la noche deserta la infantería. Trenza y el Camaleón huyen a Estados Unidos; Arroyo se enfrenta a la columna del Chato Argüelles con veinte hombres y dos metralletas y cuando se les acaba el parque se rinden. En Ciudad Rodríguez le forman consejo de guerra y lo condenan a muerte; Begonia le explica que eran órdenes expresas del presidente Pérez H. Poco antes del fusilamiento, Macedonio Gálvez lo visita en su celda y lo deja escapar como agradecimiento porque le regaló su pistola de cacha de nácar; Arroyo no lo desmiente en esas circunstancias y huye al exilio. Cuando Pérez H. y Vidal Sánchez fueron exiliados, Trenza, Arroyo y el Camaleón regresaron a México donde fueron recibidos como los héroes sobrevivientes de la Revolución del 29.





Capítulo 3: La ironía como artificio


Los relámpagos de agosto es una parodia de la novela de la Revolución mexicana en la que Jorge Ibargüengoitia reunió los rasgos característicos de la narrativa que aborda este tema, la personalidad de los protagonistas de la gesta revolucionaria y las crónicas de la historia; logró amalgamar estos elementos y creó al General Arroyo, artífice de una causa perdida, exponente de la idiosincrasia de su tiempo, víctima y victimario de la ironía del destino.

El tono irreverente, el estilo irónico y el humor crítico de la narrativa de Jorge Ibargüengoitia son ampliamente reconocidos, y en la actualidad es posible identificar diversos tonos en la gama de la ironía, como figura del pensamiento, utilizados por el autor. A partir de la década de los noventas, Helena Beristáin y Wayne C. Booth, entre otros, realizaron varios estudios e investigaciones sobre los matices y las formas que adopta la ironía. La finalidad que persigue el análisis de esta novela es detectar la ironía, sus formas y matices; se inicia con las definiciones de la parodia y la ironía, sus características y los actantes que en ella intervienen; los matices y formas de la ironía se identifican y ejemplifican en fragmentos seleccionados. En el capítulo final, Más allá del texto, se presentan los resultados del análisis.


3.1. Parodia e ironía. Definiciones y características

La parodia es una imitación graciosa de un tema o de un género que tradicionalmente ha sido abordado con seriedad, respeto o solemnidad. El efecto de la parodia se produce al introducir, en forma velada, un tono solemne en el discurso de un personaje cuyas expresiones o acciones no lo son. El contraste entre lo solemne y ridículo causa sorpresa pero también invita a la reflexión (Beristáin, 392). Si la parodia es una imitación irónica de un modelo o referente estilístico o genérico; luego entonces, la ironía es un elemento esencial de la parodia, del contraste que la produce; la ironía la aporta la ficción y el elemento solemne suele provenir del referente histórico o real.

La parodia en Los relámpagos de agosto fluye con la narración del General Arroyo, quien a los 74 años decide contar su versión de los sucesos de la Revolución del 29 para desmentir a sus calumniadores, por lo cual su relato es contrario a la versión difundida de los hechos. En la novela, la ironía surge en los contrastes en la narración del General Arroyo, porque cuando expone su versión de los hechos se expresa con seriedad para describir acontecimientos que resultan triviales. Esta peculiaridad es evidente cuando el General explica lo sucedido en el Casino de Vieyra:

“Volviendo al hilo de mi narración, diré pues, que festejé el nombramiento, aunque no con los desórdenes que después se me atribuyeron. Eso sí, la champaña ha sido siempre una de mis debilidades y no faltó en esa ocasión; pero si el diputado Solís balaceó al Coronel Medina fue por una cuestión de celos a la que yo soy ajeno, y si la señorita Eulalia Arozamena saltó por la ventana desnuda, no fue porque yo la empujara, que más bien estaba tratando de detenerla” (Ibargüengoitia, 13).

En este fragmento, la ironía surge en la incongruencia entre la premisa, que consiste en desmentir el escándalo causado por el festejo, y la conclusión, porque se infiere que fue una celebración disoluta y mundanal. La ironía surge cuando el General Arroyo inicia desmintiendo los desórdenes causados en el Casino de Vieyra y termina confirmándolos cuando se refiere al altercado entre sus acompañantes y a la accidentada exhibición de una mujer desnuda. El lenguaje del General Arroyo es sobrio, ceremonioso y resalta la seriedad con que relata el desenlace de la parranda: aplica los términos “diputado” y “Coronel” para referirse pomposamente a un par de borrachos rijosos, y menciona por su nombre y apellido a una “señorita” de dudosa reputación. Mayra Gisela Bottaro señala que la ironía implica una evaluación de todo aquello que está regulado, como lo es una sociedad con sus leyes, sus normas, usos y costumbres (Bottaro, 4), y como se aprecia en este fragmento, el General Arroyo y sus comparsas desacataron algunas reglas de conducta.

Respecto al referente real o histórico, Helena Beristáin establece que la ironía, como figura del pensamiento, es un metalogismo que rebasa el marco lingüístico y textual, porque la idea que presenta solo puede entenderse gracias al contexto, al conjunto de conocimientos y valores compartidos por un grupo social (Beristáin, 276). Es por eso que la ironía sólo ocurre durante una interacción entre la mente y el mundo, surge cuando el lector logra reconocer los valores del contexto aludidos en la narración; la dimensión extra textual de la ironía como figura del pensamiento puede apreciarse en el enlace entre la ficción y el referente real (contexto o implícito). La ironía no debe reducirse a un simple juego semántico de contrarios, porque que en ella, las ideas accesorias, como el conocimiento del contexto, suelen ser más importantes que las palabras que efectivamente se pronuncian (Bottaro, 3).

En esta novela de Jorge Ibargüengoitia, la solemnidad procede del contexto de la Revolución mexicana como referente histórico: sus héroes, sus conquistas sociales, sus instituciones, sus manifestaciones artísticas. Y la ironía surge en la ficción, de las contradicciones e incongruencias que en ella se producen. Por ejemplo, la novela inicia con el segundo triunfo electoral del General Marcos González, quien envía una carta al General Arroyo:

“Como te habrás enterado por los periódicos, gané las elecciones por una mayoría aplastante. Creo que eso es uno de los grandes triunfos de la Revolución. Como quien dice, estoy otra vez en el candelero.” (Ibargüengoitia, 12)

En este ejemplo, la ironía surge por la contradicción entre un segundo triunfo electoral y el lema de Revolución mexicana que sintetiza sus causas y sus ideales: “sufragio efectivo, no reelección”, el efecto que produce la ironía descansa sobre este implícito y se confirma cuando el presidente considera que su reelección es “uno de los grandes triunfos de la Revolución”. La interacción entre el mundo y la mente se produce cuando se identifica que la transgresión al ideal revolucionario se considera un logro.

Los efectos de la ironía se producen por una contradicción, porque las palabras transmiten algo distinto de aquello que pretenden dar a entender. Helena Beristáin define a la ironía como una figura retórica que modifica el orden lógico en las expresiones y presenta una idea bajo una perspectiva distinta de la que se deduce del texto (Beristáin, 214). Pablo García Dussán establece que la principal característica de la ironía es que la contradicción que encierra esta figura permanece oculta e incompleta hasta que una lectura exacta la revela y la complementa (García, 2).

Es así como la ironía constituye una figura intelectualizada que exige la participación activa del lector para decodificar las estructuras ausentes y reconstruir el sentido que subyace en el texto. Para detectar el verdadero sentido que la ironía oculta es preciso atender los indicios en el texto, como frases y enunciados entre paréntesis, entre comillas, en letra cursiva, etc. Un episodio de la novela donde la ironía se detecta gracias a los indicadores textuales es cuando Doña Cesarita, la esposa del dueño del banco de Vieyra, visita al General Arroyo, quien tomó prisioneros y pidió rescate para financiar los gastos de la Revolución:

“Ella se alzó el velo (porque traía sombrero y todo) y entonces me di cuenta de que quería tanto a su marido que estaba dispuesta a entregárseme con tal de que lo soltara. O, mejor dicho, quería tanto a su dinero. Me la quedé mirando y pensé para mis adentros: “esta mujer no vale seiscientos mil pesos en ningún lado”, pero no le dije nada.” (Ibargüengoitia, 75)

En este fragmento, la frase entre paréntesis denota la elegancia del atuendo de la esposa del banquero y la importancia que esta reunión tenía para ella, pues estaban en riesgo la vida de su marido y su patrimonio. En el siguiente enunciado, la reformulación de lo expresado anteriormente contribuye a enfatizar la idea de que la cuestión realmente importante es el dinero. Y en el último enunciado, la frase entrecomillada destaca la impresión que la mujer causó en el General Arroyo. La ironía que se detecta por los indicadores textuales es que la apariencia física de la mujer fue el factor determinante en esa entrevista, pues insinúa que una mujer bella bien valdría seiscientos mil pesos.

Otro fragmento en el que se detecta la ironía gracias a los indicadores textuales corresponde al encuentro del General Arroyo con el General Trenza después de la confusa, pero exitosa, ofensiva en Cuévano:

“Cuando él me vio, se levantó y me dijo:
--¡Lupe, hemos ganado una gran victoria!
--“Hemos” son mucha gente –le dije, y entonces le reclamé la mala organización de la batalla (…) Ni siquiera entró en contacto con el enemigo y si a este no se le ocurre retirarse de motu propio la batalla no hubiera sido ni la mitad de lo gloriosa que fue.” (Ibargüengoitia, 91)

La exclamación triunfal inicial contrasta con la palabra entrecomillada “hemos” que rebate el plural para indicar que el General Trenza no colaboró en la victoria de Cuévano. En el enunciado final, la letra cursiva “motu propio” enfatiza que la supuesta victoria se logró por la iniciativa propia del enemigo para retirarse en medio de la confusión.

Pero lo irónico no sólo se encuentra en el juego lingüístico de decir lo no dicho sino que también alcanza niveles de incongruencia como los que se producen entre lo esperado y lo que finalmente acontece, lo que se dice y lo que se hace, lo que se narra y el cómo está narrado (Cardona-Colom, 626). Douglas Muecke establece que en toda ironía se da una incongruencia básica entre lo que parece ser y lo que realmente es, entre lo que se cree que es la realidad y lo que ésta resulta ser (Cabrera, 8). La ironía que surge de una incongruencia entre lo esperado y lo que acontece puede detectarse al final del primer capítulo cuando muere súbitamente el presidente electo:

“Yo estaba rasurándome en el gabinete de caballeros, y tenía la cara enjabonada, cuando alguien pasó diciendo: “Se murió el viejo.” Yo no hice caso y seguí rasurándome, cuando entró el auditor con un periódico que decía: “MURIÓ EL GENERAL GONZÁLEZ DE APOPLEJÍA.” Y había un retrato de González, el mero mero, el héroe de mil batallas, el Presidente Electo, el Primer Mexicano… el que acababa de nombrarme su Secretario Particular.” (Ibargüengoitia, 16)

La ironía radica en el último enunciado, después de exaltar la grandeza del presidente electo como héroe y político, queda sin valor el nombramiento del General Arroyo como secretario particular de la presidencia de la República. El contraste en la última frase proyecta el giro inesperado del destino: los privilegios en el círculo del poder que ya se creían seguros se pierden repentinamente. Con la muerte del presidente electo desaparece mucho más que un prócer y un líder, se evaporan una promesa y un estilo de vida, lo que resulta más doloroso que la muerte de un compañero de lucha. Los indicadores textuales son las letras mayúsculas del titular de la noticia del periódico.

La incongruencia entre lo que se narra y cómo está narrado que da lugar a la ironía, aparece en el siguiente fragmento donde el General Arroyo desmiente que él haya propuesto rebelarse y tomar las armas para salir de la emboscada en Cuernavaca:

“Yo hablé entonces:
--Vamos a romper el sitio antes de que lo cierren—dije, y no “Cada uno a su puesto y a levantarnos en armas”, como afirma el Gordo Artajo en sus Memorias; pero si lo hubiera dicho, no me avergonzaría, ni las cosas hubieran sido diferentes.” (Ibargüengoitia, 66)

La ironía en este fragmento surge en el enunciado final, cuando la refutación queda sin sustento y se afirma que ninguna de las opciones posibles hubiera repercutido realmente en el curso de los acontecimientos. En el enunciado final se introducen la confusión y la posibilidad de que los hechos hubiesen ocurrido en forma distinta a la narrada, por lo que se entiende que, efectivamente, los hechos sucedieron como los describe la versión que se pretende desmentir. En este fragmento también aparecen los indicadores textuales de la ironía: la expresión entrecomillada pertenece a la versión que se contradice, y en letra cursiva aparece el nombre del texto que provoca el debate.


3.2. Actantes

Los estudios más recientes sobre la ironía establecen que uno de sus rasgos distintivos son los actantes que en ella intervienen (Beristáin, 283). Tanius Karam cita a Domenella para afirmar que existe una red actancial básica integrada por el emisor, a quien también se le denomina “cínico”; la víctima o el blanco de la agresión; y el receptor o lector, que participa en calidad de cómplice de la agresión o burla. Las interrelaciones que se establecen entre estos actantes ponen en juego distintos modos de narración (Karam, 3). Respecto a los actantes es preciso indicar que la distancia entre el autor y el protagonista es una de las condiciones indispensables para que surja la ironía. Sólo así, el escritor podrá establecer la doble visión necesaria para que su obra pueda ser reconstruida por el lector (Bottaro, 15).

En Los relámpagos de agosto, el autor, Jorge Ibargüengoitia, se distingue expresamente del protagonista, emisor o cínico, que es el General Arroyo quien denuncia los vicios y la corrupción en las más altas esferas de la política; las víctimas o el blanco de sus denuncias son el presidente Vidal Sánchez, Germán Trenza, el Gordo Artajo y todos sus calumniadores; el receptor es el lector que interviene como cómplice del General Arroyo cuando interpreta la ironía y descubre el sentido verdadero de la narración. La red de actantes que propone Domenella se establece en este fragmento de la novela, donde es posible identificar a los participantes y apreciar la distancia entre el autor y el protagonista o emisor:

“Nunca me hubiera atrevido a escribir estas Memorias si no fuera porque he sido vilipendiado, vituperado y condenado al ostracismo, y menos a intitularlas Los relámpagos de agosto (título que me parece verdaderamente soez). El único responsable del libro y del título es Jorge Ibargüengoitia, un individuo que se dice escritor mexicano. Sirva, sin embargo, el cartapacio que esto prologa, para deshacer algunos malentendidos, confundir a algunos calumniadores, y poner los puntos sobre las íes sobre lo que piensan de mí los que hayan leído las Memorias del Gordo Artajo, las declaraciones que hizo al Heraldo de Nuevo León el malagradecido de Germán Trenza, y sobre todo, la Nefasta Leyenda que acerca de la Revolución del 29 tejió, con lo que se dice ahora muy mala leche, el desgraciado de Vidal Sánchez.” (Ibargüengoitia, 9)


3.3. Matices de la ironía

La ironía puede asumir varios matices dependiendo de su intención y su intensidad: puede presentarse como una burla fina, como una opinión disimulada, o como sarcasmo. Por ejemplo, si la intención es ridiculizar a la víctima, en la descripción se exageran y enfatizan sus defectos. Otro de los rasgos distintivos de la ironía es la extensión del campo semántico: otras figuras retóricas constan de una sola palabra o de una expresión que sólo es parte de un enunciado, pero la ironía se manifiesta en enunciados completos, en un complejo de varios enunciados o en una secuencia de escenas narradas (Ramírez, 7). Por eso, la ironía puede adoptar varias formas y cumplir diversas funciones; en Los relámpagos de agosto, la ironía adopta diversos matices: simulación, descripción burlona ó mimesis, meiosis; aparece en varias formas: dramática, situacional, estable ó inestable; y cumple las funciones desmitificadora y oposicional.

Cuando el emisor de la ironía sustituye un pensamiento y oculta su verdadera opinión para que el receptor la adivine, se adjudica a la ironía el nombre de simulación porque el emisor disfraza su opinión y generalmente finge, pero se logra comprender el verdadero sentido de la ironía por la evidencia semántica (Beristáin, 278). Un ejemplo de la ironía como simulación puede apreciarse en este fragmento de Los relámpagos de agosto, cuando el General Arroyo se refiere a la reputación de las otras viudas de González:

“Conviene hacer un paréntesis. La viuda de González a que me refiero, es la legítima. O mejor dicho, la reconocida oficialmente como legítima: Doña Soledad Espino de González y Joaquina Aldebarán de González, que también han sido consideradas como viudas del general González, pertenecen a otra clase social muy diferente.” (Ibargüengoitia, 20)

En este ejemplo, el General Arroyo disfraza su opinión respecto a las viudas ilegítimas del General González porque se refiere a ellas como a doñas con respeto simulado y falsa cortesía, pero el sentido oculto detrás de la simulación se detecta cuando se menciona que pertenecen a otra clase social.

La mimesis es la ironía que describe burlonamente el aspecto, el discurso,
la voz ó los gestos de alguien (Beristáin, 281). Por ejemplo, cuando el General Arroyo se refiere a Pérez H. en el funeral del presidente electo:

“Noté con repulsión que este último estaba allí cerca, a unos cuantos pasos de mí; con su ridícula calva, su bigote afeminado, su asquerosa papada y su cuerpo en forma de pera envuelto en un traje empapado.” (Ibargüengoitia, 28)

Esta descripción es una caricatura de un personaje a quien se desprecia, los
adjetivos son peyorativos que resaltan los defectos de Pérez H.: ridículo, afeminado y asqueroso; en este retrato se mencionan enfáticamente los rasgos de su aspecto: su calva, su papada y su cuerpo en forma de pera. Cuando la descripción burlona es cruel, la ironía se presenta como sarcasmo. También hay mimesis en este fragmento donde el General Arroyo se refiere al discurso de Vidal Sánchez en el funeral de Marcos González:

“Es aquel famoso que comienza: “Te nos vas de la vida, Director Preclaro…etc.” que es una de las piezas de oratoria más marrulleras que conozco (…) ¿Cómo es posible que haya dicho, además, “nos dejas en tinieblas”, cuando él bien sabía lo que tenía que hacer? ¿Y lo de “velaremos todos, como hermanos porque se respeten las Instituciones”? En ese momento ya había tomado la decisión de apuñalearnos por la espalda y convertir las Instituciones en el hazmerreir que son hasta la fecha.” (Ibargüengoitia, 27)

La descripción es burlona porque indica que el discurso es una pieza de oratoria que se reconoce porque se ha aplicado en el pasado en repetidas ocasiones, y es por eso que el General Arroyo repite de memoria el principio; también compara las expresiones enfáticas con los hechos puntualizando la falsedad del discurso. En las interrogaciones retóricas, el General Arroyo hace preguntas al lector, anticipando que entre ellos se produce una coincidencia de criterios, pero en realidad no se espera la respuesta y el cuestionamiento sirve para reafirmar lo que se dice.

Otro de los matices que asume la ironía como figura del pensamiento es la refutación, que consiste en tomar la opinión del adversario para ponerlo en evidencia; en la retórica clásica se conoce como impugnación y reproduce el punto de vista del adversario enfatizando sus errores (Beristáin, 282). El General Arroyo relata su conversación con el presidente Vidal Sánchez para evidenciar su falta de ética y su ambición por el poder, como se aprecia en este fragmento:

“Con el valor civil que siempre me ha caracterizado, le dije lo siguiente:
- Ese individuo no tiene energía bastante (con otras palabras) ni es simpático, ni tiene méritos en campaña. Nunca podrá hacer unas elecciones libres.
- ¿Pero quién quiere elecciones libres? – Textual.
Yo me escandalicé ante tanto descaro y le recordé los postulados sacrosantos de la Revolución. Él me contestó:
- ¿Sabes a dónde nos conducirían unas elecciones libres? Al triunfo del señor Obispo. Nosotros los revolucionarios verdaderos, los que sabemos lo que necesita este México tan querido, seguimos siendo una minoría. Necesitamos un gobierno revolucionario, no elecciones libres.” (Ibargüengoitia, 38)

En esta conversación se enfatiza la opinión del presidente Vidal Sánchez respecto a las elecciones libres como uno de los ideales revolucionarios. La ironía surge en la incongruencia entre lo que parece ser y lo que realmente es: un presidente elegido por el sufragio efectivo debería pugnar por fortalecer la democracia en ciernes; pero lo que realmente hace es un contubernio para conservar el poder. La refutación es la forma de la ironía más frecuente en esta novela de Jorge Ibargüengoitia, las conversaciones se reproducen en los momentos cruciales del relato.


3.4. Formas de la ironía

La ironía dramática se infiere cuando las acciones de los protagonistas son opuestas a la cordura, o son contrarias a lo que se espera de su carácter; también cuando no corresponden con lo que otros personajes piensan del protagonista (Beristáin, 282). En Los relámpagos de agosto, muchas de las acciones emprendidas por el General Arroyo en la Revolución del 29 fueron impulsivas y desmedidas; por ejemplo, el episodio del arresto de civiles por quienes pidió un rescate para financiar los gastos de guerra, donde la ironía dramática aparece con las consecuencias imprevistas:

“Decidimos (…) apresar a Don Virgilio Gómez Urquiza, el Gobernador del Estado, a Don Celestino Maguncia, que era gerente del Banco de Vieyra, y a cuatro de los miembros más fuertes de la Unión de Cosecheros y de exigirles seiscientos mil pesos de rescate, so pena de pasarlos por las armas, si esta cantidad no era encontrada transcurridas veinticuatro horas … (Ibargüengoitia, 74)

Los procedimientos del General Arroyo son irreflexivos y sus decisiones son atrevidas y temerarias, sin fundamento legal o militar. La ironía surge por las consecuencias de esas decisiones arbitrarias, cuando doña Cesarita de Maguncia, la esposa del gerente del banco de Vieyra visita al General:

“Cuando se dio cuenta de que no había esperanzas por ese lado, decidió hablarme con franqueza:
--Mire, general, yo sé que usted es un hombre de razón: comprenda que si mete en la cárcel a seis y les exige un rescate global, los familiares van a querer que pague el que parece más rico, que es mi marido. Pídales cien mil pesos a cada uno y amenaza con fusilar al que no pague y verá cómo mañana tiene el dinero.” (Ibargüengoitia, 75, 76)

La propuesta de doña Cesarita es realmente inesperada y esta situación es incongruente con la lógica, la justicia o el sentido común, porque uno de los afectados por las estrategias del General Arroyo le hace una propuesta ventajosa para ambas partes. La ironía dramática se confirma en el siguiente fragmento de este episodio:

“Me quedé espantado de lo inteligente que puede ser una mujer en cuestiones de dinero. Di las órdenes pertinentes para que se notificara a los deudos esta nueva modalidad. Entonces vino la segunda parte del negocio. Como nadie tenía efectivo, a Doña Cesarita, porque era la del Banco, le vendieron las tierras, casas y acciones al precio que a ella le dio la gana.” (Ibargüengoitia, 76)

La capitalización del arresto de su marido y los beneficios económicos que
obtuvo doña Cesarita son consecuencias imprevistas que enfatizan la incongruencia entre lo que se espera y lo que finalmente acontece.
La ironía dramática también se encuentra en la misión del Zirahuén, el destartalado carro comedor de ferrocarril cargado con dinamita y detonadores; la secuencia de los dos fragmentos siguientes la ejemplifica:

“Al llegar a la cima, detuvimos la locomotora, soltamos el vagón y lo empujamos a mano unos metros, hasta que comenzó a deslizarse cuesta abajo. Cuando lo vimos desaparecer en una curva, ya había tomado un impulso considerable.
Vimos el reloj y esperamos.
No pasó nada. No hubo ninguna explosión (…)
Y allí vamos, empujando al “Zirahuén”, bien asustados, a todo lo que daba la locomotora y cuesta abajo, además, con un quintal de dinamita en las narices (…)
El “Zirahuén”, nos dejó atrás y se fue a toda carrera.
Como el ruido de la máquina no nos dejaba oír, estábamos con la duda de si había habido explosión, o no. Por fin nos detuvimos (…) Él seguía empeñado en hacerle la lucha a su invento, pero yo ordené el regreso al campamento.” (Ibargüengoitia, 99-102)

“Íbamos por el camino de Tetela, cuando oímos por el rumbo del ferrocarril una terrible explosión (…) Al subir la loma ¡que vamos viendo el resplandor de un tren en llamas!
Cuando llegamos al lugar del siniestro, encontramos un gran desbarajuste.
El “Zirahuén”, que seguía cargado y al que Benítez le tenía tanto cariño que lo llevaba para todos lados, explotó. Nadie sabía por qué. Y con él explotaron dos carros de municiones que iban en el primer tren y además, toda la artillería y, por supuesto, todos sus ocupantes, incluyendo a Benítez, el inventor del “Zirahuén”, que tan valiosos servicios había prestado y que tan brillante futuro hubiera tenido de no haber estado de nuestra parte.
Lo terrible, no fue tanto haber perdido toda la artillería y las municiones, sino que la vía quedó obstruida para los otros dos trenes de la infantería. Ahora había que seguir la retirada a pie.” (Ibargüengoitia, 120, 121)

En el primer fragmento se describen los intentos fallidos para impulsar al Zirahuén, que según el plan, debería explotar en la estación fronteriza de Pacotas, poblado que se pretendía ocupar con las fuerzas del General Arroyo. La misión fracasa porque el Zirahuén se detiene antes de llegar a la estación. Posteriormente, cuando el ejército del General Arroyo debe retirarse, en el momento más inoportuno y sin razón aparente, explota el Zirahuén, complicando la retirada.

La ironía dramática en esta secuencia radica en la realización de sucesos imprevistos, ajenos a la voluntad, y se enfatiza cuando el General Arroyo se refiere al futuro promisorio que hubiera tenido Benítez, el inventor del Zirahuén, si no se hubiese unido a la rebelión.

En la ironía de situación, el autor no opina o aparenta no opinar; tampoco pretende notar la ironía y menos aún crearla. Todo parece quedar en manos del protagonista, dueño de sus secretos y arquitecto de su destino, y en las posibilidades de percepción del receptor para quien el autor ha dejado dispersos, a lo largo de la obra, una serie de claves e indicios (Cabrera, 8). Uno de los casos de la ironía situacional se produce en dos tiempos, después del funeral cuando el General Arroyo se encuentra con Pérez H., a quien considera un ladrón porque así lo sospechaba la viuda de González:

“Con un rápido movimiento de mis músculos bien ejercitados, empujé a mi acompañante al agujero. Y él, que toda su vida fue un abogadillo y tenía un cuerpo fláccido, se precipitó con un chapoteo en el fango asqueroso (…) Yo me alejé a tientas, sin hacer caso de Pérez H. que gritaba estúpidamente:
--Lupe, ayúdame… ¿Por qué me empujas?... ¿Qué te traes desgraciado?... etc. –con insultos que iban subiendo de tono. Lo hubiera matado de haber tenido con qué.
Ése fue el segundo mandoble que me asestó la Fortuna, porque al día siguiente, la Cámara, en sesión plenaria de emergencia, nombró Presidente Interino a Pérez H.” (Ibargüengoitia, 29)

“En el Hotel Cosmopolita me esperaba otro trago amarguísimo.
Cuando llegué a la administración a pedir la llave de mi cuarto, el encargado me entregó un sobre de luto y un bultito envuelto en papel estraza. Abrí el sobre y saqué de él una nota que decía, con letra femenina:
Estimado Don Lupe:
Aquí le mando el reloj del Finado. Lo encontré en uno de los cajones de la cómoda grande. No sé por qué lo metí allí. Salude a Matilde de mi parte.
Soledad E. de González” (Ibargüengoitia, 36)

En esta secuencia, la ironía se produce por los giros inesperados en el curso de los acontecimientos, por la incongruencia entre una intención y un resultado, o el desencaje entre un efecto y aquello que racional o moralmente cabía esperar. El General Arroyo está convencido de que Pérez H. es un ladrón y le juega una broma pesada; la ironía reside en que el presunto ladrón es nombrado presidente interino y se reafirma cuando la viuda admite que sus sospechas eran infundadas.

La ironía estable y la inestable son el resultado de la interpretación del texto y se vinculan con la capacidad de persuasión y argumentación. La ironía estable tiene su origen en la intención del autor, que se oculta detrás del sentido literal y exige una interpretación semántica (Vargas, 38). La ironía inestable remite a una época, a una convención literaria, a un tema ó a un género (Rojas, 6). En esta novela, la ironía aparece en ambas formas: como ironía estable porque la intención del autor se oculta en el sentido literal y el lector debe detectarla a través de los indicios en la narración, como sucede en este fragmento:

“(…) entró el teniente Casado, que era nuestro jefe de transmisiones.
--Hay un telegrama de Estación Azuela, mi general—le dijo a Trenza. Y le entregó el papel en donde estaba escrito lo siguiente:
Pasó tren rumbo norte sin identificarse,
Dávalos.
—Ordene que lo detengan en la Noria—dijo Germán sin darle mayor importancia. Luego se volvió a nosotros y nos dijo--: mañana veremos qué se decide, porque hoy estamos de mal humor.
Y se levantó y se fue a refocilar con la Camila, que no se le separaba. Los demás, nos fuimos a dormir.” (Ibargüengoitia, 103)

En este fragmento, la ironía radica en la realización de acciones contrarias a la lógica, pero el sentido de la ironía también apunta hacia la desorganización de la lucha armada, a la improvisación de las estrategias militares, a la ausencia de disciplina castrense entre los Generales revolucionarios y la toma irreflexiva de decisiones, basadas en el estado de ánimo y no en el sentido común.

La ironía inestable en la novela de Jorge Ibargüengoitia evoca a la novela de la Revolución mexicana porque la narración presenta algunos de los rasgos distintivos de esta temática y remite a las postrimerías de la gesta revolucionaria, cuando termina la época de los caudillos, como lo ejemplifican los siguientes fragmentos:

“(Conviene advertir que todo esto sucedió en el año de 28 y en una ciudad que, para no entrar en averiguatas, llamaré Vieyra) … ¿Por qué de entre tantos generales que habíamos entonces en el Ejército Nacional había González de escogerme a mí para Secretario Particular? Muy sencillo, por mis méritos, como dije antes, y además me debía dos favores. El primero era que cuando perdimos la batalla de Santa Fe, fue por culpa suya, de González …” (Ibargüengoitia, 11,12)

“Cuando deportaron a Vidal Sánchez y a Pérez H., los supervivientes de la Revolución del 29, es decir, Trenza, el Camaleón y yo, regresamos a México como héroes.” (Ibargüengoitia, 129)

En estos ejemplos se aprecian los tintes autobiográficos, el carácter testimonial de la narración y la objetividad en la descripción; también se ubica la narración en una época específica cuando los Generales del ejército dirigían el gobierno del país y predominaban en el círculo del poder político; el relato inicia en 1928 y en 1929 se produce el desenlace de la Revolución.


3.5. Finalidad y funciones de la ironía

La finalidad de la ironía y sus funciones se establecen en estudios recientes que destacan la naturaleza de la ironía como una reacción ante el mundo, y de ahí se deriva que su finalidad es denunciar, refutar, agredir, señalar (Beristáin, 283).

Las funciones de la ironía varían de acuerdo con la intensidad de la denuncia y la posición del denunciante. En la novela de Jorge Ibargüengoitia la ironía es oposicional porque el emisor, el General Arroyo no concuerda ni acepta las formas, prácticas y actitudes que prevalecían en el círculo del poder político, y cumple la función desmitificadora porque critica al grupo que ostenta el poder político y describe las debilidades del carácter de sus correligionarios. La ironía proyecta una imagen de los caudillos revolucionarios ajena a los personajes idealizados y a los próceres de la historia. Los presenta como un producto de las circunstancias, como militares improvisados que logran ascender en una precaria estructura jerárquica, hombres ordinarios con malos hábitos y peores costumbres, como se aprecia en los siguientes fragmentos:

“Quiero hacer un paréntesis para justificar esta actitud que me valió tantos vituperios: la primera consideración que tenemos que hacer es la Patria; la Patria estaba en manos de un torvo asesino: Vidal Sánchez, y de un vulgar ratero, Pérez H.; había que liberarla.” (Ibargüengoitia, 74)

La ironía en este fragmento es desmitificadora cuando el General Arroyo se refiere al presidente Vidal Sánchez como un torvo asesino y al interino Pérez H. como un vulgar ratero, y es oposicional porque la ironía surge como una reacción contra los gobernantes, cuya conducta se encuentra en franca contradicción con el excelso concepto de la patria que exige lo mejor de sus ciudadanos.

“(…) vi, con horror, que el Presidente de la República (Vidal Sánchez, que aunque era un torvo asesino, no por eso dejaba de tener la dignidad que le otorgaba la Constitución) se dirigía al lugar donde estaba el ratero Pérez H. (…) Volví la cabeza, tratando de dirigir mis miradas a un lugar menos impuro y descubrí a Baltasar Mendieta guardando en su bolsa una figurilla de porcelana.” (Ibargüengoitia, 21)

En este fragmento, durante el velorio del General González cuando el General Arroyo sorprende casualmente a uno de sus correligionarios robando una figurita de porcelana, la ironía desmitifica a los revolucionarios porque el General Arroyo describe tanto a sus compañeros como a sus adversarios como gente ordinaria con vicios y defectos.

Los componentes lingüísticos de la ironía alteran el orden lógico de las expresiones y producen la inversión semántica de la contradicción o antífrasis (Beristáin, 283). Es por eso que el sentido verdadero de la ironía surge cuando se expresa en la idea opuesta o contraria que se pretende desmentir. Un claro ejemplo es esta aseveración del General Arroyo:

“Nos abrazamos para sellar el pacto; pero yo no estaba borracho, como insinuó Artajo en sus Memorias.” (Ibargüengoitia, 49)

“Decidimos mis comandantes y yo, y no yo, “…con el despotismo que siempre me caracterizó”, como insinuó Cenón Hurtado durante el Consejo de Guerra que se me formó, más tarde (…)” (Ibargüengoitia, 74)

En estos ejemplos, la ironía se oculta detrás de las expresiones que desmienten las versiones de Artajo y Hurtado, respectivamente. La contradicción entre un enunciado y la realidad está subordinada a la acción de descalificar a alguien en su competencia para emitir juicios sobre la realidad. Mayra Gisela Bottaro establece que cuando un personaje no calificado para emitir juicios de valor, valora algo como negativo, entonces éste es positivo (Bottaro, 5).




Más allá del texto

En los veinte capítulos de Los relámpagos de agosto, Jorge Ibargüengoitia recurre a la ironía como la figura del pensamiento y como la estrategia que le permite expresar las incoherencias de la condición humana y utiliza los diversos matices de la ironía para abordar un tema sobrio y adusto que remonta a un periodo convulso y dramático de la historia nacional.

Cuando el General Arroyo describe la personalidad de sus adversarios y las peculiaridades en el carácter de sus correligionarios, el autor recurre a la caricatura y al sarcasmo para proyectar una imagen de los caudillos revolucionarios opuesta al retrato idealizado de estos personajes. En los episodios donde aparece la ironía como refutación, se expone el pensamiento de los personajes antagonistas como evidencia de la distorsión de los ideales revolucionarios; el episodio que ejemplifica este matiz de la ironía es el que reproduce la conversación entre el General Arroyo y el presidente Vidal Sánchez respecto a las elecciones libres, donde se enfatizan las discrepancias entre los personajes.

Desde la perspectiva del narrador, los caudillos revolucionarios son hombres ordinarios, vulnerables, con vicios y defectos. En los capítulos finales, cuando las fuerzas del General Arroyo y sus aliados deben enfrentar al ejército federal, la Revolución del 29 se presenta como una secuencia de confrontaciones desorganizadas y la consecuencia de decisiones impulsivas y arbitrarias. Es así como la ironía en esta novela desmitifica a los héroes revolucionarios y asume el sentido crítico que caracteriza a la novela de la Revolución mexicana.

La ironía dramática se realiza en esta novela con:

Los giros inesperados del destino, como el fallecimiento del presidente electo González y el nombramiento de Pérez H. como presidente interino.

En los sucesos imprevistos e imprevisibles, como la fracasada misión del Zirahuén en la estación Pacotas y su inoportuna explosión.

En las incongruencias en el proceder de los personajes y la vertiente de sus efectos deriva en el desenlace de la novela; por ejemplo, la decisión del General Arroyo de refugiarse en Ciudad Rodríguez, una posición estratégicamente vulnerable.

La ironía situacional establece el distanciamiento entre el autor y el protagonista, lo que permite identificarlos como actantes diferentes, lo que es posible cuando el narrador, el General Arroyo considera que soez el título de la novela, Los relámpagos de agosto, y lo atribuye a Jorge Ibargüengoitia, quien se dice escritor.

En los relámpagos de agosto, los diversos contrastes y contradicciones en la ironía realizan una función crítica cuando evidencian el proceder y las actitudes predominantes en la esfera política del siglo XX y abordan con irreverencia el tema de la Revolución mexicana, que anteriormente se había desarrollado con respeto y solemnidad, un ejemplo es el lenguaje sencillo y coloquial del narrador cuando relata las discusiones entre los Generales antes de sepultar al presidente electo, y cuando describe las maniobras militares en Cuévano y Apapátaro.

En esta novela, la ironía constituye una reacción ante el mundo y el cuestionamiento de los códigos de poder institucionalizados y legitimados en los ámbitos político, histórico y social. Los efectos de la ironía en esta novela se producen cuando Jorge Ibargüengoitia muestra una situación paródica, incongruente y proyecta una perspectiva desde la cual la historia es percibida como una extensa ironía, pletórica de las paradojas de la condición humana.




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