domingo, septiembre 20, 2009

La antesala del dominio

En algún lugar furtivo, por los recovecos del régimen, se llega a la antesala de dominio: un sobrio y apacible despacho donde se reúnen los prestidigitadores más célebres, los artífices de la inconsciencia social, los diseñadores de climas y desconciertos, los creadores de temores infundados…

Al margen del presupuesto y ubicada a la diestra del poder, la Oficina de Prestidigitación Pública se encarga de divulgar el matiz con el que habrá de percibirse y comprenderse la realidad; sus geógrafos y cartógrafos delimitan los territorios de la verdad y la mentira, y con la inclemencia de la premeditación, los ingenieros del consenso construyen, sigilosa y paulatinamente, el imaginario colectivo.

Dicen los que saben, que en todas las épocas y en todas las coordenadas del planeta han existido criterios dominantes; que el consenso social es el producto de un proceso, sutil pero contundente, de condicionamiento mental; que las ideologías no suelen ser un mosaico de percepciones y pensamientos, porque son el resultado de la aplicación estandarizada de un criterio, y que por eso, en cada contexto deambulan las opiniones y actitudes uniformadas, mientras se rechazan y se ocultan las ideas alternas.

La configuración del consenso social es, realmente, la manipulación de la percepción social, un acto de magia excepcional, una ilusión que impregna la plaza pública, es la obra maestra de la prestidigitación cuyos artificios son imperceptibles.

Los resultados de la prestidigitación social se materializan a mediano y largo plazo, porque la construcción del consenso, como todas las obras públicas, suele ser lenta e insufrible. El condicionamiento mental multitudinario exige una divulgación tenaz, persistente e insistente, y eso lleva su tiempo.

Pero cuando las circunstancias lo exigen, los manipuladores de la Oficina de Prestidigitación Pública ejecutan una serie de estratagemas de efecto vertiginoso para incidir y modificar la percepción social. Una de esas artimañas es el desconcierto espectacular, el escándalo desconcertante, que consiste en esparcir pánico y temores infundados por la rosa de los vientos.

Y precisamente, en la víspera de las fiestas patrias (15 de septiembre) se detectaron varios episodios desconcertantes: el Grupo Liberación Total Humana, Animal y Tierra, con ramificaciones internacionales y tintes globalifóbicos, se adjudicó las explosiones con gas butano perpetradas contra una exclusiva tienda de pieles en Polanco; pocos días después, en la ciudad de León, capital del estado de Guanajuato, dos encapuchados solitarios incendiaron dos cajeros automáticos y escribieron la consigna: "Capitalismo asesino"; armado con dos latas rellenas de arena y foquitos, un fanático religioso secuestró un avión el día nueve del noveno mes del año 2009; en la secuencia mediática del desconcierto, el evento más reciente fue la balacera en el Metro Balderas protagonizada por un fanático ambientalista, quien cobró la vida de dos ciudadanos.

El perfil de los perpetradores parece cortado con la misma tijera y todos ellos se adaptan al mismo molde: sus motivos son grotescamente insulsos, sus recursos fueron precarios y la logística fue poco menos que elemental. La ineficacia de la estratagema es evidente: el impacto fue fugaz y no logró permear la percepción social, las acciones desarticuladas de esos personajes sólo provocaron suspicacias y un humor negro involuntario.

Generalmente, este tipo de acontecimientos reactiva el instinto de conservación fortaleciendo la cohesión social; las amenazas y los peligros circundantes se conjuran por la unidad y la solidaridad. Pero la divulgación de esos ataques y atentados obedece a una lógica más turbia y perversa, a la pretensión de manipular la percepción social, fabricando elementos hostiles, para enfatizar la función primigenia del estado.

El escarnio público, la pena ajena y la vida de dos personas, son las secuelas del vano intento de los prestidigitadores públicos y la evidencia de la desesperación en un régimen cuya prioridad es espectacularizar la gestión pública, diseñar climas, mediatizar el desconcierto y esparcir temores infundados…

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