domingo, mayo 11, 2014

Solo hay una

“Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y, de nosotros, aprender a tener coraje.”
José Saramago

            En algún lugar de la infancia, entre los juegos y los arrullos se trazaron los rasgos del carácter y los límites de las esperanzas con el pulso materno; la huella será perpetua porque los corazones al alguna vez latieron al mismo ritmo, jamás se alejan…

La fertilidad fue la primera veneración que brotó sobre la faz de la Tierra en los tiempos en que la sobrevivencia del clan dependía del número de sus integrantes. La Venus paleolítica fue la cimiente de los pueblos,  transformó su imagen para adaptarse a la visión de  cada cultura y su importancia en el imaginario colectivo permaneció inmutable durante siglos y siglos. Hoy, como siempre y desde entonces, la figura materna es determinante en la personalidad y el carácter de los hijos: los prejuicios y las virtudes, los vicios y las actitudes se transmiten con el ejemplo; los traumas y los complejos, las frustraciones y las aspiraciones se perpetúan por la cercanía afectiva.

Ahora, en la parafernalia del mercado, la celebración del Día de la Madre fortalece mi  irremediable resistencia a los ataques idiotizantes de la mediocracia: me atrevo a asegurar que el mejor regalo para una madre es la felicidad de sus hijos y la realización de sus sueños; las expresiones de amor y los agradecimientos no deben restringirse a un solo día porque deberían ser acciones cotidianas. Todos los días del año portamos el legado intangible que la figura materna imprimió en nuestra conciencia y por eso, la mejor forma de celebrar este día implicaría una reflexión sobre la enorme responsabilidad de formar a los hijos: es un trabajo sin tregua ni excepciones que exige un esfuerzo que rebasa los límites del cansancio y de la paciencia; es un sueño que se alcanza con desvelos y angustias; y es una de las paradojas más consistentes en la naturaleza porque la crianza culmina con la independencia y la autonomía de los vástagos que exige agudeza en la mirada para reconocer el momento exacto en que los hijos se convierten en compañeros.

Reflexionar sobre la figura materna en la hipermodernidad implica reconocer las nuevas modalidades de la familia y las consecuencias de la ausencia física o emocional de la madre en hogares impregnados con estereotipos superficiales. La inscripción de los atributos en la personalidad de los hijos se hace actualmente con instrumentos y mensajes diferentes pero aún debe hacerse porque las exigencias de la maternidad no se han extinguido aunque  la abnegación es un rasgo que se atenúa: la decisión femenina de posponer el proyecto personal para dedicar todo su tiempo y sus esfuerzos a la crianza de los hijos registra una notoria disminución que contrasta con el auge de guarderías y la contratación de niñeras.

El funcionamiento de los hogares y la figura materna  se transforman con los tiempos pero la responsabilidad de prodigar un ejemplo a los hijos es inmutable porque tarde o temprano llegará un momento crucial que exigirá la firmeza del pulso para inscribir un ejemplo en la conciencia de los hijos. Y hasta el día de hoy, entre todas las criaturas que habitan el planeta sólo hay una capaz de aceptar ese reto e intentarlo, sólo hay una que imprime una huella perpetua porque los corazones que alguna vez latieron al mismo ritmo, jamás se alejan…  


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