domingo, marzo 22, 2015

Alicia

En algún lugar del retorno, caminando sobre las huellas que conducen al abrazo materno florecen las reminiscencias de la infancia y todas las convicciones fluyen hacia su origen…

            Dicen los que saben que la infancia define el destino, que las vivencias en los primeros años dibujan los contornos de la personalidad del adulto, y que por eso, muchas pautas y reacciones se explican por el niño que habita en el rincón más íntimo de la conciencia. También afirman que las sensaciones del hogar jamás se marchitan, que perduran bajo la piel y afloran en los momentos de desconsuelo; y que por eso, la búsqueda de la fuerza necesaria para soportar cualquier quebranto concluye siempre en los brazos de la madre. 

            En la oscuridad de los tiempos, los primeros lazos de la sangre se consolidaron en torno a la figura materna y los primeros indicios de la familia surgieron por la ayuda incondicional y la solidaridad recíproca en un clan que luchaba por sobrevivir. Ese es el cimiento de todas las construcciones sociales posteriores y ahora, después de miles y miles de años perduran los rasgos de los primeros hombres en los habitantes de la aldea global.  Los hijos y hermanos todavía buscan el calor del hogar y la solidaridad surge franca y espontánea cuando el quebranto desdibuja el centro vital de la familia y la esperanza es un afán común.

            ¿Yo?... estoy comprobándolo ahora mismo y quinientas palabras no son suficientes para describirlo. Ella me dijo que se le acabaron las fuerzas y que el dolor era insoportable; en ese instante se desvanecieron mis prioridades y todo perdió sentido por la urgencia de estar con mi madre. Me oprimió la angustia hasta que llegué a su lado y ahí, el tiempo se detuvo cuando mis sentidos percibieron su presencia y mi corazón, su esencia; y ahora, me reencuentro con el primero de mis grandes amores y reconozco el origen de mis convicciones porque con ella aprendí a escudriñar el cielo y hablarle a dios, por su honestidad repudio las mentiras. 

            Pero las secuelas del tiempo son implacables y sus pasos, que alguna vez me encaminaron de prisa, ahora son cortos y lentos; la suma de todos los quehaceres tiene un efecto inexorable y ahora las pequeñas faenas requieren un esfuerzo extraordinario. La debilidad es una certeza que la aflige y le aterra la soledad pero persiste el hábito de preocuparse por todo y por todos e insiste en realizar los rituales cotidianos de la casa.


            Velo su sueño, cuento sus momentos apacibles y espero impaciente sus sonrisas, me desmorono con cada una de sus quejas pero un pequeño movimiento equivale a una gran proeza; sin embargo, su mejoría significará que debo regresar al ritmo de mi vida, lo que me dolerá más que nunca  porque caminaré sobre las huellas que me alejan del abrazo materno llevando a flor de piel las reminiscencias de la infancia y portando las convicciones que fluyeron desde su origen…  

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