En algún lugar del
retorno, caminando sobre las huellas que conducen al abrazo materno florecen
las reminiscencias de la infancia y todas las convicciones fluyen hacia su
origen…
Dicen los que saben que la infancia define
el destino, que las vivencias en los primeros años dibujan los contornos de la
personalidad del adulto, y que por eso, muchas pautas y reacciones se explican
por el niño que habita en el rincón más íntimo de la conciencia. También
afirman que las sensaciones del hogar jamás se marchitan, que perduran bajo la
piel y afloran en los momentos de desconsuelo; y que por eso, la búsqueda de la
fuerza necesaria para soportar cualquier quebranto concluye siempre en los
brazos de la madre.
En la oscuridad de los tiempos, los
primeros lazos de la sangre se consolidaron en torno a la figura materna y los
primeros indicios de la familia surgieron por la ayuda incondicional y la
solidaridad recíproca en un clan que luchaba por sobrevivir. Ese es el cimiento
de todas las construcciones sociales posteriores y ahora, después de miles y
miles de años perduran los rasgos de los primeros hombres en los habitantes de
la aldea global. Los hijos y hermanos
todavía buscan el calor del hogar y la solidaridad surge franca y espontánea
cuando el quebranto desdibuja el centro vital de la familia y la esperanza es
un afán común.
¿Yo?... estoy comprobándolo ahora
mismo y quinientas palabras no son suficientes para describirlo. Ella me dijo
que se le acabaron las fuerzas y que el dolor era insoportable; en ese instante
se desvanecieron mis prioridades y todo perdió sentido por la urgencia de estar
con mi madre. Me oprimió la angustia hasta que llegué a su lado y ahí, el
tiempo se detuvo cuando mis sentidos percibieron su presencia y mi corazón, su
esencia; y ahora, me reencuentro con el primero de mis grandes amores y reconozco
el origen de mis convicciones porque con ella aprendí a escudriñar el cielo y
hablarle a dios, por su honestidad repudio las mentiras.
Pero las secuelas del tiempo son
implacables y sus pasos, que alguna vez me encaminaron de prisa, ahora son
cortos y lentos; la suma de todos los quehaceres tiene un efecto inexorable y
ahora las pequeñas faenas requieren un esfuerzo extraordinario. La debilidad es
una certeza que la aflige y le aterra la soledad pero persiste el hábito de
preocuparse por todo y por todos e insiste en realizar los rituales cotidianos
de la casa.
Velo su sueño, cuento sus momentos
apacibles y espero impaciente sus sonrisas, me desmorono con cada una de sus
quejas pero un pequeño movimiento equivale a una gran proeza; sin embargo, su
mejoría significará que debo regresar al ritmo de mi vida, lo que me dolerá más
que nunca porque caminaré sobre las
huellas que me alejan del abrazo materno llevando a flor de piel las
reminiscencias de la infancia y portando las convicciones que fluyeron desde su
origen…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario