En algún lugar efímero, las carencias y las negligencias desaparecen con los primeros efectos primaverales que revelan la culminación de una etapa y un nuevo principio; y entonces, por un afán inaudito florece la excelencia en todas las áreas públicas…
En la agenda oficial, en el mes de
marzo iniciaron las campañas de proselitismo en el proceso electoral 2024 y la
ciudadanía es el objetivo de cientos de mensajes mediáticos repetidos hasta el
hartazgo que simplifican las propuestas de los candidatos a su mínima expresión;
el paisaje urbano se satura de colores, logotipos y frases que desaparecerán (o
deberían desaparecer) después de los comicios
y el aire respirable se impregna de promesas y decepciones, alabanzas, críticas
y descalificaciones.
Pero el proselitismo no se restringe a la
confrontación mediática, sus efectos se perciben en el plano de la cotidianidad
con acciones concretas y tangibles que exceden el ámbito de las promesas: de la
noche a la mañana desapareció el bache en el que siempre caía y se hizo la luz
en los recovecos oscuros de las calles olvidadas. En un afán cívico, los oficiales
de tránsito vigilan que los automovilistas no estacionen sus vehículos en los
espacios prohibidos para evitar una infracción, se sancionan el desperdicio del
agua y las obstrucciones en las vías públicas.
En las oficinas gubernamentales los empleados son
la personificación de la amabilidad y en un auténtico desplante de eficiencia,
surgen los derechos y contribuciones que alguna vez se omitieron y que ahora
representan un adeudo estratosférico por las multas y recargos que lo incrementaron
porque ahora sí revisan las carpetas y expedientes de todos los usuarios de los
servicios públicos.
Es una temporada muy breve pero sorprendente
porque la calidad de los servicios, el progreso y el bienestar son reales y tangibles.
La administración pública duplica los niveles de la eficiencia que no alcanzó
durante todo el sexenio; se resuelven rápidamente todas las contingencias que
esperaron solución durante años. La suficiencia de los recursos es evidente y
se destinan a los rubros que permanecieron agazapados en el cajón de los
olvidos.
La cuestión es ineludible. Si la administración
pública alcanza niveles de excelencia en la temporada electoral, luego
entonces, ¿sería posible extender las bondades de esta efímera eficiencia? ¿la
vocación de servicio de los funcionarios públicos podría instalarse como una actitud
permanente?
¡Sí!.. Es un sueño guajiro, pero se vale soñar.
Por lo pronto, regocijémonos con las excelsas demostraciones de eficiencia, aunque
sólo sea una llamarada de petate. Pero esta singular alegría que
momentáneamente nos embarga no debe nublar el discernimiento que nos permita
leer entre las líneas de un discurso oficioso y detectar datos omitidos detrás
de cifras infladas en balances descuadrados.
Los afanes por atraer la simpatía
del electorado se engalanan con los efectos primaverales y revelan que un
gobierno culmina a todo vapor impulsado por un afán inaudito prodigando la excelencia
postergada en todas las áreas públicas…