domingo, mayo 10, 2009

Genio y figura

En algún lugar del mundo, en el ámbito de la feminidad se erige la dimensión social, porque el hogar ha sido siempre el invernadero donde germinan todas las ideas y florecen todos los principios; la silueta de una mujer es el contorno de los sueños que se han hecho realidad…

A través de los siglos y los milenios en la historia de la humanidad, donde lo único constante ha sido el vaivén de los criterios socialmente compartidos, la antropología ha identificado tres periodos en la identidad femenina. En la antigüedad, la mujer fue considerada como un ser inferior y despreciado, cuyo objetivo existencial era únicamente la maternidad; el prototipo de la “Primera Mujer” corresponde a un ser humano estigmatizado por la desconfianza y la carencia absoluta de inteligencia.

En el Medioevo, cuando apareció el amor cortesano, surgió “la Segunda Mujer”: aquella dama idolatrada, poseedora de todas las virtudes y las perfecciones morales y estéticas. En el siglo XII nació el culto a la mujer, a su belleza y su virtud, proceso que continúa en los siglos posteriores, siempre exaltando de manera romántica sus cualidades maternales.

Ya en los siglos XVIII y XIX, la mujer es reconocida por sus funciones como esposa y madre, y de manera especial, se le confiere el poder de formar a los niños, de educar lo masculino y civilizar comportamientos y costumbres. En el siglo XIX se estableció un rígido modelo normativo, apoyado con las instituciones de control de la modernidad, el Estado-Nación y la fábrica establecieron las normas sociales. El Estado retomó la división sexual y confinó a la mujer a su ámbito natural: la casa. Los sistemas educativos y de salud adoptaron el mismo discurso. El hombre se convierte en el individuo soberano de sí mismo, al igual que el Estado se convierte en el soberano del territorio.

Cuando surge la cultura de consumo se pretende emancipar a la mujer: en la década de los cincuenta los nuevos electrodomésticos y las cenas enlatadas le ofrecen una oportunidad a la mujer de liberarse de sus tareas “naturales”. También tuvo más acceso a la educación y en la estructura productiva se crearon nuevas oportunidades en el sector de servicios y de salud que fueron aprovechadas por las mujeres. El salario femenino contribuye al ingreso del hogar, lo que ayuda al sostenimiento del consumo en el marco de una sociedad de mercado.

Después de los años 60s y de las transformaciones sociales y culturales que tuvieron lugar en Occidente, se produjo el advenimiento histórico de lo que Lipovetsky llama: “la Tercera Mujer”. Este proceso se acompaña de una serie de cuestionamientos sobre la identidad femenina. La libertad de elección que otorga la sociedad de mercado a la mujer, le brinda la posibilidad de gozar del individualismo del hombre. El aborto, la anticoncepción, las demandas de divorcio de iniciativa femenina, la libertad sexual, al igual que el cambio en la estructura familiar hacen que la mujer se afirme como individuo.

Surge un nuevo modelo familiar que se caracteriza por deslegitimar el principio de subordinación de la mujer al hombre. Las decisiones familiares provienen de un consenso, con la participación de ambos cónyuges en las decisiones importantes. Con la tercera mujer, aparece la pareja igualitaria-participativa.

Pero las transformaciones de los códigos culturales y de los criterios sociales no significan una mutación histórica absoluta, no sustituyen a los prejuicios del pasado ni aniquilan los estigmas femeninos. En la actualidad, el género femenino aún es el encargado de la producción de los futuros ciudadanos, el rol de la mujer dentro de la familia y las tareas domésticas afirman su identidad al permitir el dominio de un universo propio y la constitución de un mundo íntimo, emocional y comunicacional.

Aún ahora, cuando los filósofos y los antropólogos celebran el surgimiento de la Tercera Mujer, persisten ideas obtusas que enaltecen a la mujer únicamente por el don de la maternidad y que condenan el derecho femenino a decidir. En la sociedad de mercado, la afirmación identitaria se realiza por un proceso de consumo que se guía por la capacidad y voluntad de comprar, y en este caso, se consume la imagen de la “madre”’ entronizada en el espacio privado.

Hoy por hoy, en la figura femenina convergen las dos versiones de la vida: la familiar y la social, versiones que la mujer debe conciliar por el lastre legendario que la confinó al hogar; la responsabilidad en la formación de los hijos es, aún, exclusiva de las madres, como lo es también el funcionamiento del hogar. La conciliación de los ámbitos es una de las genialidades de la mujer, el rol predominante de la mujer en la familia no es sólo una responsabilidad ineludible porque estas tareas enriquecen su vida emocional y le dan a su existencia una dimensión de sentido.

A pesar de la feminización de las carreras y del empleo, el poder económico y político permanece mayoritariamente en manos masculinas, pero esto no se debe solamente a las imposiciones masculinas sino a la priorización que dan las mujeres a los valores privados, lo que las hace renuentes a la lucha del poder por el poder.

La Tercera Mujer se reconcilia con el rol tradicional y por su incursión en el ámbito público se enriquece a sí misma. Sin embargo, aún perdura el criterio biológico para distinguir a los géneros de la especie humana y predomina la imagen maternal de la mujer por encima de todos sus atributos.

La figura femenina seguirá suspendida, pendiendo del criterio masculino que ella misma perpetúa, porque gracias a la genialidad de la mujer, la dimensión social se erige en el ámbito de la feminidad… porque el hogar ha sido siempre el invernadero donde germinan las ideas y florecen todos los principios, porque la silueta de una mujer es el contorno de los sueños que se han hecho realidad…

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