domingo, noviembre 01, 2009

La última vez

En algún lugar de la geografía existencial, la república de la vida es una nación extensa, pletórica de paisajes conocidos y caminos recorridos; pero más allá de la frontera del ámbito vital, yace un territorio inexplorado e inexpugnable, inmenso e inconmensurable…

Dicen los que saben, que sólo se ama lo que se conoce, que se ama la vida al vivirla y que se inmortalizan las vivencias al contarlas; que por eso, el amor a la vida se traduce en el desprecio a la muerte y suele esquivarse esa idea fatal. Por el positivismo congénito del pensamiento, los seres humanos postergan la posibilidad del fallecimiento a un futuro impreciso y remoto.

La fatalidad del destino de todos los seres vivos es una contingencia lejana, una ínfima probabilidad. Por eso, durante el curso de la existencia se atesoran, en el corazón y en la memoria, todas las primeras veces: el primer noviazgo, el primer carro, el primer empleo, los primeros pasos de los hijos, sus primeras palabras, sus primeras letras, y también, los primeros nuncas.

El registro de las primeras veces es una operación deliberada que magnifica un evento en virtud de las transformaciones que provoca, en función del concepto de la vida como una condición garantizada, continua, irrevocable.

Pero al margen de las primeras veces, acontecen y se suceden mil y un eventos, una infinidad de gestos y palabras, una miríada de afectos y efectos, que pasan desapercibidos por su frecuencia.

Cuando aparece la figura esquiva de la muerte y eleva la ausencia al rango de la perpetuidad, muchos eventos adquieren una importancia inusitada porque se rescatan de la cotidianidad y se registran como la última vez.

Es entonces cuando el último abrazo se transforma en una sensación etérea, cuando el eco de las últimas palabras se instala en el corazón, cuando la última mirada impregna la memoria. Y la figura de la muerte se incorpora a la cotidianidad, y la ausencia física se transforma en una presencia abstracta, y las fronteras de la vida se hacen tangibles, y la vida adquiere una dimensión finita y vulnerable, y el territorio inhóspito de la muerte, antes lejano y remoto, se erige a un suspiro de distancia.

En un momento impreciso se reordenan las ideas y los recuerdos, las últimas veces se anteponen a las primeras, se ponderan las vivencias y la condición humana se concentra en un entorno perceptivo pretendiendo comprender lo inescrutable.

Pero la barca de Caronte aguarda impasible. Hasta el día de hoy, ninguna deidad ha sido capaz de interferir con la fatalidad del destino y reorientar el desenlace de la vida humana. Aún ahora, la única certeza existencial indica que el ser humano es un maravilloso compendio de células y elementos, configurado con el mismo material con que se tejen los sueños.

Yo? … Llevo grabada la última vez que abracé a mi hermana Cuquita; y a veces, puedo escuchar su voz diciendo mi nombre. Y… sí! Quiero creer que en la primera noche de noviembre las fronteras se desvanecen y los planos de la existencia se traslapan. Quiero creer que esa noche, ella emigrará de un territorio inexplorado e inexpugnable, inmenso e inconmensurable… para darme otro abrazo…

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