domingo, agosto 08, 2010

Las aristas del silencio

Revelar al mundo algo que le interesa profundamente y que hasta entonces ignoraba, demostrarle que ha sido engañado en algún punto vital para sus intereses temporales o espirituales, es el mayor servicio que un ser humano puede prestar a sus semejantes”.
Jonh Stwart Mill


En algún lugar del progreso, cuando la industria acaparó todas las utopías, mientras se esparcía un mensaje que adormecía las conciencias, surgió la convicción de buscar y difundir la verdad…

En los albores de la Modernidad, el periodismo se erigió como el contrapoder del sistema político, como el garante de la democracia y de la libertad de expresión. Sin embargo, en una paradoja del progreso, la propagación de las telecomunicaciones provocó que los consorcios mediáticos controlaran el imaginario colectivo; actualmente, los medios manipulan la opinión pública, pueden despertar pasiones apócrifas o generar un desprestigio infundado: las multitudes repiten irreflexivamente las versiones de los acontecimientos divulgadas por la industria mediática.

Pero aún ahora, bajo el imperio del cuarto poder y ante el contubernio de los poderes fácticos que ha ensombrecido la realidad, el periodismo conserva su esencia ética y ejerce su responsabilidad social a pesar de los riesgos implicados.

El lunes 26 de julio fueron secuestrados cuatro periodistas en Gómez Palacio, Durango, después de cubrir la información sobre la corrupción en el penal de la ciudad, donde los reos salían en la noche para asesinar personas con el “permiso” de la titular del centro de readaptación, Margarita Rojas Rodríguez.

El gremio periodístico se solidarizó al denunciar el secuestro de sus colegas y por la presión que ejercieron, el gobierno federal intensificó la búsqueda de los reporteros secuestrados. Días después fueron liberados y una semana más tarde se logró la captura de los secuestradores. Sin embargo, el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ) señaló que estas aprehensiones “representan una inusual y rápida respuesta por parte de las autoridades de un país donde 90% de crímenes contra la prensa no se resuelven”.

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos, indica que desde el año 2000 a la fecha, 67 periodistas han muerto y 11 continúan desaparecidos, en hechos vinculados a agresiones y amenazas que permanecen impunes.

La contundencia de esta versión inédita de la realidad movilizó a reporteros, camarógrafos, fotógrafos y demás trabajadores de radio, medios impresos y televisión en la Ciudad de México y en varios estados del país, para exponer su reclamo al gobierno federal. Marcharon esgrimiendo el silencio como protesta, exigieron el respeto al ejercicio de la libertad de expresión, el cese de los actos de violencia, intimidación y acosos contra los profesionales de la información en todo el país. Y en la arista más filosa del silencio advirtieron: “Matando un periodista, no se mata la verdad”.

La trascendencia de esta protesta elude las imposiciones y la censura de los grupos dominantes, y debe entenderse como la defensa al derecho inalienable de los seres pensantes al ejercicio de la crítica.

En la aldea global, donde el pensamiento tiende a uniformarse por la emisión de mensajes que adormecen las conciencias, la crítica es un imperativo moral, es la negación al acatamiento irreflexivo, la única construcción racional que no corre el riesgo de totalizarse ni de convertirse en un dogma, y la convicción de buscar y difundir la verdad…

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