domingo, marzo 20, 2011

La casa

"Me lo podrán quitar todo, pero este aire no me lo quitarán nunca".
José Saramago

Dedicada a Alicia Murillo, mi madre.

En algún lugar de la memoria, en una grieta profunda donde se atesoran las imágenes de los primeros hitos en la historia personal, perdura, tenue y latente, la sensación del hogar…

Por los efectos ancestrales del instinto de supervivencia, cuando los seres vivos alcanzan la plenitud biológica se independizan y abandonan el seno materno. La especie humana no fue la excepción. Los habitantes de la modernidad tardía, a diferencia de las generaciones posmodernas, desplegaban las alas y emprendían el vuelo buscando su destino en cuanto era posible; en ese entonces, la autonomía se consideraba como una imperiosa necesidad.

Desde esa perspectiva, la configuración del espacio propio se considera un gran logro, el primero de muchos, pero quizás el más significativo, porque en ese feudo íntimo se concentran las manifestaciones tangibles de la conciencia que lo habita, el aire se impregna de los sueños y las aspiraciones, de los temores y las privaciones que ahí se comparten. Las paredes de la casa se impregnan del ambiente que ahí prevalece. Los pequeños reinos privados contienen el pensamiento de sus habitantes, y el ejemplo más reciente de ese proceso mágico que confiere a los objetos las cualidades intangibles de sus propietarios es la casa de José Saramago en una de las Islas Canarias: “hace 18 años José Saramago entró en su casa de Lanzarote, se sentó en el que sería desde entonces su despacho, y decidió que allí respiraría el aire de la isla”. A nueve meses de su fallecimiento, Pilar del Río, abre las puertas de la casa para compartir con el mundo “un remanso de paz, de belleza y también el aliciente para no rendirse" porque “el espíritu de Saramago vive cuando abro estas puertas para seguir respirando su aire."

Y mientras en Lanzarote se abrían las puertas de la casa de José Saramago, yo regresaba al hogar de mi infancia para reencontrar la ternura hecha mujer, el abrazo de mis nostalgias y el calor de mis primeras querencias. Tal vez, por esa maravillosa porosidad de las paredes y por la asombrosa permeabilidad de los pisos, cuando se vuelve al hogar materno es posible percibir aquellas sensaciones que se inscribieron en la infancia, los trazos ahora imperceptibles, de los rasgos de la personalidad.

Al respirar de nuevo del aire que rodea a mi madre se desvaneció el mundo exterior, al sentir de nuevo la caricia del terruño me invadieron la alegría congénita, la despreocupación de mi infancia y la irreverencia de mi juventud: los placebos existenciales indispensables para salir de nuevo y seguir construyendo el porvenir. Me llevo, fortalecida y sublimada, la grieta más profunda en mi memoria, donde atesoro las imágenes de los primeros hitos en mi historia personal, donde perdura, tenue y latente, la sensación de mi hogar…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los hijos suelen embellecernos, o afearnos, con sus acciones. Y tu hija hizo que te vieras como recién salida de instituro de belleza con su graduación. También la mía lo hizo -¡no me dejó tan resplandeciente de hermosura como a ti pues eso es algo imposible a mi edad, pero si para mi mente y corazón-, hace 2 días cuando aprobó el examen práctico para conducir, que aquí en Europa es, casi, como una licenciatura universitaria. Lo logró tras mucho esfuerzo, sudor y lágrimás metálicas -¡también es carisimo!-. Y la ultima vez que la derrotaron, la animé con esa idea de tu maestro fallecido en que revela "que la derrota tiene algo bueno, nunca es definitiva; y que la victoria, también supone algo malo, tampoco es para siempre ..."

Tu evocación de "La casa", tiene la virtud de describir algo que sucede a los humanos y de lo que nunca suelen hablar: el regreso a la fuente imaginaria particular donde vivimos el comienzo de eso que después llamamos "vida". Hasta donde lo he observado en otros -sean presidentes, académicos, famas o simplemente ese alguien que en la calle nos pide una moneda para volver a ella-, siempre me llamó la atención pues es recarga de energía de la que nunca he hecho uso. Tal vez porque cuando abandoné el espaci/útero donde transcurrió mi infancia -¡me costó muchísimo salir de allí!-, una voz me susuró al oido: "¡Jamás vuelvas aquí!". No interpretes esta confesión como algo patético pues para mi no es drama o conflicto que me asedie ya que lo caminado desde aquel entonces me ha enseñado que "mi casa" es el planeta. Y que desde cualquier parte de él en que esté, puede mi ubicuidad hacerme sentir en todas. Así también lo pensó en un poema ese, que dicen es el "Apostol Nacional" de La Isla donde nací, cuando haciendo decir a las palabras lo que él sentía y no lo que ellas querían obligarle a decir, escribió:

Yo vengo de todas partes
y hacia todas partes voy.
Arte soy entre las artes
y en los montes monte soy.

Sigue enbelleciendo lo que dices. Te hará, también, más feliz.

Lázaro Buría Pérez