domingo, febrero 12, 2012

Lo indefinible

En algún lugar del tiempo, en la vertiente veleidosa de los afanes emergen las temerarias definiciones de lo intangible y en la región evanescente de los ideales florecen versiones híbridas de lo sublime que se propagan ansias galopantes de consumo…

El amor ha sido una definición esquiva que ha inquietado al hombre en todos los tiempos, por eso, en todas las épocas las expresiones del amor han adoptado la forma del criterio predominante. En la caverna de los trogloditas el amor germinó por las afinidades entre seres semejantes y floreció por la necesidad de pertenencia; aquellos vínculos se forjaron en la empatía y con el transcurso del tiempo se materializaron en los rasgos de una especie dominante.

Siglos después, cuando el hombre ascendió a la cima del mundo, el amor se incorporó al legado cultural y sus manifestaciones alcanzaron dimensiones épicas como la guerra de Troya; épica fue la reacción de Marco Antonio, cuando hizo traer 200,000 volúmenes de la biblioteca de Pérgamo para aliviar la tristeza de Cleopatra por el incendio de la biblioteca Alejandría. Cuando el romanticismo impregnó la razón, el amor ascendió a niveles sublimes y en la atmósfera de las idealizaciones la fortaleza incontenible provenía de la certeza de saberse amado.

Todavía en el siglo pasado, el amor fue el argumento de grandes historias. Hoy por hoy, el amor se enfrenta a una crisis existencial. En una sociedad caracterizada por el consumismo, cuando los individuos viven ensimismados dentro de una burbuja personal donde predominan sus propios intereses y necesidades, el amor se ha desvirtuado en una temporada de ventas masivas; las expresiones del amor son objetos materiales, símbolos de la versión más cursi del amor, que se encarecen en la víspera de San Valentín y que pierden todo su valor un día después.

Vivimos en una época de incertidumbres, en un mundo materializante donde todo caduca y es desechable, la moda es el síntoma inequívoco de la sumisión irreflexiva al mandato del mercado. Los afectos sólo existen si se expresan con objetos y la certeza del amor se comprime en el perfil que se publica en las redes sociales.

Pero ahora, como siempre y desde entonces, el amor permanece en el mapa genético de nuestra especie, surge en el páramo de la soledad posmoderna, germina con la afinidad y florece en la conectividad. Emigra de la virtualidad para consolidarse en una atracción viva y latente. Los senderos son vertiginosos y las distancias ya no existen para este legendario sentimiento que alguna vez movilizó los ejércitos de un hombre resentido. Aún en su versión más frívola y cursi, comprimido en objetos inútiles, el amor es un concepto indefinible que perdura en la región evanescente de los ideales, que florece sublime, inmarcesible e imperturbable entre versiones híbridas que se propagan como ansias galopantes de consumo…

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