“Los
hombres han olvidado esta verdad, pero tú no debes olvidarla:
eres
responsable para siempre de lo que has domesticado.”
Antoine
De Saint-Euxpery.
Con mi agradecimiento al MVZ Elías I. Mada Estrella
En algún lugar de la cueva, junto al fuego milenario en un gesto
inusitado de generosidad surgió un lazo entre dos especies que se fortaleció
con el matiz más sublime de la amistad…
La amistad entre los lobos y los trogloditas ha perdurado por miles de
años y por la selección artificial aparecieron las distintas especies; hoy por
hoy, en la posmodernidad, por la
fragilidad de los vínculos emocionales entre los seres humanos se ha
fortalecido el nexo entre el hombre y el perro. Cuando se adquiere una mascota
se le considera como una pequeña propiedad, como un regalo viviente con
cartilla de vacunación. Los animalitos
se incorporan al hogar y al peculiar estilo de vida de cada familia, y en la
caso de los perros, una de las especies consideradas -erróneamente- pequeñas,
la capacidad de adaptación es sorprendente cuando se integran a una manada de
humanos. Poseen una habilidad perceptiva extraordinaria para interpretar todos
los gestos y las expresiones de sus amos y gracias a la nobleza de su carácter
se merecen mucho más que el cariño que reciben. Aparentemente, la convivencia
con los perros implica una relación asimétrica: el amo siempre ordena y decide,
educa y corrige; el perro siempre atiende, festeja y obedece. Pero en el fondo
surge una dependencia recíproca y no sé en qué momento se revierten las atribuciones
y el perro de apropia del corazón del amo aunque no exista ningún documento que
lo certifique.
¿Yo?.. Tuve un perrito… Era mío porque nació un domingo en mi casa,
porque yo escogí su nombre y lo grabé en
la placa de su collar. Era mío porque domestiqué sus instintos, porque lo
enseñé a jugar y lo llevaba a pasear en
las tardes. Era mío porque le enseñe a pasear en mi carro, porque tomaba el sol en mi jardín, porque se comía
mis zapatos y dormía en mi sala. Era mío porque yo lo alimentaba y lo bañaba,
porque yo lo atendía y lo curaba, porque trataba de entenderlo, aunque no
siempre lo lograba. Era mío porque creció a mi lado, porque me obedecía y
porque era feliz en mi casa.
Pero el título de propiedad de un amo tiene una fatal expiración. Y
ahora que mi perrito ya no está y que ya no lo tengo comprendo al fin que su
compañía fue mucho más que una simple cuestión de propiedad o dominio, porque
al entrar en mi vida se adueñó de mi corazón con su lealtad, porque al morir se
apropió de un pedacito de mi corazón
porque surgió un lazo que se fortaleció
con el matiz más sublime de la amistad…
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