lunes, septiembre 22, 2014

Título de propiedad


“Los hombres han olvidado esta verdad, pero tú no debes olvidarla:
eres responsable para siempre de lo que has domesticado.”
Antoine De Saint-Euxpery.

Con mi agradecimiento al MVZ Elías I. Mada Estrella
En algún lugar de la cueva, junto al fuego milenario en un gesto inusitado de generosidad surgió un lazo entre dos especies que se fortaleció con el matiz más sublime de la amistad…
La amistad entre los lobos y los trogloditas ha perdurado por miles de años y por la selección artificial aparecieron las distintas especies; hoy por hoy, en la posmodernidad,  por la fragilidad de los vínculos emocionales entre los seres humanos se ha fortalecido el nexo entre el hombre y el perro. Cuando se adquiere una mascota se le considera como una pequeña propiedad, como un regalo viviente con cartilla de vacunación.  Los animalitos se incorporan al hogar y al peculiar estilo de vida de cada familia, y en la caso de los perros, una de las especies consideradas -erróneamente- pequeñas, la capacidad de adaptación es sorprendente cuando se integran a una manada de humanos. Poseen una habilidad perceptiva extraordinaria para interpretar todos los gestos y las expresiones de sus amos y gracias a la nobleza de su carácter se merecen mucho más que el cariño que reciben. Aparentemente, la convivencia con los perros implica una relación asimétrica: el amo siempre ordena y decide, educa y corrige; el perro siempre atiende, festeja y obedece. Pero en el fondo surge una dependencia recíproca y no sé en qué momento se revierten las atribuciones y el perro de apropia del corazón del amo aunque no exista ningún documento que lo certifique.
¿Yo?.. Tuve un perrito… Era mío porque nació un domingo en mi casa, porque yo  escogí su nombre y lo grabé en la placa de su collar. Era mío porque domestiqué sus instintos, porque lo enseñé a jugar y  lo llevaba a pasear en las tardes. Era mío porque le enseñe a pasear en mi carro, porque  tomaba el sol en mi jardín, porque se comía mis zapatos y dormía en mi sala. Era mío porque yo lo alimentaba y lo bañaba, porque yo lo atendía y lo curaba, porque trataba de entenderlo, aunque no siempre lo lograba. Era mío porque creció a mi lado, porque me obedecía y porque era feliz en mi casa.

Pero el título de propiedad de un amo tiene una fatal expiración. Y ahora que mi perrito ya no está y que ya no lo tengo comprendo al fin que su compañía fue mucho más que una simple cuestión de propiedad o dominio, porque al entrar en mi vida se adueñó de mi corazón con su lealtad, porque al morir se apropió de un pedacito  de mi corazón porque surgió un lazo  que se fortaleció con el matiz más sublime de la amistad…

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