En algún lugar premeditado,
en la tibieza de las inercias y en una plaza vacía, contienden las mismas
fuerzas con rostros diferentes por los mismos privilegios con nuevos
artificios…
El clima predominante en las elecciones
intermedias es la tibieza de la apatía generalizada con ligeras precipitaciones
de entusiasmo militante. Y en este clima todo contribuye a enfatizar la
indiferencia del electorado: la figura de los diputados es la que menos
confiabilidad proyecta y el objetivo predilecto del escarnio popular; la
duración de las campañas en las elecciones intermedias es de 60 días que transcurren
sin pena ni gloria, la única variante es mediática porque el discurso
proselitista se comprimió en melodías rítmicas y contagiosas que sintetizan el
ideario partidista en veinte segundos.
Todos los pronósticos indican un horizonte mustio en campañas grisáceas
donde la personalidad de los candidatos tiende a diluirse entre los colores de
los partidos; las diatribas entre los contendientes se aminoraron pero las
revelaciones en los medios se intensifican conforme se acerca la jornada
electoral. El paisaje es totalmente abstracto por la proliferación de mensajes
genéricos y promesas intercambiables que podrían interpretarse como una
estrategia de la partidocracia para incentivar el abstencionismo y reducir la
contienda electoral a una confrontación de las militancias.
Porque en esta época del calendario político
se produce una de tantas ironías electorales: las campañas triviales que no
alcanzan la temperatura ni la intensidad para despertar el interés del
electorado contrastan con la repercusión de los porcentajes de la votación que
determinarán la distribución del financiamiento público a los partidos
políticos: un 30% se distribuye por partes a iguales a todos los partidos pero
el 70% se distribuye de acuerdo con el porcentaje de votación en las elecciones
federales. Este es un criterio que demerita la equidad y en estas
circunstancias, promover el voto nulo o el abstencionismo como sinónimo de
rechazo únicamente favorece a los partidos que acaparan los niveles más
elevados de votación.
La abstención como rechazo no tiene
efectos legales y la opinión pública es la menor de las preocupaciones en la
partidocracia. La única forma para incidir en la configuración del régimen de
partidos es el voto. Acuda a las urnas el domingo 7 de junio y emita su voto, sea
cual fuere (razonado, útil, de castigo, nulo, o qué sé yo). Sólo así, a través
del voto como expresión ciudadana, la
distribución del financiamiento será más equitativa; sólo así, por la participación de todos los
mexicanos podrá evitarse la parodia democrática que suelen protagonizar las
militancias y las huestes al servicio de la partidocracia. Sólo así, podrán revertirse
paulatinamente los pronósticos y la tibieza de la apatía; así y sólo así, se desvanecerán las inercias y los silencios
en una plaza concurrida por los ciudadanos que emitirán su voto a pesar de los nuevos
artificios…
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