domingo, agosto 09, 2015

Fusión y paradoja

“Los físicos hemos conocido el pecado, la ciencia ha perdido la inocencia
 y el derecho a la neutralidad.”
Robert Oppenheimer


            En algún lugar desértico, las leyes universales de la ciencia se sometieron a las ambiciones desmedidas y en una fusión contra natura, procrearon las invenciones que devastarán el porvenir…

            A las once de la mañana del 9 de agosto de 1945, el avión “Bockscar” lanzó en un paracaídas la bomba de plutonio bautizada como “Little boy”  que detonó a  500 metros sobre la superficie de Nagasaki. Aquel artefacto nuclear medía casi tres metros y medio de largo,  pesaba poco más de cuatro mil kilogramos y su poder devastador provocó la muerte de 74,000 civiles superando  a la bomba lanzada sobre Hiroshima tres días antes. Así, culminaba el  “Proyecto Manhattan” que congregó a las mentes más brillantes del mundo en el desierto de Nuevo México, en un complejo habitacional que albergó en la máxima secrecía a 150,000 personas durante 2 años y 3 meses. Y así, se consolidaba el dominio de la industria bélica sobre la ciencia, destruyendo la utopía de la Modernidad que la glorificaba como el único y el mejor instrumento para lograr el bienestar universal. Con la destrucción masiva en Hiroshima y Nagasaki se desvanecieron los  últimos vestigios del código de honor militar, la capacidad para infringir dolor a los pueblos  enemigos se convirtió en el indicador predominante del poderío de los países y se desató  una interminable carrera armamentista.

            Tras la devastación de las ciudades japonesas sobrevino la devastación moral de los científicos que participaron en la construcción de los artefactos nucleares y todo el peso de la culpa recayó en Robert Oppenheimer, el genio de la física que estuvo  a cargo del proyecto que desencadenó el poder de mil soles en la faz de la Tierra.   

Actualmente se estima que existen 360,000 sobrevivientes, conocidos como “hibakusha” (personas bombardeadas) que padecen los estragos de la radiación y que en algún momento de sus vidas han sufrido enfermedades o malformaciones derivadas de la exposición a niveles excesivos de radiación: cáncer, aberraciones cromosómicas, cataratas, esterilidad, pérdida de cabello, pigmentación anormal, espina bífida o trastorno generalizado del desarrollo, entre otras patologías. Pero el flagelo mental fue mucho más doloroso: de 1945 a 1960 se registraron muchos casos de neurosis, amnesia, falta de concentración y síndrome de estrés postraumático.

            Aquella utopía de la Modernidad sería posible si hubiera más artistas que soldados, si  la caricia de las humanidades determinara la prioridad de los científicos y  el criterio de las masas, pero la milicia es el  modus vivendi para los menos afortunados y a 70 años de la devastación causada por las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, la industria de la guerra acapara gran parte de las hipótesis científicas para la producción de armas y  el imperio de la técnica margina y excluye al arte, a la creatividad y a las disciplinas humanizantes. Hoy por hoy, los drones sobrevuelan territorios hostiles y rebeldes en el Medio Oriente, un láser color verde es capaz de derribar aviones enemigos a cuatro kilómetros de distancia y la realidad superará a todas las novelas ciencia ficción porque la inteligencia es el instrumento de  la destrucción en una paradoja fatal que fusiona la habilidad que nos humanizó con un afán deshumanizante,  una fusión contra natura que procrea las invenciones que devastarán el porvenir…

           



Fuentes

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