“Todo
nuestro trabajo tiene sentido si heredamos a nuestros alumnos alegría para
soportar los fracasos y avidez para buscar cosas nuevas de la vida”
Alberto
Gárate Rivera
En algún lugar de la geografía humana, entre las espirales del mandato
genético existe un rasgo inmutable, imperturbable: una pizca de la eternidad,
un átomo curioso e inquieto, una molécula de luz, que nos impulsan a
transmitir, una y otra vez, el relato que nos describe…
Dicen los que saben que nuestra especie superó a todos los seres vivos
del planeta cuando la chispa de la curiosidad desencadenó el razonamiento pero
enfatizan que la condición humana surgió con el primero de los memes: el afán
de compartir las experiencias, los temores y los sueños. Como siempre y desde
entonces, en la enseñanza y el aprendizaje se realiza el esfuerzo humanizante
por excelencia.
Somos humanos por la generosidad que nos impulsa a transmitir lo aprendido
y este atributo nos enaltece cuando la humildad nos hace reconocer que la vida
es una incógnita inmensa. Y desde la caverna hasta nuestros días, el avance
intelectual es impensable sin la figura del maestro: la presencia que guía y
corrige sin invadir el ámbito de la paternidad, la voz que alienta la
curiosidad “para descifrar el brillo de las estrellas”, el punto de apoyo de
las ideas que cambiarán al mundo.
Debo precisar que esta descripción
es ajena a todos los conceptos que restringen la enseñanza a un ámbito laboral
porque lo que intento definir es la docencia como el arte de enseñar, como la
convicción que derriba los límites para liberar la mente y la vocación que elude
todos los contornos, que se “sale de la caja”, y prodiga el aliento temerario
para “participar en la formación de otra
persona”; es el motivo insólito por el cual una promesa se inventa y se
reinventa, en cada clase, en cada curso, en cada consejo, una y otra vez, en un
relato de largo aliento porque el impacto de la docencia, en todas sus
manifestaciones, se produce mucho tiempo después cuando aparecen nuevas
soluciones, enfoques diversos o capítulos inauditos inspirados en la cátedra, como
lo explica Alberto Gárate Rivera en su tesis “El educador iluminado”.
Son las palabras del maestro las que trascienden los muros del aula en
un eco que alentará e inspirará la búsqueda de nuevos horizontes. Y si la vida es una secuencia interminable de
aprendizajes, la docencia exige adaptabilidad a todos los cambios y el ánimo
para reubicar los hitos y las metas, para entender los designios de cada
generación y perpetuar el rasgo inmutable de nuestra especie que nos impulsa a
transmitir, una y otra vez, el relato que nos describe…
Con mi sincero reconocimiento a todos los
que asumen la responsabilidad de enseñar, y mi total agradecimiento a Cetys
Universidad por la oportunidad que me brinda para participar en la formación de
los artífices del mañana.
Fuentes:
Gárate
Rivera, Alberto. (2017). El educador
iluminado. México: Cetys Universidad.
Valls
Esponda, Jaime. (2017). La docencia como
profesión. Recuperado el 14 de mayo del 2017, de http://www.eluniversal.com.mx/entrada-de-opinion/articulo/jaime-valls-esponda/nacion/2017/05/9/la-docencia-como-profesion
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