“El sentido del humor es una defensa que nos permite
percibir ciertas cosas horribles que no podemos
remediar.”
Jorge Ibargüengoitia
En
algún lugar irónico, la incongruencia entre los inicios y los desenlaces
enfatiza la vulnerabilidad de los hombres ante los caprichos de la fortuna,
súbitamente se desencadenan los motivos hilarantes, hasta entonces reprimidos,
y así, por el efecto implacable del humor, en una parodia galopante se desmoronan
los íconos vetustos de la historia oficial…
Dicen
los que saben que el canon es el entorno exclusivo donde residen los genios que
suelen ser personajes cuyo talento es indiscutible porque excede los parámetros
de la mediocridad; pero el canon también alberga a los elegidos que suelen
compensar la escasez de méritos con la abundancia de lisonjas y la exuberancia
de sus halagos. Por eso, aquellos que no someten su opinión al criterio
imperante y los irreverentes que no aplauden por compromiso no ascienden a la
cima del arte.
Uno
de los marginados de la élite literaria es Jorge Ibargüengoitia, el escritor
que destrozó la solemnidad de la historia oficial cuando humanizó a los íconos
de la patria al atribuirles los matices de la imperfección que compartimos
todos los humanos. Su obra de teatro “El atentado” ganó el premio de la Casa de
las Américas en 1963 pero en México se estrenó hasta 1975 porque las
autoridades recomendaron a los productores que no se montara “porque trataba
con poco respeto a la figura histórica” del general Álvaro Obregón, lo que
intensificó la propensión a la irreverencia de Ibargüengoitia. Su atrevimiento
excedió los límites de la conveniencia y más allá de los convencionalismos
ordeñó a las vacas sagradas, que por muy sagradas que fueran seguían siendo
vacas y alguien tenía que ordeñarlas.
“Irrespetuoso” es también el retrato de
los caudillos revolucionarios en “Los relámpagos de agosto”, la primera de las
novelas en que esgrimirá la ironía para revelar el matiz ligero de la historia,
las reglas no escritas del ambiente provinciano, el ímpetu de una generación
atrapada en los vestigios del conservadurismo y los veleidosos e insospechados
motivos del crimen. Sus novelas son como una brisa en la canícula de agosto:
siempre reconfortantes por las sonrisas que provocan.
Pero lo que le permitió acercarse a los
lectores, alejándolo aún más del canon, fueron sus columnas publicadas en el
periódico Excélsior y en las revistas Proceso y Vuelta. Deliberadamente,
Ibargüengoitia abandona la intensidad de los problemones existenciales y
agudiza el sentido del humor como una defensa ante lo irremediable. Los títulos
y subtítulos de sus columnas reflejan su talento para describir las ironías
cotidianas, por ejemplo: “No soy nadie pero estorbo/Escenas de la vida
burocrática” publicada en “Instrucciones para vivir en México”. La columna
periodística fue “la rutina más agradable” y el pretexto para compartir los
episodios de su vida, aportando al periodismo un enfoque inédito que muchos
imitaron después pero que ninguno ha superado.
Esta
noche y gracias a la gentil consideración de Olga Angulo, platicaré de Jorge
Ibargüengoitia en el ciclo “Los Imprescindibles” en el Café Literario del
Teatro del Estado a las 7:00 PM. Lo invito a participar en este atentado contra
la solemnidad, para recuperar el sentido del humor que la realidad nos arrebata
impunemente, para conspirar en una parodia galopante y desmoronar, otra vez, a
los íconos vetustos de la historia oficial…