En algún lugar de la modernidad, entre los engranes industriales surgió
la imperiosa necesidad de reconocer la importancia de la feminidad, de valorar
sus esfuerzos y ponderar su influencia en un mundo edificado por la virilidad…
En todas las formas de vida los géneros se complementan y la especie
humana no es la excepción. En la oscuridad de los tiempos la reproducción de la
especie fue posible por el cuidado que las primeras mujeres prodigaron a los
hijos en las cavernas; el derecho materno fue la única secuencia confiable para
establecer los parentescos y linajes; la agricultura, el detonante de la
Revolución del Neolítico, se atribuye a las recolectoras que esperaban en la
aldea el regreso de los hombres que salían a cazar, en un sistema sin dominio
ni servidumbre, pero esas condiciones de equidad se desvanecieron con el
advenimiento de la propiedad privada y la civilización.
A finales del siglo XIX cuando la industria se erigió como la fuente predominante
de sustento, la aguda desigualdad social y la pobreza galopante obligaron a las
mujeres a salir del hogar para incorporarse al lumpen de las fuerzas
productivas. El 8 de marzo de 1908, 15.000 mujeres se manifestaron por las
calles de Nueva York para exigir un recorte del horario laboral, mejores
salarios, el derecho al voto y el fin del trabajo infantil. El eslogan que
eligieron fue "Pan y Rosas": el pan simbolizaba la seguridad
económica, y las rosas, una mejor calidad de vida. En 1910, en Copenhague, en
la conferencia internacional de organizaciones socialistas se propuso la
creación de una Día Internacional de la Mujer; desde entonces, en esta
conmemoración la palabra clave es “empoderamiento”: un concepto tan antiguo
como la vulnerabilidad femenina y tan vigente como la desventaja que deben
remontar todas las mujeres en un mundo falocéntrico.
La Fundación del Español Urgente, Fundéu, indica que “empoderar” es un
antiguo verbo español que adquirió un nuevo significado: ‘Hacer poderoso o
fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido’. Luego entonces, el
empoderamiento implica los esfuerzos de la mujer para acceder a las
oportunidades, a los recursos y al conocimiento en un contexto de desigualdad. Esta
definición fue oficialmente adoptada en la Conferencia Mundial de las Mujeres
en Beijing (1995) “para referirse al aumento de la participación de las mujeres
en los procesos de toma de decisiones y acceso al poder”.
Al margen de las políticas públicas y de los proyectos gubernamentales,
la mujer aporta, todos los días, sus esfuerzos, sus cuidados, sus ideas en
todos los ámbitos en que se desenvuelve; su presencia es imprescindible (como
lo es la figura masculina) en la dialéctica existencial de nuestra especie pero
la reivindicación de la mujer es un imperativo ancestral; la fragilidad de la
mujer es un prejuicio que surgió hace miles de años, tergiversando la
reciprocidad en las cuestiones de género, imponiendo un paradigma excluyente
con la percepción parcializada en un mundo edificado por la virilidad…
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