Dedicada a Niza y a Erick
“La vida es un cuento fantástico y tú eres la
protagonista;
el feliz desenlace dependerá de la firmeza de tu pulso
al escribir tu propia historia”
LMLM
En algún lugar
apacible, en el instante más feliz de la tarde, el tiempo hizo una pausa y el
anhelo más ferviente se concentró en una pregunta; entonces, una palabra fue
suficiente para acariciar el más feliz de los sueños…
Desde la oscuridad de los tiempos, hoy como siempre y
desde entonces, los pequeños prodigios nos conducen al ámbito donde predominan
las esperanzas; suelen pasar desapercibidos por el ajetreo global pero se
realizan todos los días, en momentos inesperados pero largamente anhelados. Son
rituales dulces, breves pero con efectos duraderos porque se recuerdan como el primer
día del destino de una pareja.
La única condición para el ritual exige la adaptación
evolutiva porque sólo los sobrevivientes al síndrome amoroso podrán transformar
la visión egocéntrica en un horizonte compartido. La mutación inicia por
contagio involuntario y se intensifica con la fuerza de la atracción en un
caprichoso vaivén de señales.
El sábado en la tarde, tuve la
fortuna de presenciar uno de esos pequeños prodigios que confirma las bondades inauditas
de la mutación en dos seres intensamente vivos: Sin percatarse del contagio, paulatinamente
se agudizaron los síntomas que alguna vez estudiaron pero que nunca imaginaron
en carne propia; con la cadencia de las vigilias se instaló una certeza en
todas las neuronas y el ritmo cardiaco registraba una asombrosa sincronía
cuando el corazón de ella tarareaba el nombre de él, y viceversa.
Superaron la etapa del encantamiento con dosis precisas y
controladas de oxitocina, sus ojos adquirieron el brillo peculiar de los que se
saben amados, se fortaleció el músculo de la empatía y en un momento
insospechado, la palabra sacrificio perdió significado. Desde entonces, el
ritual adquirió la consistencia de lo inevitable y en la silenciosa inquietud
que antecede al frenesí, transcurrió un compás de espera: Él ponderaba las
certezas diagnosticando imponderables; ella anhelaba en silencio hilvanando sueños
inducidos. Él suturaba complicaciones imprevistas mientras ella cuidaba los
suspiros del porvenir.
La
selección natural se impuso y se realizó el prodigio. El tiempo hizo una pausa para
que él convirtiera el anhelo más ferviente en una pregunta. Y cuando ella dijo
“sí”: el planeta entero se comprimió en la breve distancia de un abrazo y la humanidad
se redujo a dos especímenes emocionalmente evolucionados y comprometidos. Fue entonces
cuando las flores de lavanda desprendieron su aroma impregnando los viñedos para
aliviar cualquier atisbo de angustia y todos los que ahí estábamos, evocamos los
maravillosos efectos del amor y compartimos lo mejor de nosotros porque recuperamos
la habilidad para imaginar finales felices, para creer y recrear los cuentos de
hadas. Con el ritual inició el porvenir y en todos los corazones se escribió un
recuerdo indeleble cuando ellos acariciaron el más feliz de los sueños…