lunes, agosto 05, 2019

La vaporosa frontera de las distopías


En algún lugar del porvenir, más allá de los confines de la lógica se extiende el territorio de lo improbable; ahí suelen deteriorarse las aspiraciones y se vulneran sin piedad los rasgos de la cordura para erigir una aberrante versión del futuro…

            Una de las  manifestaciones de la condición humana es la irrenunciable propensión a soñar que suele reflejarse en el feliz desenlace de las ficciones y en las bondades del paisaje descrito en todas las utopías. Pero el optimismo no es el único atributo para el ejercicio de la imaginación, como siempre y desde entonces, existe la probabilidad de que suceda lo indeseable en el fatídico entorno de las distopías.

            La frontera que separa a las utopías y a las distopías es tan  frágil como la frontera entre la realidad y las ficciones; son vulnerables por naturaleza y etéreas como los pensamientos. Confieso que me fascinan las distopías: porque aún en la más cruel de las tiranías germina la vocación por la verdad y florece, temeraria, una esperanza.   

            Una de las distopías más impactantes es “El cuento de la criada” (The handmaid’s tale), escrita por Margaret Atwood, publicada en 1985. Atwood enfatiza la caprichosa interpretación del antiguo testamento en la dictadura fundamentalista de la república de “Gilead”. Ahí, traspasamos el umbral de la ficción dispuestos a deambular en un régimen despótico donde la intolerancia es una virtud acompañando las vivencias de una protagonista que pierde hasta el derecho a la identidad. La autora advierte que: “En este clima de división, en el que parece estar al alza la proyección del odio contra muchos grupos, al tiempo que los extremistas de toda denominación manifiestan su desprecio a las instituciones democráticas, contamos con la certeza de que, en algún lugar, alguien está tomando nota de todo lo que ocurre a partir de su propia existencia.”

            La descripción de los rituales en Gilead es perturbadora, desconcertante al grado de la indignación por el flagelo inaudito a las libertades. Pero los efectos de la distopía son contundentes al detectar sus semejanzas con la realidad: el desconcierto es atroz cuando se perciben amenazas a las libertades conquistadas; la perturbación es inevitable al escuchar términos religiosos en el discurso oficial; la indignación es inevitable cuando el retroceso hacia el despotismo se justifica argumentando que no hacerlo “generaría una mayor afectación al erario público del estado, generando incertidumbre, económica, política y social, impactando de manera inevitable en los servicios públicos y en el bienestar de los ciudadanos de”…  dónde? Gilead?  

            Atendiendo a la advertencia de esta distopía, es menester señalar las amenazas a las libertades, evitar la imposición de los desvaríos y defender las fronteras de la realidad alejándonos de las aberraciones de Gilead. En el umbral del porvenir es urgente  redefinir el límite entre la legalidad y la obsesión para mantener  el despotismo en el territorio de lo improbable,  como un relato ficticio sobre la destrucción de la cordura en una aberrante versión del futuro…


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