sábado, diciembre 23, 2006

Una Luz en el Invierno

En algún lugar del invierno, cuando las noches son más largas que los días, suele instalarse la nostalgia; por eso, cuando el ambiente se enfría y el horizonte se nubla, la condición humana es la única fuente de calor que logra escabullirse por los resquicios de la soledad…

Las leyes de la naturaleza siempre han doblegado a los seres humanos; desde siempre, el clima invernal ha despertado el instinto de conservación que nos impulsa a buscar calor y cariño.

Pero ahora, a los efectos que provoca la madre naturaleza en la especie humana se agregan los síntomas causados por las leyes del mercado en el mundo posmodernista.

En las fiestas decembrinas se registra un doloroso incremento en los casos de depresión. La tristeza inexplicable y el síndrome del corazón roto son algunas manifestaciones de la depresión de invierno o estacional.

Tal vez, los estragos causados por la soledad son el resultado de un estilo de vida extremadamente individualista; quizás, el entorno materializado y deshumanizante inhibe la calidez que podría unirnos; posiblemente, la adicción al trabajo y la obsesión por el éxito han tergiversado la prioridad de los valores; y es muy probable que en una de las utopías de la posmodernidad las redes afectivas sean más extensas que las autopistas de la información.

Hoy por hoy, la cercanía emocional y el contacto físico se diluyen inexorablemente, aislándonos y alejándonos los unos de los otros. Es una ironía, que en la era de la información globalizada los seres humanos estemos incomunicados y que la soledad se esparza como una epidemia.

Porque no existe en el mercado ningún producto que pueda sustituir la calidez de un abrazo; la empatía y la sinceridad, la lealtad y el cariño no se fabrican. Por eso, en Navidad, en el invierno y en cualquier época del año, los regalos más valiosos son las expresiones intangibles.

Lo mejor de los seres humanos reside en las entrañas de su humanidad: en la tolerancia para comprendernos, en la solidaridad para fortalecernos y en la lealtad para engrandecernos.

En las inclemencias del clima y aún en las circunstancias más adversas, la luz de la esperanza siempre encuentra un resquicio en las penumbras de la soledad para iluminar nuestra existencia.

Inexplicablemente, la capacidad de soñar es también un mecanismo de defensa que nos fortalece. En la hostilidad de la sierra tarahumara, en el olvido de la selva lacandona, en la desventura y en la marginación, en la injusticia y en la miseria, en la guerra y en la devastación, en la incertidumbre y en el terror, siempre habrá un motivo para seguir adelante, para creer que lo mejor de la vida está en el porvenir.

Por eso, sea cual fuere la circunstancia, la vida es una bendición que debe valorarse; la compañía y el tiempo deberían ser los obsequios más apreciados; y la calidad humana debería ser el único criterio para diferenciarnos y estratificarnos.

Lo ideal sería recuperar la disposición para escuchar a los demás y conceder una pizca de atención a nuestros semejantes, porque la tolerancia y la generosidad son los únicos antídotos eficaces contra la nostalgia… porque cuando el ambiente se enfría y el horizonte se nubla, la condición humana es la única fuente de calor que logra escabullirse por los resquicios de la soledad…



En algún lugar del silencio,
en el momento más sereno de la Nochebuena,
cuando se hayan dispersado el eco de las risas
y el calor de los abrazos,
y solamente pueda percibirse la tersura de un suspiro:
busca en la memoria la niño que alguna vez fuiste,
recupera tu esencia y escucha la voz de tu corazón.

Cuando tu realidad y tus anhelos se reconcilien,
encontrarás la esperanza para soñar de nuevo,
y en la Navidad al despertar sabrás…
¡que la vida es un milagro!


¡Feliz Navidad!



Mis ideas y mis palabras cobran vida cuando su mirada las recorre.

Muchas gracias por la atención que me ha brindado.

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