domingo, mayo 11, 2008

Cuando la crisis nos alcance

En algún lugar remoto, en un horizonte ficticio donde las utopías se materializan en una realidad decadente, una figura pusilánime obstruye cualquier barrunto y enturbia todas las inferencias; por eso, cuando los pronósticos fatalistas se cumplen, los eventos apocalípticos superan cualquier invención…

Hace ya mucho tiempo, en siglo pasado, había un escritor llamado Harry Harrison que alcanzó la fama mundial en 1973 cuando su novela futurista “¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!” fue llevada al cine. La película “Cuando el destino nos alcance” (Soylent Green) proponía una visión apocalíptica sobre el calentamiento global y la superpoblación en el planeta en año 2022, a tal grado que para resolver la escasez mundial de alimentos se difunde una ideología y se implementa una industria para transformar a los muertos en deliciosas galletas comestibles con un adictivo color verde.

En aquel entonces, esta novela fue catalogada como una obra de ciencia ficción y su mensaje catastrofista se demeritó al considerarlo el resultado de la exuberante imaginación de su autor.

Pero el exceso de optimismo impide vislumbrar cualquier situación ajena a lo planificado. La novela de Harrison es en realidad una distopía, una sátira que proyecta las circunstancias y tendencias de su tiempo hacia un futuro apocalíptico. Entonces, y ahora, su mensaje debe entenderse como una advertencia.

Porque este es uno de esos casos en que se disuelve la frontera entre la realidad y la ficción, una de esas excepciones que confirman la regla ancestral del futuro impredecible. La distopía es una proyección de la época y el contexto socio-político en que se conciben. Por eso, las distopías de la primera mitad del siglo XX advertían de los peligros del socialismo de Estado, de la mediocridad generalizada, del control social, de la evolución de las democracias liberales hacia sociedades totalitarias, del consumismo y el aislamiento.

Aquel relato ficticio extrapolaba los efectos de la densidad poblacional y los estragos de la contaminación ambiental. En los 70`s, cuando se estrenó la película, un análisis realizado en México por el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, indicaba que se había reducido la disponibilidad de alimentos por habitantes, y que el volumen de la producción de 1977 fue equivalente a la registrada en 1950.

Hoy por hoy, aquella novela de Harrison adquiere las atribuciones de una profecía:
expertos y legisladores norteamericanos afirman que la producción biocombustibles es uno de los responsables de elevar los precios de los alimentos básicos y de la emisión de gases de efecto invernadero.

Estados Unidos es el principal productor de etanol del mundo. Los biocombustibles se fabrican a partir de maíz, soya y caña de azúcar, entre otros cultivos. Lester Brown, fundador del centro de investigaciones Earth Policy Institute (EPI), escribió en el Washington Post que esta política a favor del etanol causa daños ambientales y alimenta la crisis alimentaria mundial.

Y estos efectos se resentirán en México, porque además de la insuficiencia alimentaria que se acumula desde la década de los 70`s, prevalece un criterio obtuso que impide reconocer una advertencia a tiempo: el gobierno mexicano asegura que en el país no hay desabasto, y que si bien ha habido aumentos de precios en ciertos productos, en general sus variaciones se han mantenido en niveles razonables.

La nula percepción de la realidad mundial predomina en el gabinete calderonista que desestiman los pronósticos del Banco Mundial que indican que los precios de los alimentos van a mantenerse altos en lo que resta del año, lo que repercutirá en México, que debe importar alimentos para abastecer su mercado interno.

Tampoco han reaccionado a la advertencia de Norman Bellino, el representante en México de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), quien indicó ante la actual crisis alimentaria, los gobiernos del mundo deben cobrar consciencia sobre la urgencia de otorgarle prioridad al campo.

Además, el campo mexicano ha caído en el olvido institucionalizado desde que los sacrosantos postulados de la Revolución mexicana fueron desterrados de la política. Y aquí, en este resquicio de la realidad bien puede surgir la distopía del agro mexicano: la necedad oficial y la cerrazón gubernamental para atender a un sector prioritario y lograr la suficiencia alimentaria podría ser un elemento alterno de alguna estrategia a largo plazo para privatizar todos los terrenos cultivables por la vía de algún rescate financiero. El hambre generalizada será la distopía del neoliberalismo como régimen de Estado.

Pero, para evitar cualquier exceso de imaginación y antes de extrapolar las insuficiencias actuales, el secretario de Economía, Eduardo Sojo, reveló que el gobierno analiza la creación de una reserva estratégica de alimentos en caso de presentarse un eventual desabasto. Pero dijo que en tres o cuatro semanas estaría listo el análisis para la integración de la reserva, dado que se requiere de un presupuesto adicional.

Esto exhibe la falta de estrategia del gobierno para afrontar la crisis alimentaria, que ya nos alcanzó; descubre la inminente cercanía de un horizonte ficticio donde las utopías se materializarán en una realidad decadente; revela la presencia de figuras pusilánimes que obstruyen cualquier barrunto y enturbian todas las inferencias; porque en el futuro inmediato se cumplirán los pronósticos fatalistas y los eventos apocalípticos superarán cualquier invención…

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