domingo, mayo 04, 2008

Entre genes y memes

En algún lugar congénito, debajo de la piel y sobre la razón, permanece inmarcesible el legado aprendido, porque en un recoveco del tiempo, se impregnó en el ombligo una consigna vitalicia e indeleble…

El descubrimiento del mapa del genoma iluminó el obscuro sendero donde deambula la condición humana, esclareció la fusión de los genes y el entorno, delimitando su influencia en la formación de la personalidad; desde entonces, se reivindicó la fuerza de los primeros trazos escritos en la mentalidad de los seres humanos.

Del ensamble de la ciencia y la filosofía surgen los bemoles de la condición humana, porque si la naturaleza individual está grabada en el genoma desde antes de nacer, la información social se escribe en el cerebro a partir del nacimiento.

Por eso, la influencia materna es determinante en la formación de los hijos: de su actuación como enlace entre la cuna y el mundo dependerán el carácter y la idiosincrasia de los futuros adultos, sus actitudes y pautas de conducta.

La silueta materna se define con los rasgos que perpetúan patrones tan excelsos como la honestidad y generosidad, o tan deleznables como el machismo y el maltrato. En los brazos de la madre está el origen de todas las virtudes y de todos los vicios. Es a ellas, a las titulares de la maternidad, a quien debemos la complejidad del mundo en que vivimos. Y esta es una responsabilidad realmente inconmensurable, que solamente una mujer puede llevar a cuestas, y además, enorgullecerse de ello.

He ahí la causa primigenia de la diversidad social. Por antonomasia: los individuos ansiosos suelen ser hijos de madres histéricas; los egocéntricos fueron educados por indulgentes y aduladoras; los mentirosos oyeron falsedades y pretextos cotidianamente. Por contraste: los temerosos e inseguros crecieron con una mujer dominante y castrante; los celosos obsesivos tuvieron una mamacita sensual y coquetona; los solitarios y los retraídos fueron sobreprotegidos por una madre controladora.

Ya sea por exceso, por error u omisión, pero todas las mujeres en pleno ejercicio de sus atribuciones y facultades maternales, y en su leal saber y entender, han tratado de formar a los hijos de la mejor manera posible; y este esfuerzo implica cientos de contrariedades, mil perplejidades y noches enteras de angustia y quebranto. Es una labor vitalicia, sin horarios ni calendarios, sin fecha de jubilación ni causas de cesantía, pero que exige el desprendimiento oportuno del vástago, una separación paulatina, apenas perceptible pero inexorable.

Eludiendo las connotaciones cursis y sentimentaloides de la presencia materna en la publicidad comercial, la formación y la educación de los hijos implica, ante todo, el valor para erigirse como el ejemplo a seguir, aceptando la responsabilidad de elegir y aplicar un canon existencial. Una madre se desplaza entre lo genético y lo social, entre intentos, ensayos y errores, con la única finalidad de formar a un individuo capaz de ser feliz.

Hoy por hoy, de acuerdo con las tradiciones de la sociedad de mercado, un día entero del mes de mayo se dedica íntegramente a la veneración de las madres, independientemente de la calidad de los hijos que hayan formado. Se festejan por igual a las madre de los criminales y de los justos, de los políticos y de los rebeldes, de los héroes y de los artistas, de los radicales y de los fanáticos, de los emprendedores y de los mediocres, etc.

Pero más allá de las campañas mediáticas que sustituyen los sentimientos invaluables con expresiones materiales y que restringen a un sólo día el pleno ejercicio de la facultad filial, es indispensable reconocer que cada hijo es la personificación del influjo materno, la simbiosis viviente de las fobias y los anhelos de la madre, que portamos los genes en el cuerpo pero llevamos su arrullo en la mente.

Desde el preciso instante del nacimiento se inicia las más profunda y trascendente de las relaciones humanas; guiadas por un instintivo sentido común y armadas con sus propias convicciones, las madres trasladan su esencia a los hijos… debajo de la piel y sobre la razón, permanece inmarcesible el legado aprendido, porque en un recoveco del tiempo la madre impregnó en el ombligo de sus hijos una consigna vitalicia e indeleble…

Feliz Día de las Madres!

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