domingo, noviembre 14, 2010

Llamaradas de historia

En algún lugar de la noche, la historia resurge en llamaradas y el nombre de la patria se escribe con luces danzantes, pero la parafernalia del pasado ostenta un vicio y en una disimulada ausencia se elude la versión de los vencidos…

Los regímenes emanados de la Revolución Mexicana edificaron a los ídolos y a los caudillos de la historia oficial, crearon las estampas de un paisaje campirano como sinónimo del nacionalismo, construyeron mitos y los divulgaron a través del arte y la educación en murales y películas, en libros de texto y monumentos, en festejos solemnes y desfiles. Ahora, cuando los sacrosantos postulados revolucionarios se han desvanecido, en plena globalización y sometidos a los designios del mercado, la propagación del patriotismo es un argumento más en la industria del entretenimiento.

La celebración del centenario del inicio de la Revolución mexicana se extenderá durante diez días de Noviembre y el zócalo capitalino se estremecerá con el espectáculo multimedia “Yo México”, organizado por la Secretaría de Educación que pagó 270 millones de pesos por este espectáculo de tecnología de punta que se presentará del 11 al 23 de noviembre cuando se proyectarán imágenes alusivas a la Revolución mexicana sobre las fachadas de la Catedral Metropolitana, el Palacio Nacional y los edificios del Gobierno del Distrito Federal.

El movimiento de las luces enfatiza los episodios de la historia y en una mega pantalla se proyectan los destellos de la memoria colectiva de un pueblo acostumbrado a las letanías del pasado oficial, porque ahora, doscientos años de historia se transforman en una secuencia de imágenes fugaces que disfrazan la carencia de contenido en el mensaje. Como todos los eventos en la industria del entretenimiento, esta es una experiencia exclusivamente sensorial: los espectadores perciben las luces, las sombras y el sonido y se conmueven pero no reflexionan. Cuando el espectáculo concluye se extingue el pasado y en el recuerdo de los espectadores permanecen solamente los efectos visuales del espectáculo.

Y al día siguiente, las epopeyas retornarán a los libros que no se leerán, los héroes incomprendidos esperarán la justa reivindicación y las lecciones del pasado serán letra muerta porque son pocos los que escudriñan la historia para comprender el presente. Hoy por hoy, con la oportunidad perdida de releer el pasado para repensar el porvenir, la única reflexión posible es reconocer que el presente empezó a escribirse en el pasado y que por lo tanto, el futuro ya está escrito.

Si alguna vez los pueblos decidieron el rumbo de su destino, ahora es una mano ajena la que escribe el futuro, pero la parafernalia del pasado ostenta un vicio y en una disimulada ausencia se elude la versión de los vencidos…

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