domingo, octubre 23, 2011

El Niágara en bicicleta

“Los únicos interesados en cambiar al mundo son los pesimistas,
porque los optimistas están encantados con lo que hay.”
José Saramago

En algún lugar del infortunio, donde las esperanzas se desvanecen y no se vislumbra remedio alguno, en el momento en que la impotencia amenaza con doblegar todos los esfuerzos, desde el fondo del quebranto emerge incontenible la indignación…

Dicen los que saben que nadie es profeta en su tierra ni en su época, y que la grandeza de los hombres se aprecia cuando el destino se encarga de realizar el pensamiento de los visionarios. En el siglo pasado se consideraron alarmistas todas las advertencias ante la emergencia de un imperio financiero que sometería a los estados nacionales. A José Saramago se le atribuyó el título “Profeta del pesimismo” porque percibió la amenaza del mercado como un poder total e inclemente.

Hoy por hoy, al margen de los poderes fácticos, la indignación alienta a miles y miles de habitantes en la aldea global que padecen el quebranto provocado por los consorcios financieros que manejan el mercado sin restricciones. El destino de millones de personas se decide en las altas esferas de las finanzas eludiendo cualquier mandato legal, ético y moral, ahí se cometen día a día, impunemente, los crímenes financieros que con lesa humanidad condenan a la miseria y a la desesperación a millones de desventurados en el todo el mundo. Grandes sectores sociales no se sienten reconocidos en el sistema ni en sus instituciones, ni se ven representados por las élites políticas y económicas.

La pobreza se propaga como un virus letal y el surgimiento de la indignación ciudadana es el síntoma inequívoco del síndrome del pesimismo global y galopante. Y una vez más, como siempre y desde la oscuridad de los tiempos, ante la inminencia del desastre, cuando el peligro de la extinción amenaza a la clase media, se desencadena el instinto de conservación, y súbitamente, del pesimismo acendrado surge la fuerza para resistir a los poderes omniscientes y se emprende la marcha contra la corriente. “Sólo los pesimistas podrán cambiar al mundo” desde la Contracultura con una determinación socialmente compartida, cuando se genere la empatía y la sinergia necesarias para realizar imposibles; y entonces, cuando las convicciones diluyan los límites para irrumpir en el concierto oficial se producirá un compás de espera y será posible cruzar el Niágara en bicicleta. La dimensión global del movimiento de los "indignados" y la ausencia de caudillos y líderes le confieren a esta manifestación la autenticidad social para confrontar a los líderes políticos del mundo civilizado y exigir que escuchen sus protestas contra los excesos del sistema financiero y la precariedad económica vinculada a la crisis que ha doblegado todos sus esfuerzos; esta es la oportunidad para registrar un hito en la historia posmoderna y vislumbrar una nueva época , para reconstruir la esperanza desde el fondo del quebranto con la fuerza incontenible la indignación…

No hay comentarios.: