En algún mítico,
bajo las ruinas del olvido y entre los siglos de la historia perdura el aliento
divino; de cuando en cuando, desciende
sobre la faz de la Tierra para iluminar la
existencia de los mortales en la incesante búsqueda de la inmortalidad…
En la lejana y antigua Grecia, el
triunfo olímpico elevaba a los hombres al pedestal de los héroes y les concedía
una porción de la gloria de los dioses; la corona de laurel sobre la testa de
los campeones materializaba el triunfo de la voluntad y la disciplina sobre los
límites del cuerpo. La versión moderna
del olimpismo recuperó los atributos de la excelencia griega como afán universal del humanismo, y hoy,
como siempre y desde entonces, la justa
olímpica refrenda la imperiosa necesidad del hombre por alcanzar la gloria y
trascender. Y cada olimpiada un pequeño ejército de osados asciende al monte
mítico para derribar las imposiciones del tiempo y la distancia; ante la mirada
impasible de los dioses demuestran que
todo es posible cuando existe una convicción auténtica.
Hoy por hoy, los juegos olímpicos
acaparan todas las miradas del mundo en Londres donde los niveles de la
excelencia aguardan a los nuevos héroes que habrán de superarlos. Pero al margen de la parafernalia mediática y
ajeno a los mecanismos del mercado perdura uno de los baluartes de la humanidad:
la capacidad para comprometerse con un ideal. Y muy lejos de los estadios y del
espectáculo olímpico, los héroes
anónimos se afanan en la lucha cotidiana por sobrevivir en un ambiente
hostil, voluntades férreas pretenden
sobresalir en un entorno competitivo y superar los límites de la
fatalidad y la marginación. Todos los
días, en todos los meridianos, se emprende la búsqueda de alguna oportunidad,
se recorre el camino hacia la prosperidad y se sobrepasa una infinidad de
obstáculos.
Y ese, es el mensaje que envían los
dioses desde el Olimpo. La vida de los
mortales es una batalla épica, una epopeya; es el compendio de una infinidad de
triunfos en todos los ámbitos del espíritu humano. La desesperanza, la miseria,
la ignorancia son los obstáculos que deben derribarse, y los héroes que
deambulan en la faz de la Tierra denuncian las injusticias, exhiben los
estragos de la mediocridad y la sumisión en la construcción de un mundo mejor. Por
eso, la excelencia no debe comprimirse en una cifra con décimas y centésimas de
segundo porque es un atributo inconmensurable: es la templanza que logra vencer las contrariedades y afrontar todas
las adversidades.
La excelencia es el afán por mejorar la condición humana; desde la solidaridad hasta el sacrificio, la
excelencia reside en la capacidad del compromiso y en la determinación por
realizar los sueños. Es el aliento divino que desciende sobre la faz de la
Tierra para iluminar la existencia de
los mortales en la incesante búsqueda de la inmortalidad…
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