domingo, julio 15, 2012

Voces, ecos y silencios


En algún lugar legendario, entre los genes y los memes de la esencia humana perdura inmarcesible, inalterable, incólume, la única certeza de una especie inconclusa; por eso, todos los capítulos de historia se han escrito por la convicción de construir un mundo mejor…



            La idea de una democracia sin oposición ni disidencia es impensable. Si se pretendiera materializar a la democracia moderna en un objeto, ese artefacto sería una balanza, y el punto de equilibrio reflejaría los efectos del disenso respecto al criterio predominante.  



En la Modernidad, las transformaciones que configuraron a los Estados nacionales y al Estado de bienestar fueron posibles por el impacto de las voces disidentes que confrontaron al tono impositivo de los absolutismos. Hoy por hoy, en los regímenes democráticos la oposición no debe entenderse como la negación absoluta y radical sino como la crítica constructiva y creativa, como  la búsqueda de posibilidades de transformación a partir de lo existente.



La protesta, sea cual fuere su expresión, irrumpe en el eco de la conformidad y altera los acordes de la sumisión con las voces de la rebeldía, la herejía y la disidencia;  la disonancia en el concierto de complicidades se considera una amenaza que es preciso acallar. En el mejor de los casos, el criterio predominante se flexibiliza con el afán de mantener la armonía para  restablecer el orden público. Las conquistas sociales y liberales son concesiones desde el poder  para atenuar el disturbio de las protestas.  Ese es el impacto de la disidencia y este silogismo desglosa  las repercusiones de todas las voces opositoras. 



En el momento más álgido del actual proceso electoral, las fuerzas del disenso inciden en los efectos de la mercadotecnia política, denuncian de la compra-venta de voluntades y la alienación multitudinaria a través de los monopolios en los medios masivos de comunicación. Se exhibe uno de los mecanismos más efectivos de la modernidad: el condicionamiento masivo a través de mensajes simples pero incesantes y  cifras infundadas en una estrategia mediática que transforma mentiras en verdades.



Sí!... Es cierto que  la denuncia es un ejercicio desgastante y que suele provocar la sensación de impotencia porque sus efectos son pequeños ante la magnitud de los poderes fácticos. Es verdad que la exhibición de los vicios en el círculo del poder no los inhibe ni los erradica y que la denuncia  sin consecuencias causa desánimo y hartazgo. Pero también es cierto que el afán por lograr una sociedad más equitativa y justa es imperecedero en algunos especímenes de la humanidad, que siempre habrá leyes que reformar y procesos que depurar porque la sociedad, como el hombre, es una obra inconclusa pero perfectible.



Tal vez, las impugnaciones a la elección no culminen en la invalidez pero exhiben los efectos intangibles del condicionamiento mediático  que se concreta en pautas predecibles de conducta. Si como consecuencia se restringen las atribuciones de los medios masivos, si  se regulan la publicación de encuestas y las estrategias de la mercadotecnia política, esta impugnación no habrá sido en vano. Y otra vez, en las voces de protesta se percibirán los bemoles de la esencia humana que perduran inmarcesibles, inalterables, incólumes y el eco de la sumisión se disolverá por la disidencia  porque la única certeza de nuestra especie que se ha mantenido vigente desde la oscuridad de los tiempos es la posibilidad de romper el silencio para construir un mundo mejor…

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