En algún lugar legendario, entre los genes y los memes de la esencia
humana perdura inmarcesible, inalterable, incólume, la única certeza de una
especie inconclusa; por eso, todos los capítulos de historia se han escrito por
la convicción de construir un mundo mejor…
La idea de una
democracia sin oposición ni disidencia es impensable. Si se pretendiera
materializar a la democracia moderna en un objeto, ese artefacto sería una
balanza, y el punto de equilibrio reflejaría los efectos del disenso respecto
al criterio predominante.
En la Modernidad, las
transformaciones que configuraron a los Estados nacionales y al Estado de
bienestar fueron posibles por el impacto de las voces disidentes que
confrontaron al tono impositivo de los absolutismos. Hoy por hoy, en los
regímenes democráticos la oposición no debe entenderse como la negación
absoluta y radical sino como la crítica constructiva y creativa, como la búsqueda de posibilidades de transformación
a partir de lo existente.
La protesta, sea cual fuere su
expresión, irrumpe en el eco de la conformidad y altera los acordes de la
sumisión con las voces de la rebeldía, la herejía y la disidencia; la disonancia en el concierto de
complicidades se considera una amenaza que es preciso acallar. En el mejor de
los casos, el criterio predominante se flexibiliza con el afán de mantener la
armonía para restablecer el orden
público. Las conquistas sociales y liberales son concesiones desde el
poder para atenuar el disturbio de las
protestas. Ese es el impacto de la
disidencia y este silogismo desglosa las
repercusiones de todas las voces opositoras.
En el momento más álgido del
actual proceso electoral, las fuerzas del disenso inciden en los efectos de la
mercadotecnia política, denuncian de la compra-venta de voluntades y la
alienación multitudinaria a través de los monopolios en los medios masivos de
comunicación. Se exhibe uno de los mecanismos más efectivos de la modernidad:
el condicionamiento masivo a través de mensajes simples pero incesantes y cifras infundadas en una estrategia mediática
que transforma mentiras en verdades.
Sí!... Es cierto que la denuncia es un ejercicio desgastante y que suele
provocar la sensación de impotencia porque sus efectos son pequeños ante la
magnitud de los poderes fácticos. Es verdad que la exhibición de los vicios en
el círculo del poder no los inhibe ni los erradica y que la denuncia sin consecuencias causa desánimo y hartazgo.
Pero también es cierto que el afán por lograr una sociedad más equitativa y
justa es imperecedero en algunos especímenes de la humanidad, que siempre habrá
leyes que reformar y procesos que depurar porque la sociedad, como el hombre,
es una obra inconclusa pero perfectible.
Tal vez, las impugnaciones a la
elección no culminen en la invalidez pero exhiben los efectos intangibles del
condicionamiento mediático que se
concreta en pautas predecibles de conducta. Si como consecuencia se restringen
las atribuciones de los medios masivos, si
se regulan la publicación de encuestas y las estrategias de la
mercadotecnia política, esta impugnación no habrá sido en vano. Y otra vez, en
las voces de protesta se percibirán los bemoles de la esencia humana que perduran
inmarcesibles, inalterables, incólumes y el eco de la sumisión se disolverá por
la disidencia porque la única certeza de
nuestra especie que se ha mantenido vigente desde la oscuridad de los tiempos
es la posibilidad de romper el silencio para construir un mundo mejor…
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