“No hay nada que canse más a una persona
que tener que luchar,
no contra su propio espíritu, sino
contra su abstracción.”
José Saramago
En
algún lugar multitudinario, las identidades se desvanecen al amparo de figuras
ficticias y bajo la sombra del anonimato emerge la versión censurada de la
personalidad; y ahí, ante la mirada de personajes sin rostro circulan las
palabras que jamás serán pronunciadas…
El ser humano es la única
especie que ha logrado materializar sus pensamientos. El afán de nombrarlo todo
y a todos es la manifestación primitiva de la conciencia; en todos los nombres
concluye la maravillosa travesía desde el mundo tangible hacia un entorno
abstracto; este prodigio traduce a todos
los objetos de la realidad en sustantivos y en cada símbolo creado por los
seres humanos se comprime un pequeño universo de percepciones. Por esa dualidad,
la personalidad de los seres humanos
puede comprimirse en unas cuantas letras, en un juego de caracteres o en el
capricho de unos dígitos, y como lo afirma Borges, “el nombre es arquetipo de
la cosa, en las letras de la rosa está la rosa y todo el Nilo en la palabra
Nilo”.
Pero en el mundo de las
abstracciones también existen senderos que se bifurcan y la personalidad se
despoja del nombre para refugiarse en el anonimato; y es ahí, en el exilio de
los nombres, donde se esgrime el seudónimo como el escudo de la verdad pero
también puede adoptarse como la máscara de la cobardía. Hoy por hoy, el
ciberespacio es el entorno donde se manifiesta toda la gama de los efectos que
el anonimato provoca en los seres humanos. Detrás de una identidad difusa se
ocultan los autores de mensajes temerarios, revelaciones desconcertantes y
ofensas denigrantes. Bajo un seudónimo puede expresarse todo sin riesgo alguno
porque la confrontación con el receptor del mensaje se desvanece en las redes
sociales.
Sí!... Es cierto que la privacidad absoluta es uno
de los mitos en la cibercultura, pero también es cierto que una identidad
ficticia es el vehículo que traslada contenidos reprimidos a la plaza virtual.
Las expresiones sin autoría proliferan en las redes sociales: Twitter genera
400 millones de trinos al día, mensajes que no exceden de 140 caracteres que
condensan críticas ingeniosas, ofensas superlativas o halagos sublimes. Un
deleznable ejemplo de la cobardía encubierta en usuarios digitales fue el acoso
masivo a la judoca mexicana Vanessa Zambotti tras su participación en los
juegos olímpicos donde fue eliminada en su primer combate. En cuestión de
minutos se produjo una secuela insufrible de mensajes con la versión más
aborrecible del sarcasmo; la crítica se tergiversó en ofensas proferidas por
seudo-personajes amparados en un seudónimo ilegible e irreconocible… Vanessa,
no ha escrito ningún mensaje en Twitter pero declaró, entre lágrimas,
que siente mucha vergüenza por su
derrota. Los agravios procedieron de una
casta de campeones forjada en el
sedentarismo que esgrimen la crítica mordaz y despectiva
para condenar a todos aquellos que sí se atreven y realizan su mejor
esfuerzo. La fase grotesca de la dualidad humana germina y se propaga bajo la
sombra del anonimato; frustraciones reprimidas y complejos disolutos emergen en
la plaza virtual, porque ahí, ante la
mirada de personajes sin rostro circulan las palabras que jamás serán
pronunciadas…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario