domingo, octubre 14, 2012

La tersura del contraste


En algún lugar próspero, muy lejos del proselitismo y en la zona donde se desvanecen las promesas, por el influjo de las tendencias externas se traza el rumbo hacia el porvenir…

 

            Por los intrincados argumentos jurídicos,  el ocaso del mandato saliente y los albores del nuevo régimen coinciden durante un periodo de transición; en este compás de espera se realiza la entrega de las carpetas a los sucesores en la administración pública y la tersura en el cambio de poderes  depende de la confirmación de los compromisos adquiridos. En esta ocasión, cuando se extingue el periodo calderonista y se avecina el retorno del PRI,  se ha divulgado la percepción de un periodo de transición que transcurre lenta y parsimoniosamente por la incomodidad que provoca  el fatal contraste entre las despedidas del régimen derrotado y las albricias del vencedor. La aspereza es el argumento que sustenta la propuesta para reducir a su mínima expresión el periodo entre la declaración del presidente electo y la ceremonia del cambio de poderes.

 

Pero al margen de las incomodidades Enrique Peña Nieto realiza una gira por Europa y Felipe Calderón acude a foros internacionales. Y allá,  muy lejos de los electores y de la realidad nacional, en las declaraciones de ambos mandatarios  se ha identificado el factor común en sus proyectos de nación: la genuflexión del estado mexicano ante el imperio financiero internacional. La textura  que predomina sobre el contraste en esta transición se hilvana con el respeto a los acuerdos pactados con corporaciones internacionales y todo parece indicar que no habrá giros abruptos en el trayecto de la economía nacional cuando el priato recupere el poder perdido. 

 

Porque el desmoronamiento de los estados nacionales como rectores de las actividades productivas es una tendencia  global, imperturbable, ajena a los partidos en el gobierno y la tersura en esta transición lo confirma.  Enrique Peña Nieto insiste en la apertura del sector energético a la inversión privada y extranjera antes de asumir el mandato presidencial y mucho antes de iniciar el  protocolo legislativo con el envío de esta iniciativa para su discusión y aprobación en las cámaras; en un comunicado del  equipo para la transición gubernamental de Peña Nieto se emite el respaldo al contrato entre Pemex Internacional (PMI) y los astilleros españoles para la construcción de dos “floteles”,  por considerar que este acuerdo “fortalece la competitividad de la industria petrolera mexicana”.  Y ya en las postrimerías del poder, Felipe Calderón envió un proyecto al Congreso de la Unión que propone una mayor participación de la inversión extranjera en telecomunicaciones y en otros sectores estratégicos de la economía nacional. El Grupo Banamex reveló que el proyecto modificaría la legislación que impide a empresas extranjeras tener más de 49% de sus acciones en telefonía fija y televisión por cable.

 

Hoy por hoy, cuando la contienda quedó atrás, la figura de los líderes nacionales se desdibuja ante las fuerzas del mercado internacional; muy lejos de las ideologías, el estado hipermoderno transmuta en un negociador y en la zona donde se desvanecen las promesas se vislumbra el signo de los tiempos venideros porque el influjo de las tendencias externas trazan el rumbo hacia el porvenir…

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