domingo, enero 20, 2013

El reflejo de Narciso


En algún lugar del ego, sobre la superficie líquida del tiempo se reflejan las figuras que encarnan al éxito y los objetos que equivalen a la felicidad; por eso, la vida se evapora en una intensa búsqueda de artificios…

 

Dicen los que saben, que el hombre es el reflejo de su entorno, que persigue los sueños compartidos en su época, y que por eso, el tiempo es el mejor medio de contraste  entre los ideales y los modelos de excelencia. Las diferencias entre la actualidad y las épocas que le preceden se visualizan al comparar sus personajes emblemáticos: Prometeo en la Modernidad y Narciso en la Posmodernidad. Hoy por hoy, Lance Armstrong emerge como una figura que encarna el éxito,  el paradigma de la sociedad de mercado que equivale a riqueza y reconocimiento elevados a la dimensión global.

 

Armstrong es el reflejo fiel de su época y de su entorno, de una generación obsesionada con el éxito y su equivalente monetario y mediático que ante la insuficiencia de los esfuerzos humanamente posibles suelen incurrir en la ergogenia: el uso de sustancias o procedimientos que agilizan la recuperación física después de labores extenuantes y el plazo para la obtención de los resultados esperados se reduce vertiginosamente. Esta impaciencia es  otro rasgo de los habitantes de la aldea global: la metamorfosis debe ser un proceso rápido e indoloro, exento de los rigores  de la disciplina (los productos que prometen resultados milagrosos en dos semanas son la clara evidencia).

 

Para los especímenes como Armstrong, la permanencia en el escaparate mediático es una necesidad, una compulsión. La  entrevista donde Armstrong acepta (con monosílabos) todas las versiones de la deshonestidad en que incurrió  fue un evento mediático, debidamente promocionado, como lo será sin duda la producción de una película con su historia. El momento y las circunstancias de esta revelación fueron fríamente calculados porque no habrá consecuencias legales: ya prescribió el plazo para sancionarlo por perjurio pero  la confesión pública sería un argumento a su favor para retirar la prohibición vitalicia para competir.

 

Al margen de las implicaciones legales y mediáticas de esta revelación, el caso de  Lance Armstrong  ejemplifica una actitud que tiende a predominar, no solo en el ámbito del deporte. Es una especie de canon que influye en las decisiones y que guía las acciones de individuos obsesionados con el éxito. Y la primera regla es: que no hay reglas!  Se pueden trasgredir todos los mandatos morales, éticos y legales en la búsqueda frenética de la victoria, por lo que se diluye  la frontera entre el bien y el mal: Lance Armstrong no cree haber hecho algo malo; en su peculiar orden de ideas, lo único que debe castigarse y evitarse es el fracaso,  porque la derrota es la némesis de los narcisos hípermodernos, egos que no soportan ni asimilan la frustración.

 

Y en las aras del triunfo se produce una paradoja: el éxito es vital pero debe alcanzarse sin esfuerzos, sin fracasos, sin perseverancia, sin dolor. Es menester sobresalir para sobrevivir en un mercado hostil que enaltece la competencia desleal, que no admite intentos fallidos, que materializa lo sublime en  objetos que equivalen a la felicidad porque la vida se evapora en la intensa búsqueda de artificios…

 

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