En algún lugar inescrutable, más allá del umbral de lo aparente y
custodiado por todas las versiones del poder, se encuentra el único acceso a la
verdad; de cuando en cuando, surgen genios temerarios que rompen los eslabones
que encadenan al conocimiento…
En el imperio de mercado, el conocimiento continúa custodiado por los
poderes fácticos; el acceso a contenidos académicos, científicos y legales está
restringido y exageradamente controlado: la evidencia es la desproporción en el
castigo a los temerarios que infringen los mecanismos de ese control.
Ese es el caso de Bradley Manning, el marine norteamericano que publicó
el video conocido como “Asesinato colateral” que mostraba el ataque
indiscriminado a la población civil en Irak, preso y torturado en Quantico, enfrenta el cargo de ayudar al enemigo que se
castiga con condena perpetua. En
las mismas circunstancias se encuentra Julian Assange, el fundador del sitio
Wikileaks, que desde hace seis meses se refugia en la embajada de Ecuador para
evitar su extradición a los Estados Unidos para ser juzgado por las
filtraciones publicadas en la red.
Y fue también el caso de
Aaron Swartz: el genio que a los 14 años ingresó a la Universidad de Stanford y
que a esa edad contribuyó en la creación de los estándares para compartir y
diseminar contenidos –blogs-; el
activista contra la censura en la red que dirigió las protestas contra la ley SOPA; el protagonista solitario de la “Primavera académica”.
En 2011 fue arrestado por fraude informático por la obtención de material
académico de ordenadores protegidos del Instituto de Tecnología de
Massachusetts (MIT). Fue declarado inocente de ese cargo pero fue acusado por autoridades federales por el acceso ilegal a un servicio de distribución de
revistas científicas y literarias restringido a suscriptores y descargar 4.8
millones de artículos y documentos con la intención de liberarlos, lo que se
castigaría con “una sentencia enormemente exagerada (35
años de prisión y multas por un millón de dólares) que equiparaba un
gesto a favor del conocimiento libre a un acto de terrorismo”.
Pero esa infame sentencia
quedará pendiente porque Aaron decidió terminar su lucha contra la censura. El caudillo cibernético de la
libertad del conocimiento se suicidó el 11 de enero a los 26 años. Con su
muerte se escribe un episodio más en la interminable crónica de los abusos del
poder y también, se esclarecen las incertidumbres sombrías que alguna vez lo
afligieron al confrontar los ideales
con la realidad, el debate inexorable en
todas las causas y el compromiso ineludible de todos los héroes. En el 2007
Swartz escribió en su blog: "Hay un momento, en que la vida ya no
se disfruta como vida, cuando el mundo parece ir más despacio y todos sus
innumerables detalles repentinamente se hacen brillantes, dolorosamente claros”.
Necesitamos más héroes. Gracias
a la convicción humanitaria de personajes como Swartz, Manning y Assange, el
advenimiento de la sociedad del conocimiento
no se vislumbra tan lejano. Quiero creer que surgirán más genios y
temerarios dispuestos a derrocar la ignorancia, que es la versión más aberrante
de la opresión, y romperán los eslabones que encadenan al conocimiento…
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