domingo, febrero 10, 2013

En la estrechez de la cúspide


En algún lugar insólito, en la estrechez de los ángulos obtusos y eludiendo todas las fórmulas, las líneas se distorsionan y los valores se tergiversan; en ese pequeño espacio se restringen todos los juicios y las cifras adquieren valores ambiguos…

 

            El modelo actual del Instituto Federal Electoral se sustenta en la participación de la ciudadanía en todas las fases del proceso electoral en cada uno de los distritos, como capacitadores, supervisores, funcionarios de casilla, consejeros y representantes de los partidos políticos. Pero éste es un modelo piramidal. En los 300 distritos que cimentan la pirámide electoral se realizan tareas específicamente arduas en procesos estrictamente controlados que generan información profusa y detallada. La eficiencia y efectividad del mecanismo electoral en los 300 distritos se debe a la actuación de ciudadanos éticamente comprometidos con las labores que el IFE les encomienda. Pero al trascender el ámbito de los distritos la intervención ciudadana se desvanece.

 

Una distancia abismal separa a los distritos de la  cúspide de la pirámide, donde se ubica la Junta General Ejecutiva y  sesiona el Consejo General. Ahí se acata la normatividad que rige al instituto y ahí funciona la Unidad de Fiscalización de los Recursos de los Partidos Políticos. A esas alturas, la participación ciudadana se reduce significativamente a 9 consejeros  y al estrecho margen que les concede la legislación electoral, consensuada por los partidos políticos en el congreso.

 

En esa estrechez, los 9 consejeros deben asumir la ética de la imparcialidad para interpretar leyes y reformas ambiguas, reglamentos complejos pletóricos de palabrejas domingueras con procedimientos algebraicos que determinan  tiempos exactos para la ejecución de movimientos precisos  (pero uno de ellos, Sergio García Ramírez, sesgó su juicio para favorecer y exonerar al Partido Revolucionario Institucional, PRI).  Y desde esa cúspide,  la visión del proceso se restringe y es ahí, muy lejos de la realidad y  en el ángulo más obtuso de la geometría electoral, donde funciona la Unidad de fiscalización, responsable de la “quiebra moral del IFE” por los insólitos dictámenes sobre los gastos de campaña que determinan un dispendio de 63 millones de pesos del Movimiento Progresista de Andrés Manuel López Obrador pero que no detectan ningún exceso en los gastos de campaña de la coalición del Revolucionario Institucional y el Partido Verde Ecologista de México (PRI-PVEM).

 

Las cantidades son ridículas, la actuación de García Ramírez es deleznable y el daño infringido es alarmante porque las decisiones y las cifras emitidas por la cúspide del IFE no corresponden con la realidad galopante de las campañas y la credibilidad del instituto como órgano ciudadano está a punto de evaporarse.  Desde la estrechez que lo  margina, el Consejo General rechazó el dictamen de la Unidad fiscalizadora; se pospuso la discusión pero también se postergó la atención a un legítimo reclamo de la ciudadanía que rechaza el dispendio de recursos públicos en campañas políticas. Mientras tanto, la confianza del electorado se reduce  lamentablemente en la misma proporción en que crece su desencanto porque  la voluntad popular se  diluye en el  pequeño espacio donde se restringen todos los juicios y las cifras adquieren valores ambiguos…

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