En algún lugar aglomerado, donde
confluyen todas las ideas y se funden todas las voces, yace un mandato
legendario que le infunde a los seres
humanos la imperiosa necesidad de encontrar afinidades…
La incursión de las redes sociales en
las actividades cotidianas se expande inexorablemente: el fenómeno Facebook
inició como un enlace instantáneo entre amigos y se transformó en una secuencia de
coincidencias que ahora involucra a cientos y miles de personas; Twitter utiliza el mismo mecanismo de enlace y es una herramienta
mediática para los personajes de la vida pública que expresan sus opiniones y
sus estados de ánimo en mensajes breves que llegan a la comunidad virtual. El
éxito de las redes sociales reside en aplicar las bondades de la tecnología
para satisfacer la imperiosa necesidad de comunicación que pervive en todos los
seres humanos.
Cuando surgieron los medios de
comunicación, la ciudadanía estaba aglomerada en una sociedad de masas y era el
receptor pasivo de la información porque sus reacciones y opiniones jamás se
divulgaron en los medios masivos. Nunca se cuestionó la veracidad de la
información publicada o transmitida y fue entonces, cuando la mediocracia tuvo
el poder para modificar y moldear las actitudes y pautas de conducta de pueblos
y naciones enteros.
Los hábitos de consumo, las modas y los
estereotipos son el resultado de campañas publicitarias que inventan, crean o
diseñan, una necesidad que debe satisfacerse con la adquisición de un producto.
Las pautas de conducta de una sociedad obedecen a los miedos infundados o conceptos
infundidos, que son difundidos persistentemente en los medios masivos, de tal
forma que una mentira que se transmite mil y un veces termina por convertirse
en una verdad incuestionable. Pero ahora, aquellas masas, receptoras acríticas, pueden emitir y transmitir sus
reacciones y sus opiniones; es posible compartir
las ideas, proyectar el talento, y difundir las escenas que desmienten las versiones
oficiales y oficiosas transmitidas en la
mediocracia. Sin embargo, este logro de la comunicación que podría erigirse
como un avance hacia la democratización de los medios se trivializa en contenidos
simpáticos pero insulsos porque lo más importante, desde la oscuridad de los
tiempos, es lograr la aceptación de los demás.
Y así, sin necesidad de protocolos se
divulgan en twitter los comentarios de los políticos en una nueva estrategia
mediática para consolidar o crear una imagen pública; cada semana se seleccionan
los 10 mejores twits o los temas de conversación que por una cantidad estratosférica
de comentarios “hacen” una tendencia en la opinión de la comunidad virtual. Y
en un intenso intercambio de intrascendencias se disuelve el tiempo y las
grandes causas se desvanecen; la capacidad de compromiso se extingue por los
efectos devastadores del desencanto pero en la naturaleza humana persiste un mandato
legendario que infunde la imperiosa
necesidad de encontrar afinidades…
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