“Reducir todos los valores a un signo de compra-venta
es una degradación.
Los medios tratan a las ideas, a las opiniones y a las
personas como noticias
y a éstas como
productos comerciales.”
Octavio Paz
En
algún lugar distante y ajeno a la realidad, en un giro intempestivo del
progreso surgió un código intangible y persuasivo; desde entonces, los
atributos del pensamiento fueron desplazados por la fascinación de la mirada…
La reforma constitucional en materia de
telecomunicaciones presentada por el presidente Enrique peña Nieto postula la
desaparición de monopolios como requerimiento para liberar la competencia
y facilitar el acceso a los medios
electrónicos. En el cabildeo se defendieron los intereses de los gigantes
mediáticos en México y en el debate se manejaron cifras, cantidades y
porcentajes pero jamás se mencionó la calidad de los contenidos y se eliminó
del artículo 6º. Constitucional el adjetivo “veraz” como requerimiento de la
información transmitida. Interpretando
literalmente el texto modificado del artículo: se garantiza el libre acceso a la
información transmitida en los medios electrónicos pero esta información está
exenta de los requerimientos éticos de la comunicación: la veracidad, la
imparcialidad y la objetividad. Luego entonces: se garantiza el libre acceso a
noticias editadas, a los contenidos superfluos y a los datos triviales de un
criterio idiotizante. Porque lo que se legisla en estos momentos es la recomposición
del imperio mediático (su
funcionamiento, sus atribuciones y sus ganancias) y la reconfiguración del
estado como el rector de las telecomunicaciones que recuperará el dominio sobre
el “cuarto poder” a través de organismos (supuestamente) autónomos.
Es por eso que las expectativas que esta
reforma ha generado son de índole económico. Con un optimismo desbordante, se espera una reducción significativa en las
tarifas de los servicios de internet y telefonía: México tiene la banda ancha
más cara por Megabit por segundo (Mbps) y las tarifas más elevadas en telefonía
de los 30 países que conforman la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE). El libre acceso a los medios electrónicos y la
reducción en las tarifas facilitarán la conexión de los mexicanos con la aldea
global; pero la conexión no debe equipararse con la comunicación y tampoco debe
confundirse la información con el conocimiento. Los contenidos difundidos en la
telecracia están (y estarán) diseñados para incidir en la opinión pública y
condicionar las pautas de conducta, el control social se logra por la
persuasión mediática en un simulacro de comunicación. Es ahora, cuando se
aprecia nítidamente el efecto de la telecracia descrito por Octavio Paz: “Nada
menos democrático y nada más infiel al proyecto original del liberalismo que la
ovejuna igualdad de gustos, aficiones, antipatías, ideas y prejuicios de las
masas contemporáneas.”
Aunque sería un gran avance, reducir los
beneficios de la telecomunicación a las facilidades de acceso y al abatimiento
de costos y tarifas es trivializar la curiosidad intelectual y perpetuar la
estrategia que controla a las masas y a los pueblos con un código intangible y persuasivo
que desplaza los atributos del pensamiento con la fascinación de la
mirada…
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