domingo, marzo 03, 2013

Buscando las utopías perdidas


En algún lugar de la historia y esparcidos sobre una línea perpetua, yacen los vestigios de una especie inconclusa; las capas del tiempo preservan los ideales fosilizados que alentaron el espíritu de los héroes, entre los ecos del pasado deambulan  las esperanzas petrificadas que alguna vez forjaron la templanza de los hombres…

 

            Dicen los que saben, que el proceso evolutivo de la especie humana aún no concluye, que las mutaciones son imperceptibles porque las transformaciones se realizan en el músculo de  las convicciones. Desde que los homo sapiens poblaron el planeta, la estructura anatómica de la especie humana ha permanecido inalterable pero las transformaciones del pensamiento han provocado efectos concretos y contundentes.

 

            Las ideas y las convicciones se adaptaron al entorno desde la época de los mitos,  bajo la imposición de los dogmas y a  la luz de la razón; los pensamientos se materializaron en el proyecto de la modernidad, se agudizaron por el desencanto posmoderno para refugiarse en la virtualidad. Pero en ese trayecto, hubo una época en que la especie humana alcanzó niveles excelsos y sublimes: en los albores de la modernidad se expandió sobre la faz del planeta la certeza del progreso universal. La convicción emanaba de la ciencia y la prioridad fue el bienestar y la hermandad.

 

            Aquellos hombres y mujeres sacrificaron comodidades y placeres cotidianos buscando la solución a los quebrantos sociales y el antídoto para las epidemias. Su perspectiva era universal y sus efectos serían imperecederos.

 

            La firmeza de aquel ideal humanista contrasta con la apatía y el individualismo galopantes de los especímenes que actualmente habitan en la aldea global. Por eso ahora, bajo el predominio de la ética del lucro es casi imposible comprender a los héroes que redactaron el proyecto de la Modernidad. Uno de ellos, José Martí, vivió persiguiendo la libertad de un país condenado a la servidumbre, como colonia española y como anexo del imperialismo. El impacto de sus ensayos, artículos, poemas y discursos emana de una convicción auténtica, de la supremacía del bien común sobre los caprichos personales.

 

            En el auge de la hípermodernidad, Martí es la evidencia de una especie casi extinta pero a la vez, es la manifestación de una posibilidad latente, la encarnación de un legado genético que nos predispone a la nobleza, a la empatía, a la generosidad y a la compasión. Quiero creer que esos atributos permanecen encriptados en las hélices del genoma, que aguardan la ocasión para emerger y expandir la obtusa visión que tenemos del mundo. Y conservo la certidumbre de que algún día rescataremos los ideales fosilizados que alentaron el espíritu de los héroes, que escucharemos los ecos del pasado para revivir las esperanzas petrificadas que alguna vez forjaron la templanza de los hombres…

 

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