En algún lugar del tiempo, por el ajetreo de la
mudanza de una época a la siguiente se olvidaron los motivos de una celebración
auténtica y se perdieron entre los vestigios de los paradigmas destrozados…
Las primeras fiestas y tradiciones de los pueblos
estuvieron determinadas por los fenómenos naturales desatados por las
divinidades y en el imperio del dogma, por el onomástico de los santos y los mártires
del cristianismo; durante el siglo XX,
las prioridades del régimen de mercado se enmarcaron en nuevos rituales
para materializar las cualidades y los valores intangibles. Es por eso que el
año transcurre entre celebraciones que
irremediablemente implican la compra de
objetos o la contratación de servicios: desde el día del amor y la amistad
hasta la noche vieja.
Una de esas fiestas es el día de las
madres. La idea de celebrar a la madre surgió en la tristeza de un duelo: en
1905 falleció la madre de Ana Marie Jarvis después de dedicar su vida a la dignificación
de las madres trabajadoras y al mejoramiento de las condiciones sanitarias en
las fábricas. Dos años después, Ana Jarvis decidió abandonar la estrechez del
luto y transformó el aniversario luctuoso
de su madre en una celebración para todas las madres. Dirigió una campaña de
promoción en todo el territorio norteamericano que culminó en 1914 con la
conmemoración nacional del día de las madres el segundo domingo de mayo. La
nueva costumbre se expandió a todo el mundo y en México se dedicó el 10 de mayo
a la celebración del día de la madre en 1922.
Pero
sucedió lo inevitable y los valores sublimes se degradaron por la ética del
lucro. La admiración sincera y el agradecimiento de los hijos perdieron su
esencia emocional en una vulgar materialización y las cualidades maternales se
estereotiparon en la imagen de una mujer abnegada, sufrida y callada. En 1920 Ana Jarvis manifestó su contrariedad
por la comercialización del día de las madres, a partir de entonces dedicó sus
esfuerzos y sus recursos para protestar contra la explotación mercantilista,
incluso fue arrestada varias veces por
perturbar la paz. Casi un siglo después y en el preludio de una nueva época, es
menester recuperar la esencia de una celebración que ha provocado una gama
insufrible de cursilerías en el mercado de las emociones. Ana Jarvis murió con
un desencanto crónico en el corazón pero ahora, la condición humana y los
atributos maternales generan cifras y datos contundentes: el estudio más
reciente del Instituto Nacional de Estadística y Geografía
(Inegi) indica que el 71% de las mujeres mayores de 15 años tienen al
menos un hijo; el 96% de las madres son económicamente activas y el 72% son
madres solteras, viudas, separadas o divorciadas.
La realidad se impone y es imperativo
reconocer que la maternidad exige valentía para asumir una responsabilidad que
nunca termina, disposición para la generosidad, habilidad para atender simultáneamente el
llamado de la vocación y el llanto de los hijos y la insólita fortaleza para
mantener la calidez del hogar a pesar de todas las ausencias y las carencias. Y
ahora, en el ajetreo de la mudanza de una época a la siguiente es menester
recuperar los motivos de una celebración
auténtica, romper el molde de una figura maternal débil y olvidar esa
fragilidad entre los vestigios de los paradigmas destrozados…
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