"Debemos cambiar América desde una cultura basada
en las necesidades
a una cultura basada en el deseo. La gente debe ser
entrenada para desear, para querer nuevas cosas, incluso antes de que las cosas
viejas hayan sido consumidas totalmente.
Los deseos del hombre deben eclipsar sus
necesidades".
Paul Mazer
En
algún lugar alejado de las multitudes y en un complejo industrial se fabrican
los artificios de la ingeniería del consentimiento; en una línea incesante de producción se
manufacturan los deseos que habrán de convertirse en una necesidad existencial…
En
las coordenadas occidentales del planeta,
desde la perspectiva del mundo libre y civilizado, suele condenarse la
radicalización de los dogmas orientales satanizando el exceso del rigor y el
fanatismo. Una de las críticas recurrentes al régimen socialista fue el despojo
paulatino de la voluntad a los ciudadanos, quienes moldeaban su actitud y su
conducta a los mandatos de un régimen represivo. Y ante la emergencia del
terrorismo como secuela exacerbada de un sacramento distorsionado, toda la
indignación del planeta se dirigió contra el fanatismo musulmán que enaltece a los que ofrendan su
vida en una lucha sin cuartel contra los invasores.
Pero
en cuestión de fanatismos, todo depende de la perspectiva. Busqué las
diferencias en las democracias
occidentalizadas que exhibieran la perversidad
de la idiotización colectiva en el socialismo y en el islam, y debo confesar,
que no encontré ninguna. La única
diferencia entre los regímenes capitalista, socialista y musulmán es el objeto
de la veneración: los socialistas anteponían la supremacía del estado, los
musulmanes buscan el paraíso por la vía del auto sacrificio y los capitalistas responden
automáticamente a los mandatos del mercado.
Hoy
por hoy, en la cultura del deseo, la realidad supera con creces las
proyecciones realizadas a principios del siglo XX, cuando los ciudadanos se
transformaron en consumidores vulnerables a las presiones mediáticas que
inciden en la percepción de la felicidad como equivalente a la adquisición y acumulación
de bienes. Los objetos de culto en el capitalismo industrial siempre son
novedosos pero el efecto placebo es efímero porque deberá adquirirse el modelo
más reciente para satisfacer una necesidad ficticia, surgida de un deseo
irracional y glorificada como sinónimo del éxito en una pequeña inmensidad de
mensajes publicitarios. Así, en Norteamérica, y en todo el ámbito de su
influencia, la celebración del Día de Gracias se distorsiona en una vulgar
estrategia comercial. El “viernes negro”, el día de las mega ofertas y las
compras compulsivas se extiende a México como el “buen fin”. Hordas de consumidores alienados recorren las tiendas y
los almacenes buscado la los precios más bajos porque su felicidad
consiste en aprovechar la mejor oferta y adquirir el producto aunque no sea indispensable.
Y
todos tan contentos!! Por unos días la felicidad es un objeto a mitad de
precio, disponible en todas las sucursales de los consorcios comerciales. Y el
fervor consumista impulsa los engranes
de la cultura del deseo que condiciona la actitud de las multitudes por los artificios de la ingeniería del
consentimiento; y el círculo vicioso se reinicia en una línea incesante de producción donde se
manufacturan los deseos que habrán de convertirse en una necesidad existencial…
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