"Trump nunca fue una broma. No tomarle en serio
fue lo que le hizo más fuerte".
Michael Moore
En
algún lugar masivo, en los niveles impronunciables del resentimiento yacen las decepciones y la desesperanza, y ahí se concentran y se
agudizan; sinuosamente merodean la idiosincrasia de los pueblos aguardando el
motivo que las enardezca…
El
triunfo de Donald Trump obliga a redefinir conceptos que se creían
consolidados, es menester repensar en los vicios aparentemente erradicados y es
imperativo abordar los prejuicios que se suponían superados. Los resultados
electorales contradijeron todos los pronósticos y todas las encuestas y al
hacerlo, desacreditaron la influencia que se le atribuía a los sondeos de
opinión en la intención del voto. Es evidente que los electores ocultaron su
verdadera preferencia al ser encuestados porque contradecía la opinión
difundida; todos los mensajes en la mediocracia indicaban que el triunfo de Trump
era poco menos que imposible y que este personaje encarnaba lo peor del
espíritu norteamericano, sin embargo, en el lado oscuro de la percepción
popular crecía la simpatía por el candidato que se atrevía a revelar los
prejuicios que largamente permanecieron reprimidos y que vociferaba contra un
sistema político insuficiente para satisfacer los reclamos de las mayorías.
Esta
elección reposiciona a la telecracia como fabricante de íconos y reafirma el
matiz espectacular de la política; las cadenas de televisión que incrementaron
su audiencia difundiendo los arrebatos y exabruptos de un candidato insólito
procrearon a un personaje mucho más fuerte que todos los argumentos que
emitieron en su contra en la víspera de las elecciones. No hubo frase ni slogan
lo suficientemente contundente para detener la onda expansiva de su
popularidad. Rubén Amón, explica el fenómeno mediático de la candidatura de
Trump por su astucia populista en el
auge de la telerrealidad donde “la audiencia es el poder”; Antonio Navalón, interpreta esta elección
como “la primera lección del Twitter y
del Facebook que demuestra que la política en estos tiempos es tecnología y
odio”. Y ahora, como presidente electo, la figura de Trump resucita tendencias
que alguna vez se creyeron erradicadas: la extrema derecha y el ultra
conservadurismo resucitan impetuosos por las consignas nacionalistas que
enardecen la inconformidad de la clase media y que resucita la xenofobia como contradicción rampante de
la diversidad de una nación conformada por migrantes.
Como
en todos los duelos, después del asombro y de la negación vendrá la
resignación. La comunidad europea ya se prepara para trasladar a Alemania el
liderazgo del “mundo libre”, ejercido hasta hoy por Estados Unidos de
Norteamérica. Mientras tanto, la Heritage Foundation, el núcleo ideológico de
los republicanos que asiste a Trump en la transición, ya determinó el rumbo de
la nueva administración en su programa “Recuperar Estados Unidos” que plantea
el retorno de los valores conservadores y ultraderechistas.
La legitimación de la presidencia de
Donal Trump implica la reivindicación de los vicios que se creían erradicados
pero como todos los momentos críticos, es también una oportunidad: para
consolidar los contrapesos de la democracia estadounidense, para reconfigurar
un modelo obviamente cruel e insuficiente, para revertir el avance de los
resentimientos concentrados y agudizados que sinuosamente medraron la
idiosincrasia de los norteamericanos aguardando el motivo que las enardeció…
Fuentes
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