domingo, octubre 30, 2016

Polvo de estrellas

En algún lugar remoto, la memoria colectiva se perpetúa en registros con el afán de evitar los errores del pasado, pero todos los afanes son vanos porque la longevidad de la historia escrita excede a la esquiva y veleidosa condición humana…       

Cuando el alfabeto fonético fue adoptado por la mayoría de los pueblos, inició la noble tarea de registrar el legado de la memoria colectiva y los acontecimientos que marcaron el destino de los reinos y de los imperios; el ánimo que movía la pluma de los escribanos fue instruir a las generaciones futuras. Podrían escribirse tomos enteros con las consecuencias de haber ignorado las enseñanzas de la historia. El episodio más reciente concierne a la iglesia católica cuyos jerarcas y doctores han olvidado la crueldad del conflicto desatado por la venta de indulgencias. Por una asombrosa coincidencia, un día como hoy, 31 de Octubre, pero en el año de 1517, el monje agustino Martín Lutero clavo en las puertas de la iglesia del palacio de Wittenberg las 95 razones para condenar el tráfico de las indulgencias como un abuso del poder sin fundamento en las Escrituras, como una contradicción a los sacramentos y una manifestación de la avaricia y el paganismo de las autoridades religiosas.        Así se desencadenó la Guerra de la Reforma, uno de los conflictos más largos y crueles que arrebató la vida de miles de creyentes.

            Pero todo eso quedó en el pasado remoto y ya no hay nadie que recuerde el encono de aquellas batallas. Y parece que la jerarquía católica ha confinado a la catacumba del olvido la fuga de creyentes por las denuncias de Lutero porque, a escasos días del aniversario de la publicación de las tesis de Lutero, la Congregación para la Doctrina de la Fe, el organismo encargado del dogma católico cuyo origen es la Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, prohibió que se dispersen o se conserven las cenizas de los fieles difuntos que hayan sido cremados, imponiendo la santidad como un requisito indispensable del lugar donde descansen los restos o las cenizas.

            Ahora, por obra y gracia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el Cardenal Gerhard Müller, la última morada de todos los creyentes debe ser sagrado, ya sea en un cementerio o en una iglesia, decreto que guarda una asombrosa similitud con las indulgencias que les aseguraban a los feligreses un lugar en el cielo. Sí! Sé muy bien que los dogmas son rígidos, incuestionables e inapelables. No cuestiono la fe, disiento de su uso con fines de lucro o distintos a la esperanza y al consuelo que prodiga.

            Además del olvido voluntario, el decreto emitido por esta autoridad, lesiona la sensatez al privilegiar la inhumación con el argumento de la resurrección de la carne. Y surgen mil y un preguntas. ¿Qué será de los mártires que fueron devorados por los leones en el circo romano? Si la población mundial actual está flagelando al planeta, ¿cómo podrán sobrevivir todos juntos, los vivos y los resucitados?  ¿Existe un censo de todos los fieles que han fallecido desde la instauración del cristianismo como autoridad terrenal hasta nuestros días? Si actualmente los cementerios son insuficientes, ¿qué proporción de la superficie terrestre deberá destinarse a la agricultura para alimentar a los vivos y qué proporción a la sagrada sepultura de los muertos?  ¡Oh! ¡Sí!  Los dogmas son incuestionables, inapelables, pero no son incólumes; hace muchos años, la cristiana sepultura obedeció a motivos especulativos cuando solo los fieles difuntos podían descansar en el suelo consagrado dentro del perímetro de las basílicas y los templos, al amparo de los santos y los mártires, y en aquel entonces, las tumbas cercanas al presbiterio eran más costosas y las más lejanas, más baratas. Decreto que cayó en desuso cuando los terrenos de los templos resultaron insuficientes y todas inhumaciones debieron realizarse en los cementerios, muy lejos del amparo de los santos.    

            Ahora, como siempre y desde entonces, la ciencia y el dogma se confrontan. Carl Sagan afirmó que la primera virtud del hombre fue la duda y el primer gran defecto la fe.  Hemos confirmado que los elementos en los organismos vivos proceden del cosmos y el mismo Sagan describió la condición humana diciendo que “somos polvo de estrellas pensando en las estrellas”. En algún momento, tarde o temprano, la materia orgánica volverá a su estado primigenio pero el legado de la existencia de los hombres permanece latente en la mente que los recuerda, se refleja en las actitudes que fomentaron, en las ideas y convicciones que inculcaron. El destino final de los restos no debería mortificarnos porque lo inmutable es la esencia intangible de los seres humanos. Y por los siglos de los siglos, seguiremos dictando decretos y buscando respuestas, y seguiremos registrando el pasado para ignorar sus enseñanzas porque la longevidad de la historia escrita excede a la esquiva y veleidosa condición humana…

 
  

Fuentes

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