domingo, noviembre 12, 2017

Carne y huesos

En algún lugar caótico, cuando las armas destrozaron los altares y los templos, entre las ruinas de un mundo perdido, los dioses derrocados produjeron el último prodigio y con las bondades de un ritual cicatrizaron las heridas de la espada y revirtieron la conquista…

            La conquista cultural es un proceso más sutil que el dominio militar pero igualmente contundente; fluye de los vencidos hacia los vencedores: la belleza de las convicciones irrumpe en el corazón de los conquistadores prodigando sus bondades, envolviendo sus ideas con prodigios insospechados. Hoy por hoy, a cinco siglos de distancia, los rituales prehispánicos en torno a la muerte tienen el mismo impacto que cautivó a los evangelizadores y desde una comunidad sometida a los caprichos del mercado fluye un mensaje que alivia el duelo y aligera el peso de la ausencia.

            La celebración mexicana de la muerte conquista más y más corazones y se expande en la aldea global en versiones que la redimensionan en reconfiguraciones insólitas como cuando James Bond recorrió el centro histórico de la Ciudad de México durante el desfile de Día de Muertos, que del argumento de la película Spectre saltó a la realidad en una nueva tradición que fusiona el misticismo y el espectáculo.

            Y ahora, el motivo trascendental del altar a los difuntos germina en el corazón de los espectadores de la película Coco que transmite una visión alegre del reencuentro con los ancestros y la certeza de que la muerte sólo llega con el olvido. El impacto de este mensaje ya se refleja en la adopción del altar a los difuntos como una nueva costumbre en muchas familias en todo el mundo.  

            Sí! … siempre habrá críticas a las reconfiguraciones de las tradiciones:  los ortodoxos reacios condenan la incursión extranjera en las costumbres nativas  y los efectos de la proyección mediática que globaliza el ritual prehispánico. Sea como fuere: bailando con las catrinas, recorriendo las calles en un nuevo desfile que desentierra ritos legendarios, cantando con alebrijes vivientes en una visión insospechada del inframundo, el prodigio es el mismo: abrazar lo imposible para honrar la memoria de los muertos, para resucitar las ramas del árbol genealógico y portar el linaje con orgullo.


            Hoy por hoy, la muerte es nuestra única certeza; todavía no hemos trascendido el umbral de lo imposible y hasta el momento, la condición humana no se ha despojado de la fragilidad de la carne y los huesos; por eso, seguimos buscando alivio ante lo irremediable. Por eso, la cosmovisión de los vencidos se impondrá al mandato de los vencedores y aunque el cempasúchil se cotice en la bolsa, el mensaje se mantendrá vigente: somos la encarnación de un legado ancestral, la estirpe viviente que recuerda a sus muertos gracias al último prodigio de los dioses derrocados que perpetuaron las bondades de un ritual que cicatriza las heridas de la espada y revierte las conquistas…
   

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