“Tiempo al
tiempo y cada huella irá encontrando su arena.”
Jorge
Drexler
En
algún lugar hermético y ferozmente custodiado languidecían las imágenes de un
dolor recluido en el olvido; pero las leyes del tiempo son implacables y nada
ni nadie se resiste a sus efectos…
Mientras
todo el mundo celebraba la paz olímpica, en 1968 se implementaba el mecanismo
de control para silenciar cualquier testimonio capturando todos los vestigios
de la verdad del movimiento estudiantil y la mediocracia se sometió a la
prohibición gubernamental de publicar fotografías y testimonios.
El
flagelo de la censura oficial sometió a todos los medios… excepto a uno: la
revista ¿Por qué? de Mario Menéndez Rodríguez (testigo presencial de la masacre
de Tlatelolco), fue la única que publicó las fotografías de aquella noche y las
declaraciones de los sobrevivientes que fueron entregadas por los periodistas y
reporteros que las captaron porque no serían publicadas en sus respectivos
medios. Mario Menéndez Rodríguez fue perseguido por el gobierno; las
instalaciones de la Revista ¿Por qué? fueron destruidas, literalmente, pero
ningún periódico publicó la noticia y nadie se atrevió a defenderlo. Fue
aprehendido y sentenciado a 30 años de prisión en Lecumberri; tras una
negociación, recuperó su libertad pero perdió la ciudadanía mexicana. Emigró a
Cuba y se dedicó a escribir sobre sus experiencias pero ninguno de sus libros
se ha publicado en México.
Todos
los intelectuales orgánicos callaron… menos uno: Octavio Paz renunció a la
embajada en la India y en respuesta a la petición del Comité Organizador de
aquellos Juegos Olímpicos escribió el poema “México: Olimpiada de 1968”, que no
se leyó en la ceremonia de inauguración porque sus versos equiparaban la plaza
de Tlatelolco con el altar azteca de sacrificios humanos, omitiendo
deliberadamente cualquier alusión a la gloria olímpica.
Y
entonces, en el silencio generalizado, surgieron las versiones apócrifas que
durante décadas distorsionaron la realidad y que aún ahora deambulan en las
arengas de todos los ingenuos que aún creen en la amenaza del comunismo
internacional en el 68. Los estudiantes comprometidos con el movimiento,
flagelados por los artificios de un régimen represivo, se incorporaron al
silencio forzado y todos los testimonios se marginaron por la contundencia del
olvido institucionalizado, cuya vigencia trascendió los primeros gobiernos de
alternancia. Sistemáticamente, todos los intentos por dignificar el movimiento
fueron demeritados y las memorias, mancilladas; las marchas conmemorativas
devinieron en episodios de vandalismo.
Así
como infiltraron a sombríos personajes del régimen entre las filas de los
estudiantes, deslizaron motivos apócrifos que distorsionaron la narración de
los hechos en la versión oficial de un capítulo prohibido. Los recuerdos de
quienes vivieron aquellos tiempos eran indiscreciones ficticias, el cuento de
nunca acabar en cualquier conversación, poco menos que obsesiones delirantes
por una fiebre anacrónica porque en los albores del siglo XXI seguíamos
esperando la reivindicación por las leyes del tiempo…
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