En algún lugar incontenible florecen los aromas que
inundan la mirada; la esencia otoñal es temeraria, impetuosa, se opone y se resiste,
con toda fuerza sensible, a las formalidades y protocolos…
El
miércoles 29 de agosto, en un evento organizado por la Junta Local del INE en
Baja California con motivo de la entrega de reconocimientos a l@s consejer@s
electorales cuya designación concluyó, gentilmente me asignaron la exposición
de motivos y les dije que una feliz coincidencia nos condujo a todos los ahí
reunidos al ámbito electoral.
Que
como consejer@s nos percatamos de que en un proceso electoral, todos los días y
todas las horas son hábiles, que los plazos son angustiosamente impostergables
y que las responsabilidades de l@s consejer@s no están debidamente contempladas
en la legislación electoral porque la cuantía y la calidad de sus esfuerzos
excede, por mucho, lo plasmado en la ley. Que cuando cumplieron en tiempo y
forma con las exigencias de la estrategia nacional, atendiendo punto por punto
los lineamientos emitidos por el Consejo General, lo hicieron por la
satisfacción del deber cumplido.
Extraje
el recuerdo más envolvente de mi experiencia en un consejo distrital para
explicar el pequeño prodigio que se realiza cuando encontramos en otros la
misma convicción y el mismo valor civil que nos impulsa a trabajar por el bien
común; me hubiera gustado citar a Octavio Paz para confirmar que el mundo
cambia cuando aquellos que se buscan, se encuentran. Confesé que las palabras no bastaban para
reconocer el valor de sus esfuerzos, que no encontraba los adjetivos… Entonces, les hubiera dicho que las grandes
hazañas de la historia se han logrado por la maravillosa fuerza de la afinidad;
que las convicciones suelen generar apego y pertenencia y que por eso duele
desprenderse del alter ego encarnado en l@s compañer@s.
Les
hubiera dicho que la mexicanidad auténtica se configura con las aportaciones de
ciudadan@s como ell@s; que el único valor constante en la ingeniería social es
la consistencia de los ideales. Hubiera descrito los matices del color de esa
feliz coincidencia, hubiera parafraseado a Saramago… pero desde hace algún
tiempo he sido presa de las lágrimas y cada vez me doblegan con mayor
facilidad; sucumbo sin motivos aparentes y cuando menos lo espero porque no hay
señales previas que me alerten. Las palabras se detuvieron por el nudo que me cerraba
la garganta, mi voz se distorsionó y todo lo que quería decir se disolvió en el
“hubiera”. Cuando las fibras sensibles se apaciguaron, la canción del poeta
merodeaba mi mente hasta que la resignación me sorprendió repitiendo el síntoma
inequívoco de mi edad: “cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin
querer”.
Querid@s
compañer@s: con este acto de contrición quise revertir la inclemencia del
“hubiera” y decirles ahora, lo que en su momento no pude… porque es más fácil
escribirlo que decirlo porque la esencia otoñal es temeraria, impetuosa, se
opone y se resiste, con toda fuerza sensible, a las formalidades y
protocolos…
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