En algún lugar sin fronteras se compendian todos los
conceptos y se definen todos los términos para hermanar las palabras y los
significados; y así, gracias al lenguaje se describen los giros del destino en
la cambiante configuración del mundo…
La hegemonía de los imperios perdura por
siglos y en el lenguaje se compendian el impacto y los efectos de su
influencia. Actualmente, la tecnología dicta el canon del desarrollo y su
influencia en nuestras vidas se detecta cuando damos un “click”, al tomar una
“selfie” o cuando enviamos un “emoji”. El placebo de las redes sociales se
produce con un “like” y la paradoja de
la comunicación se agudiza en el “phubbing”. Palabrejas como estas describen
los nuevos hábitos (usos y vicios) en el imperio digital que se han incorporado
a nuestra cotidianidad y a nuestro lenguaje.
Por
eso, desde 2005, la Fundación del Español Urgente integra las expresiones
adquiridas de otra lengua por la fuerza de la cotidianidad y desde 2013 elige a la “Palabra del Año”: “que no tiene
que ser necesariamente una voz nueva, pero ha de suscitar interés lingüístico
por su origen, formación o uso y haber tenido un papel protagonista en el año
de su elección”.
En el 2013, cuando surgió la polémica por las
manifestaciones de ciudadanos frente al domicilio de las personas denunciadas,
se elijió a la palabra “escrache” (proveniente de Río de la Plata). En 2014, la
palabra “selfi” (sin la “e” al final) describió el uso abrumador del anglicismo
y la propagación exponencial de esta actividad en redes sociales. En 2015 se
eligió a la palabra “refugiado” porque al “emplear palabras específicas para
acotar la realidad es un primer paso para relacionarse eficazmente con ella”.
La palabra del 2016 fue “populismo” para redefinir las estrategias electorales
que determinaron el resultado del Brexit y la victoria de Donald Trump. En el
2017, la palabra del año fue “aporofobia”, acuñada por la filósofa española
Adela Cortina para definir un sentimiento existente que nadie había bautizado.
Aporofobia se define como el rechazo a los pobres y ese mismo año se incluyó en
el Código Penal Español como un agravante.
En el
próximo noviembre la Fundeu elegirá a la palabra del 2018 y por un extraño
afán, me gustaría que escudriñaran la realidad mexicana; tal vez, emergerían
vocablos para redefinir a los debates, al proselitismo y a la militancia
mediática. Creo que empezar a llamar a las cosas por su nombre sería un buen
ejercicio de honestidad cívica: Recuperaríamos el sustantivo “rufián” para
referirnos a todos los que hacen de la política un negocio y quizás,
encontraríamos en el “limbo” la confianza que hemos perdido en los gobernantes.
Sea como fuere, reinventemos el lenguaje para inculcar la tolerancia, la legalidad
y la empatía. Tal vez logremos conciliar significados, reescribir nuestras
prioridades aunque tengamos que redefinir lo indefinido y, gracias al lenguaje,
nos integraríamos a los giros del destino en la cambiante configuración del
mundo…
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