jueves, febrero 07, 2019

Vivir: conjugado en presente perpetuo. ¿Te acuerdas de la última vez?



            En algún lugar de la nostalgia, escritas con letras de oro, grabadas en la memoria y enaltecidas por los efectos del tiempo resplandecen todas las últimas veces, los hitos que en su momento pasaron desapercibidos…

            La vida de los seres humanos transcurre en un perpetuo presente porque sabemos que el pasado ya es inmutable y que el futuro es impredecible. Y así, viviendo día a día, creemos postergar la llegada de la vejez, omitimos todas las posibilidades de algún quebranto y condicionamos la llegada de la felicidad a la realización de algún propósito. Y ahora, cuando la ética del lucro ha condicionado nuestra percepción de la realidad, es muy común que la felicidad se logre cuando se adquiera o se ostente algo.

            Por un hábito de la memoria destacamos siempre el momento de la primera vez: los primeros dientes, los primeros pasos, las primeras palabras, el primer día en la escuela, el primer beso... Instantáneamente identificamos los primeros momentos y los atesoramos como el umbral donde iniciamos una nueva etapa, y así, la vida transcurre felizmente de una primera vez a la siguiente y a la que sigue.

            Eventualmente, los acontecimientos nos revelan que el tiempo transcurre aunque no nos percatemos de ello y miramos hacia el pasado buscando lo que ahora ya no se tiene. Y así, escudriñando concienzudamente los recuerdos, en el lapso entre las primeras veces ubicamos aquellas últimas veces, que en su momento fueron cotidianas y que pasaron desapercibidas pero que en retrospectiva adquieren importancia vital porque constituyen otros hitos en nuestra historia, los puntos sin retorno que determinaron un cambio en el rumbo. He ahí la paradoja de las últimas veces: vivirlas sin percatarnos de que son el final de un capítulo en nuestra vida.

La excepción que confirma la regla sucede cuando los cambios en la vida son voluntarios, intencionados y previstos; entonces, nos aproximamos día a día, y plenamente conscientes, al momento de la última vez. Tenemos el privilegio de valorar en su justa dimensión todos los momentos que la preceden y prepararnos para lo que vendrá después. Salvo esas escasas excepciones, es humanamente imposible identificar instantáneamente las últimas veces.

Por eso, lo recomendable sería adornar la cotidianidad con la intensidad de las últimas veces y la intencionalidad de las primeras; valorar todos los momentos, todas las circunstancias y disfrutarlos por el simple hecho de estar ahí. La nostalgia adquiere los matices del remordimiento por las oportunidades perdidas, los momentos eludidos y las palabras no dichas porque el bien más valioso es el tiempo: esos minutos que parecen segundos cuando disfrutamos la compañía de alguien.

La mejor previsión para el futuro consiste en otorgarle calidad a todos nuestros momentos; sólo así podría desvanecerse la paradoja de las últimas veces y el matiz doloroso de la nostalgia; sólo así, los efectos del tiempo serán bondadosos y todos los momentos resplandecerán con la intensidad de las últimas veces…
           

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