En algún lugar incontenible, en la grieta más profunda
del pensamiento surge el impulso de todos los esfuerzos, la ilusión de los mil
y un afanes, el motivo de los desvelos y la razón en la vigilia…
Por
el misterio que siempre lo envuelve, el amor ha sido una incógnita perpetua. Todo
se remonta al mandato congénito de aceptación y pertenencia que se concentra en
los recovecos de la mente. Las teorías recientes ubican la capacidad de amar en
una delicada secuela evolutiva cuando el refinamiento cognitivo propició la
búsqueda del alter ego biológico.
Ahora
se sabe que la esencia del amor proviene del hipotálamo y se han identificado
dos momentos (como lo explica Rodrigo Pedroza, director del Laboratorio de
Neurociencia de la Universidad Iberoamericana): durante el enamoramiento se
liberan dopamina (provocando euforia) y cortisol (el detonante de la angustia).
Entonces, se produce una extraña sincronía biológica: mientras en la mujer se
elevan los niveles de testosterona en el hombre disminuyen, ella se desinhibe y
él sólo tiene ojos para ella. El enamoramiento se transformará en una relación
estable y duradera cuando la dopamina y el cortisol se reduzcan a su mínima
expresión y aparezcan la vasopresina y la oxitocina propiciando la creación de
lazos y prodigando la sensación de seguridad.
La
oxitocina, también conocida como el “elixir de la felicidad”, podría ser el
antídoto perfecto para muchos padecimientos, obtenerla es realmente fácil y sus
efectos son inmediatos: los científicos han comprobado que 8 abrazos al día son
suficientes para lidiar con todas las angustias del mundo cruel porque una gota
del elixir es suficiente para que en nombre del amor desafiemos
convencionalismos, remontemos distancias resistiendo los efectos del tiempo y
cuando invocamos al amor, el sacrificio pierde sus matices fatales en una
generosa manifestación de empatía.
Y
entre la ciencia y la conciencia apareció la “sintiencia” que llegó del ámbito
filosófico para designar “la capacidad de sentir”; luego entonces, todos los
que somos sintientes, y esa capacidad la exacerbamos por el afán de
materializar lo intangible: Conforme se
acerca el día de los enamorados, y en nombre del amor, las rosas rojas se
encarecen, los chocolates saturan los aparadores y los muñecos de peluche
enfrentan heroicamente el riesgo de una súbita extinción. Como en un cuento de
hadas, los efectos del elixir fantástico desaparecen en la medianoche y desde
el primer minuto del 15 de febrero, las rosas, los chocolates y los peluches pierden
su encanto y los sintientes recuperamos la apatía cotidiana y consuetudinaria.
Es
probable que la sintiencia desaparezca en la próxima mutación pero también es
posible que la ciencia produzca las dosis precisas del elixir para que la
conciencia metabolice la vocación amorosa, infundiendo en el corazón el impulso
para todos los esfuerzos, prodigando ilusión para los mil y un afanes, un motivo
para los desvelos y la razón en la vigilia…
Un abrazo… con mucha oxitocina!
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