jueves, febrero 14, 2019

Había una vez un elixir. Entre la ciencia y la conciencia: la sintiencia


En algún lugar incontenible, en la grieta más profunda del pensamiento surge el impulso de todos los esfuerzos, la ilusión de los mil y un afanes, el motivo de los desvelos y la razón en la vigilia…

            Por el misterio que siempre lo envuelve, el amor ha sido una incógnita perpetua. Todo se remonta al mandato congénito de aceptación y pertenencia que se concentra en los recovecos de la mente. Las teorías recientes ubican la capacidad de amar en una delicada secuela evolutiva cuando el refinamiento cognitivo propició la búsqueda del alter ego biológico.
            Ahora se sabe que la esencia del amor proviene del hipotálamo y se han identificado dos momentos (como lo explica Rodrigo Pedroza, director del Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Iberoamericana): durante el enamoramiento se liberan dopamina (provocando euforia) y cortisol (el detonante de la angustia). Entonces, se produce una extraña sincronía biológica: mientras en la mujer se elevan los niveles de testosterona en el hombre disminuyen, ella se desinhibe y él sólo tiene ojos para ella. El enamoramiento se transformará en una relación estable y duradera cuando la dopamina y el cortisol se reduzcan a su mínima expresión y aparezcan la vasopresina y la oxitocina propiciando la creación de lazos y prodigando la sensación de seguridad.
            La oxitocina, también conocida como el “elixir de la felicidad”, podría ser el antídoto perfecto para muchos padecimientos, obtenerla es realmente fácil y sus efectos son inmediatos: los científicos han comprobado que 8 abrazos al día son suficientes para lidiar con todas las angustias del mundo cruel porque una gota del elixir es suficiente para que en nombre del amor desafiemos convencionalismos, remontemos distancias resistiendo los efectos del tiempo y cuando invocamos al amor, el sacrificio pierde sus matices fatales en una generosa manifestación de empatía.  
            Y entre la ciencia y la conciencia apareció la “sintiencia” que llegó del ámbito filosófico para designar “la capacidad de sentir”; luego entonces, todos los que somos sintientes, y esa capacidad la exacerbamos por el afán de materializar lo intangible:  Conforme se acerca el día de los enamorados, y en nombre del amor, las rosas rojas se encarecen, los chocolates saturan los aparadores y los muñecos de peluche enfrentan heroicamente el riesgo de una súbita extinción. Como en un cuento de hadas, los efectos del elixir fantástico desaparecen en la medianoche y desde el primer minuto del 15 de febrero, las rosas, los chocolates y los peluches pierden su encanto y los sintientes recuperamos la apatía cotidiana y consuetudinaria.
            Es probable que la sintiencia desaparezca en la próxima mutación pero también es posible que la ciencia produzca las dosis precisas del elixir para que la conciencia metabolice la vocación amorosa, infundiendo en el corazón el impulso para todos los esfuerzos, prodigando ilusión para los mil y un afanes, un motivo para los desvelos y la razón en la vigilia…
Un abrazo…  con mucha oxitocina!

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