“Fiat iustitia, ruat caelum.”
Hágase justicia, aunque se caiga el cielo.
Lucio Anneo Séneca
En
algún lugar de la vanguardia, precediendo todos los discursos se erige el
estandarte que guiará todas las acciones y justificará todas las reacciones; con
el advenimiento del nuevo ideal se reinterpreta la historia y se redefinirá el
porvenir…
La
reinvención del Estado suele intensificarse en los gobiernos de transición y es
entonces cuando las necesidades insatisfechas y los problemas desatendidos
deberían transformarse en los satisfactores y las soluciones del nuevo régimen.
El contraste, como virtud y como proyecto, suele instaurarse desde los primeros
días del nuevo gobierno con el criterio que habrá de definir las prioridades en
las políticas públicas.
Más allá del ímpetu demostrado por la
infatigable condición de los gansos, el régimen de Andrés Manuel López Obrador emprendió
el vuelo mucho antes de la transmisión oficial del poder y desde entonces se
enarboló por los cielos el estandarte del combate a la corrupción como la
estrategia primordial para resolver los problemas que afligen a l@s mexican@s.
Tras décadas de desencanto acumulado por
un sinfín de aberraciones sin castigo, cuando Andrés Manuel prometió que no
habría nada ni nadie por encima de la ley, las expectativas se elevaron hasta
el firmamento. Cada cual en su circunstancia, imaginó el feliz desenlace de un
drama nacional exacerbado por la desigualdad social y la procuración
discrecional de la justicia; cada quien desde su perspectiva, celebró el
combate a la corrupción. Con esta lógica, la revelación de una compleja y
complicada red de complicidades en el robo de hidrocarburos en todo el
territorio nacional se entiende como el inicio del combate a la corrupción: el
éxito dependerá de la aplicación de la ley, en un auténtico Estado de Derecho.
Y es ahí, donde resurge el legendario dilema que atormenta a todos los
gobernantes: aplicar la ley aunque al hacerlo disminuya la aceptación popular o
el favor de las elites. Solo así puedo explicar las recientes redefiniciones
del crimen y la reconfiguración del ámbito delictivo que pretenden instaurarse.
El latrocinio y la depredación de la riqueza nacional no admiten atenuantes
cuando sus estragos han deteriorado la calidad de vida de una inmensa mayoría
de mexican@s.
El
dilema de los gobernantes (entre procurar el amor de los ciudadanos o inculcarles
temor) nunca ha sido fácil. Tampoco lo es ahora cuando el estandarte de la
Cuarta Transformación ondea ya en la idiosincrasia nacional como el abandono de
las actitudes que deterioran la calidad de la ciudadanía y la erradicación de
los vicios que nos envilecen. Las expectativas están por los cielos y tod@s
anhelamos que por fin, se haga justicia aunque se caiga el cielo. Todas las
miradas coinciden en el ideal reinstaurado de una patria justa y generosa,
todos los afanes se aprestan a la reivindicación del bien común como valor
cívico, todos los anhelos convergen en la legalidad como la pauta que
redefinirá el porvenir…
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