miércoles, diciembre 11, 2019

94


En algún lugar nostálgico inicia y concluye un sendero andado y por andar: ahí regreso buscando la mirada impasible que me remonta al origen cuando todo el mundo se reducía al cálido entorno del abrazo maternal…
           
Con el paso de los años, el tiempo adquiere una relatividad insólita: en ocasiones se detiene en un apacible compás de espera; algunas veces, se interrumpe y se desplaza al pasado para revivir escenas ya protagonizadas. En el pensamiento de mi madre, el tiempo transcurre en una secuencia volátil: para ella los años tienen la consistencia de los minutos y los momentos se repiten por un obstinado capricho o se desvanecen en un olvido improvisado.

            Por la irremediable ley del cansancio universal, al acumular cumpleaños mi madre perdió la confianza de sus pasos. Desde entonces, ella contempla el paso del tiempo desde su pequeño refugio y ahí, en una realidad alterna, juega con los momentos eludiendo las fechas. Pero la fragilidad de la memoria provoca alteraciones en el temple y en un instante impreciso, su atención se dispersó hacia un punto de fuga llevándose los rasgos más sutiles de su carácter.
            A sus 94, la sensación del dolor llegó para quedarse y cada día aparecen motivos para exasperarla; el calentamiento global es una advertencia infundada porque ella siempre tiene frío; las dietas recomendadas para su edad son innecesarias porque apenas puede comer con los pocos dientes que conserva, y este año, la cumpleañera no creía la cantidad de años que le festejamos sus hijos, nietos y bisnietos. Pero la ancianidad no implica la caducidad del cariño y yo la quiero con misma intensidad de siempre y necesito su abrazo con la misma urgencia con que lo he buscado desde niña.
A pesar de las confusiones que la distraen, reencuentro al primer gran amor de mi vida en el fondo de su mirada porque el lazo que nos une ha resistido las inclemencias del olvido; por la relatividad de los tiempos, cuando estoy a su lado, respiro la esencia de mi niñez y la fragancia de mi insensatez en una paradoja de largo aliento impulsada por la vigencia de la gratitud.
En mi caso, por la relatividad del tiempo se intensifican las evocaciones y los recuerdos surgen con más frecuencia. No hay un día en que no piense en mi madre. Cada vez que llego a su lado, los minutos se detienen y las evocaciones se desplazan a mi infancia para revivir la placida calidez de su abrazo. Pero en cada despedida, se inicia un lapso que transcurrirá lentamente entre añoranzas recordándola en sus mejores años cuando su presencia diluía todas mis angustias. Siempre me duele despedirme pero parto con la certeza de volver a verla.

Este diciembre, acompañé a mi mamá en su cumpleaños número 94; la festejamos en su casa donde inicia y concluye un sendero andado y por andar; ahí reencontré la mirada impasible que me remonta al origen cuando todo el mundo se reducía al cálido entorno de su abrazo…


No hay comentarios.: