miércoles, enero 29, 2020

Hitos del surrealismo democrático II


En algún lugar claroscuro se registran los vaivenes de los ideales; la retórica obedece al criterio imperante y por eso, algunos hitos se escriben con ética democrática y otros, con la perorata vergonzante de las tiranías… 
La elección presidencial en 1976 elevó el descaro a niveles exasperantes, revelando los rasgos vetustos del partido hegemónico. Era imperativo atenuar los estragos del presidencialismo absolutista: Jesús Reyes Heroles fue el artífice de la reforma de 1977 que instauró la figura de 100 diputados electos por el principio de representación proporcional, exclusivos para la oposición, garantizando un mínimo de pluralidad (1). La ciencia política analizó las causas y los efectos de esta reforma y describe al régimen de aquel entonces como una “dictablanda”, un gobierno autoritario que tolera la disidencia y la oposición, individual o colectiva para aliviar tensiones, pero sin alterar la estructura del poder, sin responder a la ciudadanía por sus acciones ni someterse al resultado de elecciones libres y competitivas.
A partir de entonces, la oposición y la disidencia deambularon en el espectro político pero restringidos por los límites de la simulación porque la autoridad encargada de la organización y vigilancia de los procesos electorales, encriptada en el Ejecutivo, intervenía en forma sesgada y decisoria a favor del partido del régimen (1). Esas circunstancias predominaban en las elecciones de 1988, cuando se suspendió el conteo preliminar de votos que favorecía al candidato opositor, Cuauhtémoc Cárdenas. El entonces secretario de Gobernación y presidente de la Comisión Federal Electoral, Manuel Bartlett Díaz, anunció la “caída del sistema”. ¡Sí! Es el mismo Bartlett que ahora es el titular de la Comisión Federal de Electricidad y que ha eludido la auditoría de la Secretaría de la Función Pública gracias a la protección de la bancada de Morena… justamente ahora, cuando creíamos que la dictablanda era un vicio erradicado.
La intención de estas columnas al recordar estos vergonzosos incidentes es reflejar los desvaríos y desplantes del autoritarismo cuando los tres poderes del gobierno se someten a la voluntad de un partido, o de su líder. Las comparaciones son odiosas, pero ahora, la comparación es inevitable: los vericuetos legaloides y la distorsión de las matemáticas permitieron que el partido en el gobierno acapare la mayoría de las diputaciones en una ofensa flagrante a los principios democráticos. Y precisamente así, con el control absoluto de las cámaras, la promulgación de leyes y/o reformas a las leyes, es un mero trámite para oficializar caprichos y ocurrencias, por descabellados que sean.   
Si el advenimiento de la Cuarta Transformación se describiera con los matices del realismo mágico, el relato concluiría así: “Todo lo escrito en las leyes es irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes y los partidos condenados a la soledad del poder no deben tener una segunda oportunidad sobre la Tierra.”


(1)       Julio Labastida Martín del Campo y Miguel Armando López Leyva.  México: una transición prolongada (1988-1996/97). Revista mexicana de sociología, vol.66 no.4. ISSN 0188-2503


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