Estoy en
desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a
decirlo”. Evelyn Beatrice Hall
En algún lugar dogmático, por
los efectos de la intolerancia, se transfiguraron los ideales en una versión
apócrifa de la ciudadanía y, eludiendo los límites de la cordura, se propaga el
virus pernicioso del fanatismo…
A todas las revoluciones las
precede un periodo de concientización cuya intensidad se revelará en el
ejercicio de la ciudadanía en el nuevo régimen. Desde sus orígenes, la
ciudadanía implica la pertenencia a una comunidad y las definiciones, los
derechos y las obligaciones de un ciudadano obedecen la ideología inculcada,
pero hay un límite: la ciudadanía, como atributo y como ideal, no admite
radicalismos; como una convicción generalizada, la ciudadanía no debe
distorsionarse en una creencia y jamás debe convertirse en un fanatismo
político; como factor de identidad y pertenencia, la ciudadanía nos hermana y
nos iguala, jamás debe exacerbar las diferencias.
A la instauración de la 4T
le preceden 18 años de “concientización” a todo lo largo del territorio
nacional con un discurso que confirmó, y sigue confirmando, la efectividad de
la propaganda goebbeliana enardeciendo la frustración y el desencanto provocado
en los regímenes anteriores. Y la orquestación no terminó con el triunfo
electoral: todos los días en las
mañaneras y en los domingos provincianos, el mandatario propaga “slogans” con los
matices de una homilía.
Por eso ahora, la definición de ciudadanía toma un
nuevo rumbo traspasando sus límites para transfigurarse en una militancia
exacerbada; como suele suceder en los regímenes de ruptura, las convicciones se
transforman en dogmas, las manifestaciones de la ciudadanía reflejan los
excesos que la desvirtúan y aparecen los estragos del fanatismo en una
población segmentada en sectores antagónicos.
La ciudadanía en la 4T se
caracteriza por la intensidad de sus reacciones (y ofensas) a la crítica, por los
desplantes de superioridad ante la oposición, por el celo con que defienden el
dogma del régimen, por la ceguera selectiva que les impide percatarse de sus
incongruencias, impericias y ocurrencias; pero ser morenista no es
justificación para demeritar ni ofender a quienes sostienen opiniones distintas,
y mucho menos, para denigrar a los animales en vulgares comparaciones.
Y así, los barbarismos se
instauraron en este régimen. Por eso, es imprescindible fortalecer los
contrapesos y conservar la independencia de los órganos autónomos para evitar el
advenimiento de un neoabsolutismo; hasta hoy, el ejercicio de la ciudadanía se
limitaba a la inscripción en el registro electoral y a la emisión del voto,
pero ahora, la ciudadanía debe manifestarse respetando las diferencias y la
crítica, como el vínculo que nos une y nos identifica a los mexicanos más allá
de filias y fobias que ahora nos separan. Ser mexicano, en la 4T y siempre, implica
solidaridad con las causas justas y el ejercicio del pensamiento crítico para construir
un país mejor, inmunizándonos contra el virus pernicioso del fanatismo…
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