En algún lugar del tiempo, los movimientos de las estrellas y los astros envían un mensaje a todos los seres vivos en el planeta; entonces, inicia la búsqueda de un refugio que prodigue amparo, y es ahí, en el reencuentro de los semejantes, donde el surge el cálido alivio que nos hermana…
En la época navideña se emiten muchas señales y signos
que la distinguen de las estaciones que le precedieron, pero estos mensajes suelen
ser contradictorios: mientras en el firmamento se atenúa la radiación solar, en
la sociedad de mercado la bonanza económica inicia formalmente en el Día de
Acción de Gracias.
Desde siempre, el solsticio de invierno influye sobre
todas las formas de vida en nuestro planeta: en el día más corto y la noche más
larga del año inicia una reducción en la intensidad de los rayos del sol; es un
momento de transición en la naturaleza, cuando la promesa de la renovación
primaveral es una cálida esperanza y todos los seres vivos perciben su
vulnerabilidad y afrontan las inclemencias del invierno.
La especie humana no es la excepción. Se ha
identificado que la reducción de la exposición a la luz solar provoca el trastorno afectivo
estacional (TAE) y alteraciones en los patrones hormonales asociados con la
depresión estacional. Tal vez, por eso buscamos el calor del terruño y la
compañía de familiares y amigos en una migración deliberada hacia el lugar de
origen y el reencuentro de las raíces.
Mientras la ausencia de los rayos solares intensifica nuestra
vulnerabilidad, estamos expuestos a la divulgación de estereotipos que equiparan
la felicidad con la ostentación de productos, que han trivializado las
manifestaciones del amor en la entrega de un regalo cuyo precio reflejará la
calidad del afecto. Lógicamente, la incursión de la publicidad en la percepción
del mundo es contundente: inevitablemente, asimilamos la imagen de una
felicidad materializada y modificamos nuestra actitud y realmente disfrutamos
comprando regalos para las personas que apreciamos agradeciendo su presencia en
nuestras vidas sin percatarnos que la sincera manifestación de nuestros afectos
mantiene girando los engranes de la inmensa maquinaria del consumismo que mueve
a la aldea global.
Y al margen del mercado, Mary Pipher, enfatizando la
promesa de luz y calor del cosmos, revela que en un mundo flagelado por la
crueldad y la violencia aún es posible encontrar la luz “en las personas a las
que hemos amado” quienes han estado en los momentos difíciles y que siguen a
nuestro lado.
Sea cual fuere el motivo, donde quiera que se
encuentre y sin importar el esplendor de la celebración, la Nochebuena es un
momento propicio para reflexionar y agradecer, para aceptar el mensaje ancestral que emite el cosmos a todos
los seres vivos en el planeta; y entonces, en el refugio que nos prodiga amparo,
al reencontrar a los semejantes y a quienes hemos amado, surgirá el cálido
alivio que nos hermana y nos humaniza…
Feliz
Navidad!
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